De política y cosas peores

 Mis cuatro lectores advertirán, no sin sorpresa, que las palabras que llenan hoy mi espacio están excepcionalmente bien escritas. Y es que no son mías. Son de alguien mejor que yo. Su autor es un sacerdote, el padre Pablo Arce Gargollo, capellán de una prestigiosa universidad. Hace algunos días me envió este mensaje, simpático y amable: «Escribe el padre Arce, que guarda prudente distancia, ahora y siempre, de su primo el famoso padre Arsilio. Al cumplir hoy dos six de años, decidí festejarlos con una coronita bien fría, sin virus, un mensaje a mi querido Catón y un artículo que me salió del alma. Te lo envío con un abrazo. Y te tuteo porque eres mi amigo, por tus letras, desde hace más de 30 años». Me conmovió el artículo del padre Arce, bien escrito, bien pensado, bien sentido. Tanto me gustó que le pedí permiso para reproducirlo aquí. El texto de mi amigo -amigo sin haberlo visto nunca- es para leerlo despacio, y para meditarlo. Helo aquí. «El mundo ha cambiado en unas cuantos días. La vida antes del coronavirus es nostalgia y melancolía; la que vendrá después se ahoga tosiendo incesante, hay miedo, fatiga y molestia. Apareció un rayo de esperanza. Pero trae truenos, centellas y fulgores. Un hombre, vestido de blanco, habló al mundo entero. La majestuosa plaza oval de San Pedro, vacía, fue el único testigo. Llegó a paso lento, el corazón encendido, cargando años de sabio pastor. Sotana sencilla, sin abrigo ni paraguas, dando cara a una lluvia fría, los ojos al cielo. Francisco habló pausado, sereno, con fuerza, sin miedo. Nos metió en una barca, dibujó el temporal, preguntó por el miedo, mostró nuestros fallos, nos enfocó de nuevo, animó a nuestros héroes, bendijo a todos. Esperanza de nuevo. En barca añeja y nueva estamos todos. Frágiles, desorientados, necesarios e importantes todos. A remar todos juntos. Dibujó la nueva tormenta. Las densas tinieblas van cubriendo todo. Parálisis en plazas, calles y ciudades. Silencio que ensordece, un vacío desolador. Algo palpita en el aire, son gestos, son miradas. ¡Qué horror! Un grito unánime. ¡Pereceremos! En la popa, lo primero que se hunde, duerme Dios. Hay que despertarlo, nos urgió el Pastor. En el fondo, nadie ha dejado de creer en Él. Todos le preguntan: ¿no te importa que nos hundamos? ¿Qué será de nosotros, de la economía, de mi posición? Despierta Dios. Nos habla su vicario, quien hace sus veces. O, si prefieres, un líder. Nos pregunta: ¿por qué tienen miedo? Piensen. Tratemos de entenderlo. Esta tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad, deja al descubierto las falsas, las superfluas seguridades con las que construimos agendas, proyectos, rutinas y prioridades. Aquí están los efectos de quienes quisieron borrar el alma de nuestros pueblos, de quienes pretendieron anestesiarnos con promesas de paraísos siempre fallidos. Ahí están los resultados. Nos quedamos sin la inmunidad necesaria para enfrentar la adversidad. ¡Bendita tempestad! Se cayó el maquillaje, siempre querer aparentar. Nos sentimos fuertes, capaces de todo. Qué codicia, qué ganancia. Absortos por lo material. Escucha. No seas sordo. Eres tú quien no despierta. Cuántas guerras e injusticias, el lamento de los pobres, un planeta enfermo que se agita. Esta prueba es momento de elección. Es tu juicio. Elige entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa. Separa lo necesario de lo que no lo es. Llegó el tiempo de restablecer el rumbo de la vida. De encontrar a Dios en los demás. Nadie se salva solo.». Agradezco las palabras del padre Arce. Me ayudaron a dar significación a lo que parece no tener sentido. FIN.