De política y cosas peores

«Sé que me engañas» -le dijo don Cornífero a su esposa. Añadió luego: «Y creo saber con quién». «A ver -lo retó ella-. ¿Con quién?». Replicó el marido: «Con mi amigo Pitorrango. Si no es con él, entonces con mi amigo Salacio. Y si no es con ninguno de los dos, entonces con mi amigo Libidiano». Al oír eso la señora se indignó. «¿Pues qué te estás creyendo? -le reclamó airadamente a su esposo-. ¿Piensas acaso que yo no tengo mis propios amigos?». Ya conocemos a Capronio-. Es un sujeto ruin y desconsiderado. El médico, grave y solemne, le informó en el hospital: «Su señora suegra está a las puertas de la muerte». Le pidió con vehemencia el majadero: «¡Pues llame, doctor, llame!». Un joven marido comentó en el club: «Mi esposa y yo hemos sido muy felices en nuestro matrimonio. Nuestra armonía y felicidad se deben a que salimos dos días por semana. Vamos a tomar una copa, a cenar, a bailar, y luego hacemos el amor. Eso nos ha mantenido unidos. Ella sale los viernes y yo los sábados». En la cuestión feminista el régimen actual se ha visto muy machista. Primero fue la actitud, que pareció omisa, de López Obrador en torno de los crímenes cometidos en las personas de mujeres y niñas, y ahora es el hecho de que las dos más conspicuas damas de la 4T primero hayan dicho bien, y luego se hayan contradicho mal, sobre el evento del próximo 9 de marzo, que apoyaron en un principio sólo para desautorizar después, convencidas -o vencidas- por quién sabe quién. En el tema del género AMLO se está viendo más conservador que los más conservadores. A las claras se advierte que no está ni bien informado ni bien asesorado. Necesita ponerse las pilas, si me es permitido usar esa expresión electrolítica, a fin de no verse obsoleto y anacrónico. Romelio, hombre de vida libre, desbaratada y ríspida, llegó a los 40 años de edad sin haber rendido su cerviz al dulce yugo de himeneo. Quiero decir que no se había casado. Solía decir con insolencia: «Hombre casado, hombre capado», y afirmaba que para estorbarle la circulación a un hombre no hay nada como la ceñidura del anillo matrimonial. Un día, sin embargo, lo asaltó el temor de envejecer a solas. Recordaba lo que su madre le decía: «Llórate pobre, pero no te llores solo». Así, decidió buscar novia, y la encontró en la persona de una linda chica de nombre Florimela, virtuosa joven educada en el colegio de las madres Correligionarias, lectora asidua de Hugo Wast y Pérez Escrich y socia de número de la Cofradía de la Reverberación. Ni siquiera tan casto noviazgo apartó a Romelio de sus calaveradas. Le gustaba demasiado «esa dulce pasta», según llamó don Federico Gamboa al cuerpo femenino. Supo entonces que tampoco el matrimonio lo haría cambiar. Eso de la castidad no era para él. Pocos días antes de la boda fue a hablar en privado con el sacerdote que iba a oficiar el desposorio. Le puso en la mano dos billetes de 500 pesos y le dijo: «Le doy esos mil pesos para sus limosnas, padre. A cambio le suplico que cuando me haga las preguntas de los votos matrimoniales omita al dirigirse a mí eso de Prometes serle fiel .». El señor cura se embolsó el piadoso donativo. Llegado el día de la boda se dirigió a Romelio en estos términos: «¿Prometes serle fiel a tu esposa, no poner jamás los ojos en otra mujer, y además entregarle a tu mujer todo el dinero que ganes, llevarle el desayuno a la cama, obsequiar todos sus deseos y obedecerla en todo?». Aturrullado, el tal Romelio sólo acertó a responder: «Sí, prometo». El sacerdote se inclinó hacia él y le dijo al oído: «Te agradezco tu limosna de mil pesos, hijo, pero tendrás que perdonarme: tu novia me dio otra de 2 mil». FIN.