Locuras Cuerdas

Historia o mito

En medio de un torbellino de eventos actuales que nos tienen al borde de un infarto colectivo decido no hablar de política otra vez. El tema es la Historia.
La Historia es una materia muy rica de la cual podemos extraer muchos beneficios, amén de poder adornar nuestra plática cotidiana o de café con los amigos con un sazón deliciosamente condimentado. En algunos países la historia no es una materia obligatoria, sus ciudadanos pueden aceptarla u omitirla. Eso no deja de asombrarme pues creo que es fundamental para todo ciudadano de cualquier país conocer detalles de sus raíces, y aún más nosotros como mexicanos que tenemos una historia muy rica.
Aquí en nuestro amado México, creo que es una materia obligatoria, se la imponen a los estudiantes. Que fascinante es la docilidad de los alumnos, pareciera que se dejan vencer pero más bien entran en un ejercicio de disciplina que requiere una voluntad férrea para no dejarse vencer, eso sí, por la indolencia propia de una etapa juvenil que se caracteriza por esa energía desbordante que si no se canaliza correctamente puede llevarlo al precipicio existencial y perderse.
Regresando al punto de la historia, es importante retomar nuestro pasado mexicano. Nos ayuda a construirnos. Aprendamos de esos personajes que tuvieron protagonismo en su momento, de esas vidas envueltas en lejanía y misterio, pero que una vez develadas por nuestra afición a las letras que nos describen el pasado histórico son tan enriquecedoras. Luego entonces, aquel mítico personaje se nos vuelve familiar y su humanidad falible queda a nuestra disposición para aprender de él.
Conoceremos detalles tan pueriles y, aún y que sean imperfecciones humanas las valoraremos en su justa dimensión y quizá hasta las admiremos según el contexto del personaje estudiado como en el caso de Porfirio Díaz su falta de ortografía. A pesar de eso tuvo bajo su mando a un grande en todo sentido como lo fue su secretario de Hacienda, José Yves Limantour. Podemos concluir, sin temor a equivocarnos que, cierta hábil ignorancia es una fuerza: puesto que no se desconfía de ella y engaña.
Atendiendo a la historia podemos comprender que Porfirio Díaz llegó a presidente porque muy pronto entendió que hay nobles y misteriosos triunfos que no ve ninguna mirada, que no tienen la indemnización de ninguna clase de fama, ni el saludo de ninguna clase de aplausos. Forjó su temple en la vida, la desgracia, el aislamiento, el abandono, la pobreza, y entendió que esos imponderables de la vida no son tan malos en sí mismos, pues bien manejados, con lo que hoy llaman resiliencia, son campos de batalla que tienen sus héroes; héroes obscuros, pero más grandes a veces que los héroes ilustres.
La mayoría de los mexicanos siempre queremos biografías heroicas. Quizá por la propia pobreza de cabezas políticamente productivas, hace que se busquen más altos ejemplos de tiempos pasados. Me pregunto si las biografías de los actuales políticos amplifican las almas, aumentan la fuerza y elevan el espíritu. No tengo respuesta.
Nuestro héroe aludido se casó en segundas nupcias con la aristócrata Carmen Romero Rubio, nacida en Tula, Tamaulipas, hija de su primer secretario de Gobernación Manuel Romero Rubio. Doña Carmen era una de esas mujeres profundamente sabia. Se casó con el presidente entendiendo que, como decía Balzac en sus novelas: Hay dos formas de pedirle a Dios cómo casarte en la vida: La primera es, “Ayúdame a casarme con el hombre al que amo” y la segunda es, “Ayúdame a amar al hombre con el que me case”. Carmen Romero fue plenamente feliz con la segunda fórmula.
En una ocasión, cuando ya eran marido y mujer en toda la extensión de la palabra, Porfirio le confesó a Carmen un complejo que de antemano sabía estúpido, pero bueno, el ser humano no es solo lo que vemos, también es lo que trae en la mente que no vemos.
El esposo presidente le confiesa a la primera dama su preocupación por algo muy personal, y después de darle vueltas y pretender adornarlo con muchos conceptos y entendiendo Doña Carmelita que la vanidad todo lo reviste de grandes palabras, él le expresa su desdicha por algo que para muchos hombres es un destino biológicamente inexorable y fatal como lo es la caída gradual del cabello.
Carmelita sin reírse, como cuidando con un bisturí quirúrgico existencial no lastimar el ego de su presidente marido, le responde con amor sincero y admiración por tener el privilegio y la oportunidad de palpar la fragilidad humana de su poderoso cónyuge, las siguientes palabras:
Mucha frente en una cara es lo mismo que mucho cielo en el horizonte.
Todas estas versiones pueden o no estar en el ámbito de la realidad histórica. Pueden ser solo un mito que se fue haciendo de boca en boca. Pero tener nociones históricas siempre ayuda a humanizar a los héroes o personajes que fueron protagonistas de primer nivel en una historia que muchas veces no conocemos y que al asomarnos a ella nos fascina el entendimiento y nos enriquece la vida.
El tiempo hablará.