Manuel Valdés, el ‘Loco’ más cuerdo del mundo

El Loco Valdés se paró de su silla y visiblemente molesto me invitó a salir de su camerino en el ala izquierda, detrás del escenario del teatro Blanquita.

Yo había estado preparando el encuentro durante meses, así que no lo iba a dejar escapar tan fácil. Entonces, revisé el cuestionario que había preparado junto a Fernando Rivera Calderón, mi amigo y editor en MILENIO y le solté otra de mis preguntas:

–¿Se comería un niño?

–¡¿Queéeee?! –creo que con esa pregunta sí lo hice encabronar.

–¡Le voy a hacer un niño a usted!, ¡Sálgase por favor?, alegaba sin darse cuenta de que ahí me había soltado un buen chiste, de esos que como reportero había venido a buscar.

“Oiga, pero se supone que usted está loco”, le reclamaba mientras él amagaba con cerrar la puerta estando yo aun dentro de su amplio camerino. “Eso es lo que todos creen, ¡fuera!”, me insistía para mostrar esa faceta poco conocida de su personalidad: la solemnidad.

Corría el año 2000 y el Loco Valdés realizaba una temporada en el Blanquita en una de las últimas carteleras “de revista” que ese teatro ofreció antes de desaparecer. Esa noche se presentaba, junto a Alejandro Suarez, en “Dos tercios de una Ensalada” (de Locos) en la que realizaban sketches de “Marisa y Andrea” y otros personajes de esa popular serie de TV de los años setenta.

El plato fuerte de aquella revista en el teatro era el cantante Gualberto Castro, que ese año ya estaba en franca decadencia. Al igual que en la serie «La Carabina de Ambrosio», El Gualas actuaba como ese falso maestro de ceremonias, además de cantar la mayor parte de los números musicales a un teatro con escasas cien personas, en esa la segunda función de viernes por la noche.

Recuerdo que me presenté por una puerta lateral y uno de los empleados me dejó pasar al ver mi credencial de prensa y decirle que venía a buscar al Loco. De haber sido un matón, habría sido muy fácil cometer el crimen perfecto. Pero, ¿quién querría matar al Loco Valdés aparte de Verónica Castro por haberle hecho un hijo igualito a él?

Así es que, luego de que el desinteresado empleado me dejó pasar, me dirigí a la parte de los camerinos y preguntando llegué al de Alejandro Suárez que tenía la puerta abierta. Ahí en una silla el Loco aguardaba para entrar a escena. Faltaba casi una hora, tiempo suficiente para poder platicar con él, así es que luego de que Suárez me preguntó “¿asunto?”, me presenté.

–Señor Valdés, lo vengo a buscar a usted, soy reportero.

–Ahí te hablan, le dijo Suarez a Valdés, quien con gesto agrio me miró y asestó: «¡Ah, es usted!»

Durante el año anterior a este encuentro al menos una vez por mes marcaba al teléfono de la casa de Manuel Valdés, quien al parecer vivía por los rumbos de Satelite, en el Estado de México, muy cerca de la capital mexicana. Salvo la primera ocasión en la que me respondió y paró con un seco “ahorita no estoy dando entrevistas”, decidí insistir una vez al mes. El Loco me tomó la medida, y al responder la llamada, en ocasiones lo hacía fingiendo la voz. O más aguda o más grave. Pero era un hecho que era él, cosa que me tenía muy divertido y que por supuesto no me orillaba a desistir.

La última pregunta que le hice aquella vez en el Blanquita ya la escuchó con su puerta cerrada: “¿cae más rápido un hablador que un loco?”. No me respondió.

Segundo Sketch
La siguiente vez que pude entrevistar al Loco Valdés, las cosas fueron muy distintas. Sucedió en el verano del 2002 durante el mundial de futbol Corea-Japón, cuando el canal Ponchivisión tuvo la brillante idea de poner a narrar los partidos al trio de la Ensalada de Locos, Manuel Valdés, Héctor Lechuga y Alejandro Suárez.

Para eso llegué a las cuatro de la mañana a un estudio cercano a las instalaciones de Televisa donde me tocó escuchar como este trío narraban el partido Uruguay vs Francia. Yo creo que el hermano de Tin Tan no me reconoció, o se hizo el loco pero, obligado por un compromiso profesional, tuvo que enfrentar mi grabadora durante los diez minutos pactados en que tuve frente a mí al trío que concibió uno de los productos más bizarros en la historia de la TV mexicana.

“¿Están locos de contentos con el Ponchigiol?”, les solté parafraseando una línea del “Jibarito”.

Suárez atacó: “Imagínate yo, que mi hijo es el productor del programa donde Lechuga está contentillo al igual que el señor Valdés porque nos gusta nuestro trabajo y que la gente nos diga cosas amables.

–¿Cómo se preparan antes de cada partido?– quise saber.

–Sólo hacemos lo que sabemos, o sea, «jaladas»– aceptó Alejandro Suárez –Nos preparamos desde hace tiempo atrás que nos conocemos y al vernos ya sabemos quién dice, quién secunda y quién se calla.

–Yo me preparo a lo loco– atinó a decir Manuel Valdés –es decir, al natural.

Héctor Lechuga, con sus ojeras aún más grandes por las desmañanadas, atacó que “todo es prácticamente ad libitum, lo que va saliendo, es frescura natural, frescura alechugada, frescura fresca, frescura de altura”.

–¿Ponchito paga bien?– fue otra de mis dudas que el trío respondió.

–Fíjate que no trabajo por dinero, sino por necesidad– aclaró Alejandro.

–Si entramos aquí es porque paga bien. De repente no aceptamos ofertas porque seguimos cotizándonos y no tenemos por qué humillarnos– ironizó don Manuel.

–No hemos visto todavía la feria, pero cuando llegue te digo– reculó Héctor Lechuga.

Rememorando su atuendo de hippies setenteros, les pregunté el por qué para narra los partidos del mundial no se habían dejado las patillas. “Por nuestros huevillos”, me aclaró el Loco antes de soltar una carcajada a la que nos unimos todos. “En los setenta nos las dejábamos pues eran los tiempos de López Portillo”, sentenció Suárez.

Finalmente tuve oportunidad de ensayar ese intercambio que tanto soñé con Manuel El Loco Valdés, aunque fuera mínimo:

–¿Cree que el milagroso campeonato del América otorgue más esperanzas a la selección mexicana en este mundial? (Corea-Japón 2002)

–No tiene que ver una cosa con otra. El América es terriblemente superior a todos los equipos del mundo.

–De haber sido jugador, ¿qué posición hubiera jugado?

–Cuando jugué siempre fui centro delantero. ¿No ves que soy alto fuerte y …?

–¿Cabezón?

–No, cabezón tengo ya sabes qué. Soy certero pues dónde pongo el ojo pongo la bala.

Luego de una larga enfermedad Manuel Valdés falleció la madrugada de este viernes 28 de agosto, dejando en la imaginación de la gente el estereotipo de sus personajes, siempre fuera de control y de contexto. Descanse en paz.

Agencias