De política y cosas peores

Armando Fuentes

19/03/16

Diego Fernández de Cevallos me envió un mensaje de réplica a la columna que escribí con motivo del festejo de celebración de su cumpleaños. Pese a su extensión -de la réplica, no del festejo- transcribo ese mensaje íntegramente: «Tomar en cuenta a los idiotas, sobre todo si actúan en el anonimato, es sencillamente ocioso, pero no lo es responder al agravio que proviene de un hombre de bien, de un hombre culto que da la cara. Me refiero a usted, sin olvidar que en todo ser humano hay luces y sombras. Sobre su columna de ayer en el periódico Reforma le comento: 1. El pasado 12 de marzo ofrecí una comida privada, con motivo de mi cumpleaños, a la que asistieron niños, jóvenes y viejos, hombres y mujeres del campo y la ciudad, ricos y pobres, profesionistas y empresarios, académicos y funcionarios públicos, representantes de los diversos cultos, artistas y comunicadores, así como representantes de todos los partidos políticos, incluyendo el que es propiedad de un solo individuo y que también se mantiene con dinero de los contribuyentes . Fue un pequeño espejo de la pluralidad de México. 2. No tengo en política ningún acérrimo adversario . Trato con honestidad a mis opositores, pensando que algún día pueden llegar a ser mis aliados, y a mis aliados los trato de igual manera, pensando que algún día pueden ser mis opositores. De esa manera no hay reproche que valga. 3. No olvide que hasta un reloj parado tiene la razón dos veces al día. Creo en la pluralidad como riqueza de los pueblos, nunca he confundido la concordia con la complicidad, y estoy seguro que para superar los grandes rezagos nacionales se requiere de la unidad de los mexicanos, sin concesiones vergonzantes. Sé bien que en la guerra es ellos o nosotros; pero en la política debe ser ellos y nosotros. 4. Los asistentes pueden dar testimonio de que fue clara y firme mi voz, en aquel lugar y momento, al destacar que los que estábamos ahí no somos iguales, en cuanto son evidentes los distintos orígenes y trayectorias personales, así como nuestros comportamientos públicos, por lo que es ineludible la obligación de que cada uno responda, ante nuestra conciencia y ante México, por lo que hemos hecho y dicho, y por lo que hemos dejado de hacer y decir. Usted está en su derecho de expresar desagrado por esa reunión, y para atribuir a la clase política todas las perversidades y carencias que padece el país. Si con ello contribuye a limpiar la vida pública, adelante. Pero no lo tiene para considerar como una camarilla a quienes ahí estuvimos. La sola pluralidad que se dio en la reunión lo desmiente. Más aún, me consternaría saber que un hombre de su talla pudiera identificarse entre los que dividen a los mexicanos entre buenos y malos, sugiriendo que todo trato humano entre ambos contaminará a los primeros. Los ideales se defienden mejor con testimonios honestos y razones serenas que con distancias hipócritas o espadas desenvainadas. El presente reclamo no me impide, por supuesto, reconocer su valía personal, deseando que nunca pierda los ideales y alegría que le dan grandeza a su vida. Con sincero afecto: Diego Fernández de Cevallos»… Agradezco este mensaje. Encuentro en él la amable caballerosidad que me ha mostrado siempre. Tuve el honor de que visitara mi hogar en el tiempo en que era candidato de Acción Nacional a la Presidencia de la República. Me dijo entonces que cada mención mía favorable a él le allegaba 200 mil votos. Yo lo consideraba entonces, y lo sigo considerando, un político talentoso y hábil (sin olvidar yo tampoco que en todo ser humano hay luces y sombras). Atiendo y entiendo las razones de su mensaje, pero no cambio las mías. El tiempo y la historia dirán si la «clase política» que tenemos hoy en el país, considerada en general, actuó siempre buscando el bien de México o formó lo que en ese artículo llamé una «camarilla» que en su conjunto se dedicó principalmente a favorecer intereses partidistas y en muchos casos a buscar beneficios personales. Le doy las gracias de nueva cuenta al licenciado Fernández de Cevallos por la generosidad de sus conceptos; le ofrezco una sincera disculpa si acaso erré en mis apreciaciones, y lo saludo con admiración y afecto. (También lo felicito por su cumpleaños). FIN.

MIRADOR

Me entristeció profundamente la noticia del fallecimiento de Víctor Viveros, gran persona, extraordinario amigo.
Coahuilense de nacimiento, hizo de Colima su tierra de adopción. Ahí vivió su vida de maestro; ahí se dedicó a impartir a sus semejantes el santo sacramento de la bondad humana.
Encarnaron en él las virtudes y cualidades de sus padres, doña Lupita y don Ruperto. De ella heredó la vocación del bien; de él la cualidad de amenísimo conversador al mismo tiempo sonriente y reflexivo.
Sus quebrantos de salud no lo arredraron nunca. Cumplió con alegría su misión. Al lado suyo estuvo siempre la ejemplar compañera de su vida, Carmen, a quien él daba con amor el título de reina: Carmen Primera.
Murió en su casa Víctor, rodeado de los suyos. Su muerte fue ocasión para que se mostrara el inmenso cariño que supo ganarse en la comunidad que lo adoptó. Lo recordaremos siempre, pues para hombres como él nunca hay olvido. Gracias, Víctor, por haber vivido.
¡Hasta mañana!…