A García Harfuch no le pesan las sombras de su abuelo o de su padre

Omar Hamid García Harfuch asegura que “no le pesa” ese oscuro pasado familiar porque, simplemente, no lo vivió ni influyó para obtener el cargo que hoy ostenta. De hecho, rechaza toda clase de represión y tortura como método contra la inseguridad y violencia en la ciudad y el país. Por el contrario, destaca la disciplina, el patriotismo y el “amor por México” que aprendió de su línea paterna.

CIUDAD DE MÉXICO.- La estirpe de sus ancestros por la vía paterna marca a Omar Hamid García Harfuch, titular de la Secretaría de Seguridad Ciudadana en la Ciudad de México: su abuelo, el general Marcelino García Barragán, fue jefe del Ejército en 1968; su padre, Javier García Paniagua, estuvo al frente de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) durante la Guerra Sucia y fue jefe de la policía del Departamento del Distrito Federal en 1988.
En entrevista con Proceso, García Harfuch asegura que “no le pesa” ese oscuro pasado familiar porque, simplemente, no lo vivió ni influyó para obtener el cargo que hoy ostenta. De hecho, rechaza toda clase de represión y tortura como método contra la inseguridad y violencia en la ciudad y el país. Por el contrario, destaca la disciplina, el patriotismo y el “amor por México” que aprendió de su línea paterna.
“El Tigre”, García Barragán
A Marcelino García Barragán le decían El Tigre o El General. Nació el 31 de mayo de 1895 en El Aguacate, Cuautitlán, Jalisco. A los 18 años se enroló como soldado en la Revolución en las tropas de Francisco Villa en Chihuahua, y en 1920 ingresó al Colegio Militar.
Combatiente en la Guerra Cristera, ocupó jefaturas del Ejército en distintos estados. De 1940 a 1942 dirigió el Colegio Militar, donde permitió “tradiciones” de bienvenida a los cadetes como envolverlos en alfombras o colchones viejos y lanzarlos a la alberca de agua helada, sin importar si sabían nadar.
Gobernó Jalisco de 1943 a 1947. En 1960, Adolfo López Mateos lo reincorporó al Ejército como jefe de la zona militar en Toluca y Querétaro. En 1964 Gustavo Díaz Ordaz lo puso al frente de la Sedena. Integrantes del Comité 68 lo señalaron como uno de los responsables de la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.
En su libro Parte de Guerra. Tlatelolco 1968 (Editorial Nuevo Siglo Aguilar, 1999), Julio Scherer García, director fundador de Proceso, y el escritor Carlos Monsiváis revelan que García Barragán responsabilizó al general Luis Gutiérrez Oropeza, entonces jefe del Estado Mayor Presidencial, de colocar, sin su consentimiento, a 10 francotiradores vestidos de civil en los edificios con la orden de disparar contra los estudiantes y soldados que estaban en la plaza en el mitin de aquella tarde.
Tras la matanza García Barragán se retiró de las Fuerzas Armadas, aunque en los setenta influyó en los nombramientos de generales que participaron en la Guerra Sucia. Murió de cáncer en el Hospital Militar el 3 de septiembre de 1979. Tenía 84 años.
Para el nieto del Tigre, el 2 de octubre de 1968 “es una fecha sumamente dolorosa. Más que la fecha, lo que sucedió. Los hechos, jóvenes con ideales reales. Y es inaceptable, por supuesto, cualquier tipo de represión del gobierno, que no necesariamente podemos culpar al Ejército, como lo documentan en varios libros, no sólo la responsabilidad fue del Ejército… La historia se conoce y creo que no hay una sola persona en este país que pueda sentirse cómodo con lo que pasó ese día”.
Lo ocurrido hace 51 años representa, para García Harfuch, “profunda tristeza como ciudadano, pero como autoridad (nos toca) asegurarnos de que no vuelva a ocurrir. La responsabilidad de las personas que estamos en un puesto de autoridad como éste, donde hay involucradas fuerzas del orden, es que no vuelva a ocurrir ningún tipo de represión en nuestro país”.

Casi presidente, García Paniagua
Javier García Paniagua siempre estuvo cerca del poder, como político y funcionario; incluso se quedó en la línea para ser candidato presidencial del PRI en 1981. Un año después nació su hijo Omar Hamid.
Jalisciense como su padre, García Paniagua nació el 13 de febrero de 1935 y creció con el ejemplo militar. Conocedor del ramo agropecuario, se desempeñó en varias empresas públicas, fue gerente de la Mutualidad del Seguro Agrícola en Colima y gerente del Banco Regional Agrícola Michoacano. Militante del PRI, fue senador de 1970 a 1976 y delegado en 15 estados.
Dirigió la DFS, conocida como la policía política del Estado, encargada de la Guerra Sucia en los setenta y caracterizada por la persecución política y las desapariciones forzadas. En 1978 fue subsecretario de Gobernación, donde se hizo acompañar de Miguel Nazar Haro, creador de la temible Brigada Blanca, perseguidora de integrantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Entre 1980 y 1981 fue secretario de la Reforma Agraria; presidente nacional del PRI y secretario del Trabajo y Previsión Social. Entre la “mano dura” de García Paniagua y la experiencia financiera de Miguel de la Madrid, José López Portillo prefirió a éste como candidato presidencial.
Siete años después, en 1988, por invitación del presidente Carlos Salinas de Gortari, el regente Manuel Camacho nombró a García Paniagua titular de la Secretaría de Protección y Vialidad en el Departamento del Distrito Federal; de inmediato llamó a su lado a Nazar Haro. Los entonces asambleístas Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Ibarra de Piedra se opusieron a la designación. El 24 de noviembre de 1998, a los 63 años, García Paniagua murió de un infarto en Guadalajara. Su hijo Omar Hamid tenía 16 años.

“Tortura es ilegal e inútil”
El actual jefe de la policía de la Ciudad de México cree que su padre no lo habría imaginado en el mismo puesto que él ocupó 31 años atrás. Cuando eso pasó, Omar Hamid tenía sólo seis años, corta edad para entender cómo funcionaba la policía en aquel entonces.
Dice: “Hay cosas que no conozco. Sé más de la carrera política de mi padre que de cuando ocupó dos puestos en la policía, donde no estuvo mucho tiempo porque no era algo que él disfrutara mucho. Sería mentir si digo que me pesa algo que no conozco. Hay cosas de las que no puedo ni siquiera emitir una opinión porque no sé ni cómo trabajaban en esa época”.
–Hay muchos libros sobre el tema… –se le comenta.
–Sí, pero yo nunca escuché de mi papá una aprobación a la tortura, a la represión, sino todo lo contrario. El ejemplo que tengo de mi papá es de preservar el orden, respetar las leyes, amar a México. No tengo el ejemplo contrario donde yo podría emitir una opinión que me avergonzara o que fuera dolorosa para mí.
García Harfuch asegura que en el método de investigación que aplica su equipo de trabajo “no está ni siquiera considerado cualquier método de tortura”. Su proceder, añade, es hacer investigaciones “muy profundas, robusteciendo carpetas de investigación para que cuando sean detenidas las personas, no tengamos que preguntarles absolutamente nada”.
Sobre el hecho de que su padre pudo ser presidente de la República, dice que no recuerda mucho. De hecho, afirma: “nunca me habló de la posibilidad de ser candidato. Nunca. Si bien era muy cariñoso con nosotros, también era enérgico y estricto. Era un hombre muy reservado”.
–¿Sí era de mano dura?
–Aunque mucha gente no lo sepa, era un hombre sumamente generoso. Sí era duro, estricto. Pero el mayor ejemplo que vi de mi papá lo resumo en generosidad. Definitivamente. Un hombre con una sensibilidad social muy aguda y con un amor a México que pocas veces se ve. Le tocó un México complicado, de mucha inestabilidad en ciertos rubros de la seguridad.
–¿Le pesa la historia familiar?
–No. Yo tengo una ventaja: cuando entré a la Policía Federal ni quien preguntara por mi papá, porque nadie sabía quién era. Cuando me empieza a ir bien y tomo cargos importantes, me dicen: “¡Ah!, es por su papá y por su abuelo”. Cuando entré, mi papá tenía 10 años de fallecido. No veo cómo me ayudara en una generación nueva, donde nadie de la policía había trabajado con él, los mandos eran muy jóvenes. No podía haber influencia de mi papá, mucho menos de mi abuelo.
–Hay quien menciona que tiene la sombra de ambos. ..
–Con mucho respeto a quien opine eso, creo que es una opinión muy injusta. Juzgar nada más por ser hijo o nieto de alguien sí sería complicado.