De política y cosas peores

Armando Fuentes

04/12/17

Aunque vivió en el Medioevo el conde Nadoh no era medioeval: era más bien medio cabrón. Entre todos los nobles del Languedoc fue el único que no se apuntó para ir a las Cruzadas. El arzobispo Chispo le preguntó con acrimonia: «¿Qué? ¿No te interesa ir contra los infieles?». «No -replicó el conde lisa y llanamente-. Prefiero quedarme con las infieles». Ms. Mo Bydick era una señora bastante entrada en carnes. Una mañana su marido les contó a sus amigos: «Anoche mi mujer se cayó de la cama». Quiso saber uno: «¿De qué lado?». Contestó el otro: «De los dos». Aquel señor tocaba la guitarra -al menos el chundata chundata- y cantaba pasablemente las antiguas canciones de Esparza Oteo, Lerdo de Tejada y Jorge del Moral. Un día le comentó a su esposa: «Mi compadre Trovo y yo vamos a formar un dueto. Se llamará  Dueto Vernáculo «. Acotó con desabrimiento la señora: «Seguramente el compadre será Verna». Hago una parodia -no una paráfrasis- del verso del poeta jerezano y digo que el PRI es siempre igual, fiel a su espejo diario. En un mundo cambiante donde hasta la dos veces milenaria Iglesia Católica ha variado sus rituales, hay solamente dos liturgias que no han tenido mudanza alguna desde su fundación: la de la tauromaquia y la del partido tricolor. El acto que ayer congregó a los priistas para hacer suyo a José Antonio Meade bien pudo haberse efectuado hace 50 años, y muy posiblemente volverá a celebrarse dentro de otros 100. El ceremonial que con tanta eficacia ha cumplido Ochoa Reza para concretar la voluntad del Señor Presidente es copia exacta de los que en su tiempo realizaron don Basilio Badillo o el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal. Pena me da decirlo, a mí, que pocas cosas me dan pena, pero ese apego del priismo a las fórmulas establecidas, su sujeción a la ortodoxia y su roqueña inalterabilidad no me acaban de disgustar del todo. Sé bien que esa continuidad priista es igualmente la continuación de todos los vicios y lacras inherentes a la dominación que el PRI, con sus antecesores, instauró después de terminadas las luchas revolucionarias. Pero aun sus más acres enemigos tendrán que reconocer, siquiera sea a regañadientes, que el priismo -que más de una semejanza tiene con el porfirismo- dio a México un largo período de paz social que concluyó trágicamente con el drama del 68. A eso siguió una etapa de inestabilidad política en la cual estamos inmersos todavía. Entre el autoritarismo mesiánico de López Obrador y las indecisiones del llamado Frente Ciudadano, el PRI viene a representar, con Meade, una opción que de seguro será atractiva -lo está siendo ya- para muchos electores. Puedo decir sin temor a equivocarme que ningún candidato mejor pudieron haber escogido los priistas que ese no priista. La elección del próximo año nos dirá si acertaron. Doña Panoplia de Altopedo y su esposo don Sinople fueron a cenar en el restorán «La hermana de lord Byron», que por esos días estaba muy de moda. La señora, dama de buena sociedad, se jactaba de saber mucho de vinos, de modo que quiso ordenarle personalmente al  encargado de servirlos el tinto que en la cena iban a degustar. Le preguntó al mesero: «¿Dónde está el sommelier?». «Donde siempre, señora -le informó el individuo-. Al fondo a la derecha». Don Magistro, reconocido historiador, le dijo a su mujer: «No sé qué tema abordar en mi próximo libro». Le sugirió ella: «¿Por qué no escribes acerca de sexo?». «¿De sexo? -se azaró don Magistro-. ¿Cómo voy a escribir acerca de sexo? Yo soy historiador». «Precisamente -confirmó la señora-. Para ti el sexo ya es historia». FIN.Aunque vivió en el Medioevo el conde Nadoh no era medioeval: era más bien medio cabrón. Entre todos los nobles del Languedoc fue el único que no se apuntó para ir a las Cruzadas. El arzobispo Chispo le preguntó con acrimonia: «¿Qué? ¿No te interesa ir contra los infieles?». «No -replicó el conde lisa y llanamente-. Prefiero quedarme con las infieles». Ms. Mo Bydick era una señora bastante entrada en carnes. Una mañana su marido les contó a sus amigos: «Anoche mi mujer se cayó de la cama». Quiso saber uno: «¿De qué lado?». Contestó el otro: «De los dos». Aquel señor tocaba la guitarra -al menos el chundata chundata- y cantaba pasablemente las antiguas canciones de Esparza Oteo, Lerdo de Tejada y Jorge del Moral. Un día le comentó a su esposa: «Mi compadre Trovo y yo vamos a formar un dueto. Se llamará  Dueto Vernáculo «. Acotó con desabrimiento la señora: «Seguramente el compadre será Verna». Hago una parodia -no una paráfrasis- del verso del poeta jerezano y digo que el PRI es siempre igual, fiel a su espejo diario. En un mundo cambiante donde hasta la dos veces milenaria Iglesia Católica ha variado sus rituales, hay solamente dos liturgias que no han tenido mudanza alguna desde su fundación: la de la tauromaquia y la del partido tricolor. El acto que ayer congregó a los priistas para hacer suyo a José Antonio Meade bien pudo haberse efectuado hace 50 años, y muy posiblemente volverá a celebrarse dentro de otros 100. El ceremonial que con tanta eficacia ha cumplido Ochoa Reza para concretar la voluntad del Señor Presidente es copia exacta de los que en su tiempo realizaron don Basilio Badillo o el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal. Pena me da decirlo, a mí, que pocas cosas me dan pena, pero ese apego del priismo a las fórmulas establecidas, su sujeción a la ortodoxia y su roqueña inalterabilidad no me acaban de disgustar del todo. Sé bien que esa continuidad priista es igualmente la continuación de todos los vicios y lacras inherentes a la dominación que el PRI, con sus antecesores, instauró después de terminadas las luchas revolucionarias. Pero aun sus más acres enemigos tendrán que reconocer, siquiera sea a regañadientes, que el priismo -que más de una semejanza tiene con el porfirismo- dio a México un largo período de paz social que concluyó trágicamente con el drama del 68. A eso siguió una etapa de inestabilidad política en la cual estamos inmersos todavía. Entre el autoritarismo mesiánico de López Obrador y las indecisiones del llamado Frente Ciudadano, el PRI viene a representar, con Meade, una opción que de seguro será atractiva -lo está siendo ya- para muchos electores. Puedo decir sin temor a equivocarme que ningún candidato mejor pudieron haber escogido los priistas que ese no priista. La elección del próximo año nos dirá si acertaron. Doña Panoplia de Altopedo y su esposo don Sinople fueron a cenar en el restorán «La hermana de lord Byron», que por esos días estaba muy de moda. La señora, dama de buena sociedad, se jactaba de saber mucho de vinos, de modo que quiso ordenarle personalmente al  encargado de servirlos el tinto que en la cena iban a degustar. Le preguntó al mesero: «¿Dónde está el sommelier?». «Donde siempre, señora -le informó el individuo-. Al fondo a la derecha». Don Magistro, reconocido historiador, le dijo a su mujer: «No sé qué tema abordar en mi próximo libro». Le sugirió ella: «¿Por qué no escribes acerca de sexo?». «¿De sexo? -se azaró don Magistro-. ¿Cómo voy a escribir acerca de sexo? Yo soy historiador». «Precisamente -confirmó la señora-. Para ti el sexo ya es historia». FIN.
MIRADOR.Mi adorada María de la Luz y yo acabamos de cumplir 55 años de novios. Una noche de gloria, en aquel entrañable Café Tena, frente al Ateneo, le declaré mi amor y le pedí que me aceptara en su vida para siempre. -Piensa bien lo que me vas a contestar -le sugerí-, porque no te estoy pidiendo que seas mi novia: te estoy pidiendo que seas mi esposa.  Ella tenía 17 años; 24 yo. Pese a su extremada juventud me dijo con determinación: -No necesito pensarlo. Mi respuesta es sí. Nos habíamos conocido hacía una semana. Desde entonces empezamos a platicar, y es fecha que no terminamos todavía. Todos estos años hemos caminado juntos lo mismo en la alegría que en las penas. Me ha llevado de la mano como se lleva a un niño, y me ha iluminado con la luz que tiene en su nombre y en sus ojos. Jamás tendré palabras para darle las gracias por haberme permitido ir a su lado todos estos años. Pero no necesito de palabras. Con el latir del corazón le digo ahora a María de la Luz, mi novia: «Te quiero más que entonces».  ¡Hasta mañana!…