Locuras Cuerdas

Jorge Chávez

05/10/17

Lo que sucede en Las Vegas, ¿Dónde se queda?

El amor se pierde cuando creemos haberlo encontrado. Fiodor M. Dostoyevsky.
Imitando el estilo de Catón, autor de la columna “De política y cosas peores” permítame, querido lector, plasmarle un chascarrillo bastante cruel pero que describe magistralmente la filosofía de la segunda enmienda, que permite la venta indiscriminada de armas en EU. Entra un psicópata a una tienda en Nueva York y dice al vendedor: Me da por favor un rifle de asalto con mira telescópica y cuatro mil municiones, y una caja de penicilina; a lo que el vendedor le responde con un aire de autosuficiencia chocante: Perdón caballero, le venderé solo el rifle de asalto porque no le podemos vender antibiótico sin receta.
El evento sucedido en Las Vegas, bastante trágico pero también y tristemente bastante cotidiano y reiterativo, en el cual un ser humano decide, en medio de sus resquemores desconocidos por todo el entorno social en el que se movía, tener un exabrupto violento, mortal y absurdo, me tiene desde entonces sumergido en largos y fríos razonamientos que me llevan a indagar largamente el sentido de nuestras vidas y que ahora, mi querido lector, comparto con usted.
No cabe duda que vivimos en un mundo profundamente séptico, es decir que muchas de las acciones de quienes lo habitamos produce cierto nivel de putrefacción. Solo una mente profunda y un ojo analítico pudieran detectar este tipo de personalidades descritas magistralmente por los grandes novelistas clásicos como Balzac, Dostoyevsky y Tolstoi. En este tenor cabe señalar que el psicópata tiene la habilidad de mimetizarse y camuflarse, es decir con suma facilidad puede adoptar la apariencia de los seres u objetos del entorno y en un malabarismo existencial y en pleno uso de su inteligencia puede parecer justamente lo que no es, o quizá su patología no lo exime de ser gentil, amable y linda persona ocultando en los pliegues de una personalidad fascinante e incluso responsable en sus obligaciones diarias la esencia de su padecimiento, que, de no detectarse a tiempo puede manifestarse en la tragedia que ocupa la atención mundial desde el domingo pasado por la noche.
Se presume que todos tenemos un cierto nivel de locura, unas derivan en tragedia, otras en incomprensibles desbordamientos humanos de pasión en cualquiera de sus variantes y las mas en la apacible contemplación pacífica de ver pasar la vida como un espléndido río de sucesos en la cual es muy cómodo ser solo observador y no protagonista. Y así como en un río el cauce es el mismo pero el agua es otra, en el fluir de la vida los hechos pueden ser los mismos pero los personajes son otros.
El crimen masivo de personas, como el de Las Vegas u Orlando, es realizado por psicópatas de diversas partes de EU cuyos hechos los vincula con un parentesco psicológico indudable pero intangible hasta parecer el mismo individuo en distintas etapas de evolución de un complejo de inferioridad que llegue a una manía persecutoria y se transforma, sin que nadie se percate de las potenciales dimensiones de una locura que está ya en germen, en personas violentas que muy en su interior se sienten vejados, perseguidos o humillados.
Y como una cruel repetición, ya nos sabemos de memoria lo que viene después de esto; los trágicos hechos nos llevan a bote pronto a plantear la posibilidad de reformar la segunda enmienda de la Constitución de los EU que es la que da el derecho a la posesión de armas. Esto se diluirá en frases ya conocidas por anteriores eventos similares y al final todo quedará en un gatopardismo existencial y político, de forma mediática y estrepitosa se mueve todo para al final quedar igual.
La facilidad que da la segunda enmienda que permite a un ciudadano “común” y hasta “ejemplar” poder abastecerse de hasta veinte rifles de asalto e introducirlos en un hotel de primera sin que nadie se percatara del potencial peligro, es el precio absurdo e incomprensible que la sociedad norteamericana está dispuesta a pagar por lo que ellos llaman su seguridad.
Los seres humanos hemos evolucionado en la fría mezquindad de una sociedad que busca satisfacciones solo en la apariencia. Nos olvidamos de la propuesta del escritor ruso Dostoyevsky quien a sus 23 años inspirado en su auténtica admiración por Jesucristo, sugería hacer del amor un imperativo social para quien el hecho de amar no se complicaba con problemas sociales ni políticos. En contraste, el súper hombre de Nietzsche, aplastado bajo la voluntad de la dupla perversa: vivir con hedonismo y dominar, es justamente el ritmo de vida que hoy prevalece en este mundo, en algunos lugares más acentuado que en otros y que se convierte en tierra fértil y perfecto caldo de cultivo para motivar exabruptos humanos violentos con las consecuencias ya conocidas. Lo triste es que ya hay otro psicópata deambulando por ahí para manifestarse con efervescencia trágica.
El tiempo hablará