De política y cosas peores

Armando Fuentes

20/07/17

«En el hombre hay mala levadura». Eso lo dijo Darío en su poema «Los motivos del lobo», tantas veces repetido que el pobre animal estaba ya harto de escucharlo. Por eso regresó a la montaña, no por la causa que el poeta dice. El pecado original del que hablan los teólogos cristianos pone en los hombres la tendencia al mal. El de la corrupción es ínsito a la naturaleza humana. Sonoro vocablo es ése, «ínsito». Lo uso porque es palabra esdrújula, y las voces esdrújulas me gustan mucho, empezando por «México», la más bellamente esdrújula de todas. El adjetivo «ínsito» se aplica a lo que es consustancial a algo, inherente a su ser natural. El hombre es concupiscente por esencia. Quiere tener dinero y bienes materiales; ansía ganar poder; siente apetito inordenado de todo aquello que halaga sus sentidos, especialmente los que tienen que ver con el deseo de la carne. Para obtener eso se corrompe; es decir desvirtúa su ser; se descompone. Cualquier intento de frenar la corrupción fracasará si no hay en la persona una base moral que le ayude a hacer frente a la tentación de corromperse para ganar fortuna o poderío o para satisfacer su apetencia de goces corporales. Ese cimiento ético sólo pueden darlo el hogar, la escuela y la religión. Las tres instituciones, por desgracia, están en crisis. (Hay quienes opinan que siempre han estado en crisis). Así las cosas los organismos oficiales creados para contener la corrupción no hacen sino aumentar más la burocracia que gravita sobre los ciudadanos. La única respuesta a la corrupción, entonces, sería la recta aplicación de la ley, cosa que en un país como el nuestro rara vez se observa. La corrupción de la justicia es causa de todas las demás corrupciones. Si desapareciera aquélla desaparecerían también éstas, o al menos disminuirían. Ahora bien: ¿cuándo desaparecerá la corrupción de la justicia en Méxcio?.. (Nota de la redacción. Al oír esa pregunta acometió a nuestro amable colaborador un acceso de llanto que le impide seguir escribiendo. Rogamos la comprensión de sus lectores, y completamos su espacio con el relato de algunos chascarrillos de los que tiene en reserva para casos de emergencia). Babalucas, ya lo sabemos, no es muy inteligente. A pesar de eso defendió su soltería con empeño, en tal manera que andaba ya por los 40 cuando al fin rindió la cerviz al dulce yugo de himeneo. Una amiga de su esposa le preguntó a ella: «¿Cómo hiciste para que Babalucas se casara?». «Muy sencillo -replicó la desposada-. Le dije que estaba embarazado». En la fiesta una joven mujer llamaba la atención de todos por la belleza y armonía de sus facciones. Comentó un invitado con admiración: «¡Qué hermoso rostro tiene esa muchacha!». «Yo la conozco -declaró otra chica-. Sus ojos y su frente son de su mamá. Su nariz, sus pómulos, sus labios, sus cejas, sus párpados, su mentón y su cuello son de su papá. Es cirujano plástico». Susiflor le dijo a su mamá que iba a visitar a su novio. La señora se preocupó: «Espero que no estarás sola en su departamento». «Claro que no, mami -la tranquilizó Susiflor-. Él estará ahí». Facilda Lasestas adivinó cuánto pesaban los tres amigos que estaban con ella en el bar. «Tú pesas 75 kilos, tú 80 y tú 92». En los tres casos acertó. «A ver -la retó uno-. ¿Cuánto pesa mi señora?». «Eso sí no lo sé -confesó Facilda-. Nunca he tenido encima una señora». Don Geroncio, senescente caballero, cortejaba con discreción a Himenia Camafría, madura señorita soltera. Cierto día que estaban solos en la casa de ella el añoso galán le dijo con vehemencia: «¡Ansío poner en su purpúrea boca mi ósculo!». «¡Ah no! -protestó ella con enojo-. ¡Perversiones no!». FIN.
OJO: Dice: «Le dije que estaba embarazado», no: «Que estaba embarazada».

MIRADOR

Cuando el simún sopla en el desierto los beduinos miran un espejismo misterioso.
A veces adopta la forma de una hermosa mujer que ofrece su cuerpo a la lujuria largamente contenida de los hombres que habitan ese páramo. Otras veces semeja un oasis donde hay un aljibe de aguas claras que pueden saciarse cualquier sed. En ocasiones el espejismo toma la apariencia del dios de los creyentes.
Aquellos que ven ese espejismo corren hacia él, y el viento abrasador los enloquece. No encuentran ya el camino de regreso y mueren. Las arenas los cubren en minutos, y de ellos no queda seña alguna.
Cuando eso sucede el espejismo se convierte en el rostro de un hombre que ríe. Su risa es cruel, siniestra, como de alguien que ha vengado un antiguo agravio. Nadie puede decir de quién es ese rostro, ni qué ofensa fue la que provoca su venganza. Sólo se sabe que el rencor del agraviado es eterno. El odio que siente por los hombres jamás se acabará. Por eso cuando el simún llega los beduinos se cubren el rostro con su manto y cierran los ojos para esperar que el viento cese. Tampoco el viento cesará.
¡Hasta mañana!…