Locuras Cuerdas

Precuelas de la película «El Padrino»

Siempre he pensado que la película “El Padrino” es un curso intensivo de varios factores que el ser humano necesita en su vida cotidiana, al menos son tres, toma de decisiones, valoración de la realidad por encima de las palabras y algo todavía más profundo es cómo aprender a no reaccionar cuando las cosas se salen de control. La historia de la película atrapa, pero hay otra historia detrás que también nos deleita.
Una precuela es un antecedente del producto principal, y lo ocurrido antes de que el director Francis Coppola o el escritor Mario Puzo llegaran a Paramount fue determinante para que surgiera la idea de la película de la familia Corleone.
Cabe señalar que Francis Coppola, director del “El Padrino”, afirmaba a los cuatro vientos que su película no trataba propiamente de gánsteres, más bien era una metáfora del capitalismo estadounidense, del sueño americano, aquella mítica batalla por el control que aun subsiste.
Antes de comentar la importancia del inicio de «El Padrino», permíteme sesudo lector mencionarte las frases iniciales de grandes obras que son famosas, “En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” de El Quijote de la Mancha; “Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera” de Anna Karenina; “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” de Cien años de soledad; de igual forma la frase inicial de la película de Mario Puzo tiene su genialidad conectada a la realidad.
“Yo creo en América”, dicha por el sepulturero Bonasera frente al fascinante personaje de Vito Corleone, expresada en Nueva York, EU, en la tierra de las infinitas oportunidades con un sistema de justicia que le ha fallado, pues los violadores de su hija salieron libres y él pide la justicia de El Padrino; decía Coppola, “Esto es Shakespeare, es lírico, bíblico, épico, maldad contra maldad”. El Padrino es una historia de hombres que deciden unirse y forman un vínculo para buscar la justicia a través de la lealtad, no de la ley. ¿Le suena familiar con nuestra fustigante realidad?
Toda una creación de misterio y de intriga que nos permite echar ojo a una subcultura secreta de la que solemos estar distantes, lejanos y privados; una película que rompió las reglas, una característica propia de su extraordinario productor Albert Ruddy, quien antes de siquiera conocer el guion de esta majestuosa película llegó a presentarse con Bob Evans, director ejecutivo de los estudios Paramount. Dos grandiosos talentos, hombres de verdadero contenido interno y por lo mismo algo petulantes y seguros de sí mismos. Una personalidad satanizada por los mediocres.
Pues bien, esta es la precuela de El Padrino, Albert Ruddy sin conocer aún a Bob Evans se presentó con él sin cita, eso hacen ocasionalmente los grandes, y le dijo: ¿Bob Evans?, Al Ruddy, quisiera hablar, ¿Tiene un momento? A lo que Evans petulantemente, eso hacen ocasionalmente los grandes, le respondió: Estoy casi seguro de que no estás en mi agenda, pero tú ya lo sabías ¿no? ¿Cómo entraste al estudio?
Al Ruddy le replicó: Ni que fuera el Fuerte Knox. Evans gratamente sorprendido por la respuesta abrió el diálogo con Ruddy y le preguntó: ¿Qué puedo hacer por ti Ruddy? Y a continuación se dio la respuesta que fue el verdadero inicio de la película “El Padrino”. Albert Ruddy con enorme y sobrada seguridad le respondió lo siguiente: Se trata de lo que yo puedo hacer, quiero producir para Paramount.
¿Qué te hace creer que estás calificado para eso?, dijo Evans. La respuesta que vino no le agradó mucho pues Ruddy le espetó: Leí que usted empezó vendiendo ropa de mujer interpretando papelitos y aún así supo llegar. Esta respuesta puso en guardia dialéctica a Evans y entendiendo que no estaba con un mediocre y quizá un poco molesto por esa referencia en su biografía que hubiera preferido mantener escondido bajo llave con tres candados le respondió: ¡No Ruddy! No digas “papelitos” cuando vienes de adulador. Hoy en día trabajo con puro grande cara a cara.
Y una vez desahogado el enorme ego, Evans le dijo ya con aire de satisfacción: Está bien, me recuerdas a mí y soy muy sentimental, además estoy de buenas, vamos a comer y hablemos de tu futuro.
Querido y dilecto lector, en ese futuro aludido por Evans estaba nada más ni nada menos que la genialidad de El Padrino como película. Dos petulantes midieron fuerzas de talento y supieron consolidarlas para un objetivo en común que fue prácticamente el tejido de uno de los mejores films de la historia del séptimo arte. Siempre hay una historia por contar, solo hay que encontrarla.
El tiempo hablará.