De política y cosas peores

«¡Claro que somos marido y mujer!» -le dijo don Chinguetas al recepcionista del hotel, que lo miró con ojos de sospecha cuando llegó con una estupenda morenaza. Y añadió para mayor certeza: «Yo soy el marido de mi mujer y ella es la mujer de su marido». El prisionero iba a ser fusilado a las 6 de la mañana. Contando los minutos aguardaba que se cumpliera su destino. Entró en la celda el padre Arsilio y le anunció: «Hijo mío: te he conseguido una hora de gracia». «¡Qué bueno, padrecito! -se alegró el infeliz-. ¡Que pase Gracia!». El recién casado le preguntó con emoción a su dulcinea: «¿Me amarás cuando sea viejo, gordo y calvo?». «La verdad, no sé -respondió ella con inusual franqueza-. Bastante trabajo me está costando amarte ahora que eres joven, flaco y greñudo». La paciente le reclamó, furiosa, al doctor Ken Hosanna: «¡A consecuencia del medicamento que me dio me creció considerablemente el vello en las axilas y otras partes!». La revisó el facultativo y dijo: «El vello no se lo puedo quitar, pero le puedo hacer trencitas». Un individuo a quien apodaban el Pichón casó con Castalina, muchacha ingenua y púdica. Al empezar la noche de las bodas el desposado se presentó por primera vez al natural ante su mujercita. Cuando lo vio ella supo de inmediato que el apodo de su marido no tenía nada que ver con cosas columbinas, o sea de palomas, sino que hacía alusión a la munificencia con que natura lo dotó. Le pidió, suplicante: «Pichón: te ruego que actúes con delicadeza. Tengo débil el corazón». Descuida -la tranquilizó el bien guarnido galán-. Te prometo que hasta allá no llegaré». Ninguna duda cabe de que la vida cívica y política de México se ha ido degradando en estos tiempos últimos. No hablo del régimen actual: esa degradación viene de muy atrás; a ella contribuyeron por igual gobiernos y partidos. Aun así ver campar en el tinglado público a personajes como Bartlett o Mireles, contemplar acciones como las de la CNTE en la Cámara que antes era baja y ahora es bajísima, oír al Presidente de la República hacer frente a los criminales con benévolas exhortaciones a que piensen en sus mamacitas, todo eso da muy pocos motivos para esperar que el civismo y la calidad de la vida política de México habrán de mejorar en un futuro próximo. Por fortuna para la comunidad hay organismos de la sociedad civil que han levantado la voz contra la corrupción de antes, y la levantan contra la impunidad y las ilegalidades de ahora, y que han conseguido con sus denuncias logros de mucha relevancia. Preocupa, sin embargo, la actitud sumisa y obsecuente de los directivos de importantes organismos representantes de la iniciativo privada, los cuales, ya sea por interés o por prudencia que bien puede ser calificada de excesiva, adoptan una conducta pasiva y timorata frente al régimen, en vez de criticar y combatir medidas que en ocasiones van contra sus propios intereses y que son amenaza para los ámbitos de libertad y democracia tan trabajosamente conseguidos. Los tiempos que está viviendo México -«la hora actual con su vientre de coco», diría López Velarde de esta época preñada de acontecimientos- reclaman de los ciudadanos una actitud crítica y vigilante. No caben ahora ni la omisión culpable ni la claudicación interesada frente a los excesos que trae consigo el abuso del poder. Frente a un estado autoritario deben invocarse las garantías individuales consagradas por la Constitución, hoy por hoy amenazadas. Larga salió la perorata. Quizá pueda ser atemperada con un breve cuentecillo final. La señora le dijo al juez de los divorcios: «Mi marido me engaña. Él no es el padre de nuestro hijo». FIN.