De política y cosas peores

31/01/2019 – El cuentecillo con que empieza hoy esta columneja merece el calificativo de «vitando», aplicable a todo aquello que se debe evitar. Lo leyó doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral, y sufrió un súbito episodio de enterocolitis crapulosa, colicuativa y paradójica que hasta el momento los médicos no le han podido controlar. Lean mis cuatro lectores ese chascarrillo, pero tengan a mano algún fármaco que los prevenga contra el riesgo de flujos, carrerillas, cursos, colerinas, cámaras o pringapiés. Nuda y Corito eran socios de una agrupación nudista para hombres y mujeres, el Club «Dicks & Tits», cuyo lema era «Ventilemos nuestras diferencias». Una tarde salieron a pasear por el jardín del club. De pronto él la tomó por los hombros y le dijo con impetuoso acento: «¡Te deseo mucho, Nudita!». Bajó ella vista y exclamó: «¡Mira, de veras!». (No le entendí). La película «Roma» despertó en mí recuerdos entrañables. Evoqué a Lucía, mi nana, que me arrullaba cantándome en voz bajita los himnos de la iglesia: «El demonio al oído / te está diciendo: / Deja misa y rosario, / sigue durmiendo .». Desde entonces siempre que escucho un canto religioso me duermo de inmediato. Vino a mi memoria Goya, que oía con nosotros el programa de preguntas y respuestas del Doctor IQ, y lo corregía: «Ahí sí se equivocó el Doctor. A los perezosos no se les llama remisos . Remisos son los conscriptos que no marcharon cuando les tocaba. A los perezosos se les llama güevones «. Recordé a Crucita, que vio en la tele a Benedicto XVI oficiando su primera misa como Papa. «No la sabe decir bien -opinó-. Será que apenas está empezando». La película habla de las criadas -la palabra «criada» ya no es políticamente correcta-, que dejaban -y dejan todavía- la vida en casas ajenas cuidando hijos ajenos, rompiéndose el lomo para dar gusto a la señora -tan remisa ella- o resistiendo el acoso del patrón o de los «niños» en edad ya de acosar. «Roma» tiene momentos espléndidos que emocionan y conmueven. Maravillosa es la presencia en ella de Yalitza Aparicio, que con su actuación sin actuación ha hecho más que mil feministas por los derechos de la mujer, y más que 2 mil histriones de pasamontaña y pipa para hacernos volver los ojos a las etnias mexicanas. Con esta bella obra Alfonso Cuarón enriquece la cinematografía mexicana. Independientemente de las estatuillas que reciba, las numerosas nominaciones al Óscar que obtuvo son ya merecido reconocimiento a su extraordinaria calidad. Don Chinguetas llegó a su casa en horas de la madrugada, cuando ya el astro rey asomaba las pompas por los balcones del oriente. Doña Macalota, su esposa, lo estaba esperando hecha un obelisco. (Nota de la redacción: Seguramente nuestro estimado colaborador quiso decir «hecha un basilisco»). De inmediato la fúrica señora percibió en su marido tres olores: a licor trasnochado, a perfume barato de mujer y a jabón chiquito de los que se usan en los moteles de pago por evento. Además el casquivano señor mostraba profusas manchas de lápiz labial en rostro y cuello, y vaya usted a saber si también en otras partes no visibles de su cuerpo. Doña Macalota le preguntó, encrespada: «¿Dónde estuviste anoche, bribón?». «En casa de un amigo» -contestó don Chinguetas. «¡Mientes! -rebufó la esposa-. ¡Te has de haber ido por ahí con alguna vieja de tu misma calaña! ¿Cómo explicas esas manchas de colorete?». Respondió el marido: «Seguramente me las puso sin que me diera cuenta algún antiguo novio tuyo que quiere destruir nuestro feliz matrimonio. Ya te dije que estuve en casa de un amigo. Tú los conoces a todos. Llama a cualquiera de ellos y de seguro corroborará mi dicho». FIN.