De política y cosas peores

Armando Fuentes

10/12/15

Llegó una monjita a la dulcería y dijo a la encargada: «Hace unos días me regalaron una caja de chocolates que tenían dentro una agüita muy sabrosa». «Ah, sí -respondió con una sonrisa la mujer-. Son chocolates rellenos de brandy». «Pues me gustaron mucho» -dijo la madre. «¿Quiere un kilo de esos chocolates?» -preguntó la empleada. «No, -respondió la monjita-. Quiero unos cinco litros de relleno». El mago pidió que subiera a escena una dama voluntaria. Doña Basilisca, mujer de fiero aspecto, se apresuró a subir. Anunció el mago: «Voy a desaparecer a esta señora». La hizo entrar en una caja; dio tres golpes en ella con su varita mágica y luego la abrió. La caja estaba vacía. «¿Dónde se encuentra la señora?» -preguntó. «Quién sabe dónde esté -dijo desde su butaca el marido de doña Basilisca-. Pero, por favor, ¡ahí déjela!». El señor regresa muy apesadumbrado de su visita al médico. Le contó a su mujer: «Dice el doctor que no puedo fumar. Que no puedo beber. Que no puedo desvelarme. Dice que no puedo hacer el amor». Preguntó la señora: «Y eso último ¿cómo lo supo?». Contó el señor en la oficina: «Hoy fuimos a comer en el restaurante de la esquina. Llegó por casualidad el jefe y se sentó con nosotros. Nos estuvo dando consejos, y al final de la comida pronunció unas palabras hermosísimas». «¿Ah, sí? -preguntó alguien-. ¿Qué dijo?». Respondió el señor: «Dijo: Yo pago la cuenta «. Un muchacho le dijo a otro: «Mira, ahí viene Glutelia Bustosa. Su cara es el retrato de su mamá». «¡Pues el marco es estupendo! -comentó el otro lleno de admiración… Al salir de la ceremonia nupcial la novia fue felicitada por una amiga. «¿Estás contenta, Rosibel?» -le preguntó. «Oh sí! -contestó ella-. ¡Ahora ya podré hacerlo sin remordimientos!». Un comerciante se quejaba de la aseguradora. «Compré un seguro contra incendio y robo -decía-. Hasta que los ladrones saquearon mi casa me enteré de que la compañía pagaba el seguro únicamente si la casa era robada en el momento de estarse incendiando». Le dijo una señora a otra: «Qué fino es tu marido. Me encanta la forma en que se dirige a ti llamándote mi vida «. «Sí, -respondió la señora-. Lo malo es que ésa es la única señal que da de vida». La derrota de Maduro en Venezuela es ominoso aviso para los partidarios del populismo de izquierda en América Latina. Los venezolanos emitieron un contundente voto de castigo para protestar por el estado de cosas que priva en su nación, agobiada por males de todo orden. Para México lo acontecido allá presenta interés particular. Ciertamente no estamos vacunados contra el populismo caudillista. Hay en los electores un sentimiento de irritación por los errores del régimen actual, sus omisiones y las evidencias de corrupción que en él se han registrado. Existen ahora las condiciones objetivas y subjetivas para que los votantes elijan un gobierno que dé un golpe de timón y ponga al país en rumbo diferente. La experiencia de países como Venezuela y Bolivia podría repetirse en México. Desde luego las últimas encuestan han mostrado un cambio de talante en los ciudadanos. Por otra parte en política las cosas se olvidan pronto, y lo sucedido en el caso de Maduro será asunto olvidado cuando llegue la próxima elección presidencial. Pero lo sucedido en Venezuela está ahí, y puede servir ahora de provechosa lección. Los amigos que se reunían en el café de chinos trataban muy mal a Chang, el dueño del establecimiento. Lo hacían objeto de constantes burlas, lo molestaban en cuantas formas podían. El hombre no decía nada; con oriental paciencia soportaba los malos tratos de sus impertinentes parroquianos. Cierto día éstos, movidos quizá por el espíritu de la Navidad que se acercaba, decidieron cambiar. Llamaron al hombre y le dijeron: «De hoy en adelante, Chang, nos vamos a portar bien». «Glacias -contestó el otro-. Y en adelante Chang les menealá el café con la cuchara». Los tipos se inquietaron: «Pues ¿con qué nos lo meneabas antes, cuando nos portábamos regular, o de plano mal?». Respondió Chang con una gran sonrisa: «Cuando se poltaban legulal se los meneaba con el dedo». FIN.

MIRADOR

En la aldea los hombres pidieron a San Virila que hiciera algún milagro. No reparaban en que cada uno de ellos era un milagro.
San Virila hizo que le trajeran una vela. Dijo en voz baja ante ella una oración y la vela se encendió. Los hombres quedaron admirados, y algunos de ellos declararon que ahora si creerían en Dios. No reparaban en que Dios enciende el Sol todos los días.
Ya se alejaba San Virila cuando una súbita ráfaga de viento apagó la vela. Llamaron los hombres a San Virila y le mostraron la vela, que se había apagado. Y dijo el santo:
-Encender una vela no es ningún milagro. El verdadero milagro es mantenerla encendida.
¡Hasta mañana!…