De política y cosas peores

Estoy feliz: el jefe ya me cogió confianza». «¡Mira qué desgraciado! ¡A mí sin fianza!». Expresiva palabra esa, «confianza», cuya significación no alcanza a amenguar la sicalipsis de la historietilla que al principio puse. Tener confianza implica tener fe; creer en algo o alguien; esperar lo bueno. Las recientes designaciones hechas por Claudia Sheinbaum, y el previo anuncio de que Rogelio Ramírez de la O seguirá al frente de la secretaría de Hacienda, suscitaron confianza general. He aquí un verdadero gabinete, no una carpa de títeres y marionetas como la que -salvadas muy pocas excepciones- manejó López Obrador. Cuando la futura Presidenta fue electa yo pedí, contra muchas voces razonables, que le diéramos el beneficio de la duda. No eran pocos los que daban por seguro que la señora sería un mero instrumento en manos del Caudillo para conservar el poder y llevar adelante su dominación. Ciertamente las repetidas declaraciones de la candidata oficial en el sentido de que se dedicaría a poner un segundo piso a la mal llamada 4T fortalecieron ese sentimiento de inquietud. Pero como candidata no podía decir otra cosa. Aún ahora la sombra de Obrador pesa sobre ella, y me temo que seguirá pesando todavía después de que la nueva mandataria asuma el cargo. Una de las tareas de quienes integrarán el gabinete presidencial será ayudar a Sheinbaum a ser la Presidenta, a librarse del lastre que serán para ella las eventuales pretensiones de AMLO de retener en cualquier forma su poderío, o al menos, partes de él. Por fortuna la reciente Historia nos enseña cuál es el destino de los jefes máximos: siempre acaban por volverse mínimos. Todo indica que Claudia Sheinbaum está formando por sí misma su equipo de trabajo sin imposiciones del que ya se va. Al hacerlo ha puesto la política por encima de la politiquería, como lo demostró al dar a Marcelo Ebrard un cargo de importancia sin traer a la memoria los exabruptos que alguna vez le enderezó el ex Canciller. A diferencia de López, ella tomó en cuenta el interés nacional, y no sus rencores personales. Buena señal es ésa. La futura Presidenta está infundiendo confianza. Y la confianza es esperanza. Enhorabuena. Un individuo le contó a otro en el Bar Ahúnda: «Mi esposa se fue de la casa con mi mejor amigo». «¡Oye! -exclamó el otro en tono al mismo tiempo de queja y de reclamo-. ¡Siempre creí que yo era tu mejor amigo!». Replicó el individuo: «Lo fuiste hasta que ese hombre al que no conozco se llevó a mi esposa. Ahora él es mi mejor amigo». Mister Bender salió cae que no cae de la cantina de su club, donde había empinado el codo más de lo que aguantaba el resto de su cuerpo. Con tartajosa voz le preguntó al portero: «¿Dónde dejé mi saco?». Le informó el hombre: «Lo trae usted puesto, señor». «Qué bueno-le agradeció el oscilante beodo-. Si no me lo dices me habría ido sin él». (Don Abundio el del Potrero tiene una frase aplicable a cualquier ebrio del mundo: el vino hay que saber mearlo). Por discreción me resisto a decir lo que sucedió aquella noche en el asiento trasero del automóvil de Afrodisio, vehículo en el cual el lascivo galán llevó a la ingenua doncella Dulciflor al solitario paraje conocido como el Ensalivadero, propicio por su oscuridad y lejanía a toda suerte de episodios lúbricos. Lo que sí puedo relatar es que al final del trance la joven derramó lágrimas de contrición, y gemebunda le reclamó al avieso tipo: «¿Ahora cómo les voy a decir a mis papás que me hiciste dos veces el amor en tu coche?». «¿Dos veces? -se extrañó Afrodisio-. Fue solamente una». Preguntó entre su llanto Susiflor: «¿Qué ya nos vamos?». FIN.