De política y cosas peores

Los de antes eran malos: le robaban a México. Los de hoy son peores: se están robando a México. La desmañada maniobra llevada a cabo por la titular de la extinta Comisión Nacional de los Derecho Humanos en relación con el INE fue una muestra más del visible propósito de López Obrador de apoderarse de las instituciones nacionales para de ese modo hacerse dueño del país e imponer su dominio personal sobre él sin ningún freno o contrapeso que lo limite. Todo indica que vamos por el camino que conduce a la dictadura. Aniquilados los partidos de oposición, con un Congreso sumiso al Presidente y una ciudadanía cegada mayoritariamente por el populismo caudillista, nada bueno aguarda a México. La demagogia está tomando el sitio de la democracia; los peones manejados por el rey van avanzando en el tablero. La única esperanza es que los continuos errores de López Obrador le resten popularidad, y que en la elección del próximo año su partido pierda el control del las Cámaras. Tal posibilidad, sin embargo, se antoja de difícil cumplimiento, por la incesante labor propagandística que todos los días -y también los sábados y los domingos- hace AMLO de sí mismo; por su incuestionable cercanía con las que antes eran llamadas «las masas» y ahora llevan el nombre de «pueblo bueno y sabio», y porque una gran parte de los recursos nacionales están siendo destinados a formar una sólida clientela electoral. Quizás esté pecando yo de extremado pesimismo. En ese caso me gustaría que alguien tuviera otros datos. «Antes de hacerle el amor a mi mujer -declaró un tipo- le cubro el cuerpo con pétalos de rosa, y luego se los voy quitando poco a poco usando lengua y labios. Eso la vuelve loca». Dijo otro: «Cuando le estoy haciendo el amor a mi mujer le describo al oído fantasías eróticas de lubricidad desenfrenada. Eso también la vuelve loca». Manifestó el tercero: «Cuando termino de hacerle el amor a mi mujer me seco con las cortinas. ¡Eso la vuelve verdaderamente loca!». Un muchacho se enamoró de una linda chica. La hizo su novia, y después de un felicísimo noviazgo le propuso matrimonio. Ella aceptó igualmente. El enamorado joven le comunicó a su mamá: «Voy a traer a la chica con la que me voy a casar. Con ella invitaré a dos de sus amigas. Quiero ver si adivinas cuál será la esposa de tu hijo». En efecto, llegó al departamento de su madre acompañado por las tres muchachas. Después de un rato de conversación el novio llevó a su madre a la cocina y le preguntó: «A ver, dime: ¿con cuál de las tres me voy a casar?». La señora respondió sin vacilar: «Con la del vestido rojo». El hijo se asombró: su mamá había acertado. Le preguntó, admirado: «¿Cómo supiste?». Explicó la futura suegra: «De las tres fue la que menos me gustó». En la casa de mala nota el cliente conversaba con la sexoservidora: «Me dices que tu mamá es maestra, que todas tus tías son maestras y que tus cinco hermanas son maestras también. ¿Cómo fue entonces que tú te dedicaste a esto?». «Realmente no lo sé -contestó ella, dudosa-. Supongo que fue mi buena suerte». Simplicio, joven varón sin ciencia de la vida, contrajo matrimonio con Pirulina, muchacha sabidora. Antes de comenzar la noche de las bodas le desposada le regaló a su flamante maridito una piyama. Siplicio se emocionó, pues no esperaba recibir en esa ocasión un obsequio así por parte de su amada. Le preguntó: «¿Por qué me regalas esta piyama, vida mía?». Le explicó ella con ternura: «Es que quiero que esta noche estrenes algo». En la habitación 210 del Motel Kamahua ella le dijo a él: «Hazlo con delicadeza, Pitorro. Soy débil de corazón». Replicó él: «Hasta ahí no llegaré». FIN.