De política y cosas peores

«Todos los días hago el sexo». Eso le dijo doña Thaisia al médico. Se sentía fatigada, añadió, y con síntomas de extenuación. «No es lo mesmo dar que recebir». Con esos campiranos términos explica don Abundio el hecho de que después del acto del amor la mujer salta del lecho, pimpante y salerosa, en tanto que el hombre queda ahí postrado, laso y feble, exangüe, exinanido. Doña Thaisia, sin embargo, mostraba igualmente los efectos de su constante actividad sexual. Le indicó el facultativo: «Hacer el amor todos los días es demasiado. Deberá usted abstenerse de tener sexo por lo menos un día a la semana. Le sugiero que descanse el domingo». «Imposible -objetó ella-. Ése es el día que lo hago con mi esposo». Aviso importante. El día 31 de este mes aparecerá aquí «El chiste más pelado del año». ¡No se lo pierdan mis cuatro lectores!». Tirilita, muchacha en flor de edad, casó con don Achaco, señor de muchos almanaques: era ya sexagenario. En su caso esa palabra quería decir «ajeno al sexo». El viaje nupcial de los disímbolos esposos duró un mes: la novia quiso pasar su luna de miel en Venecia. «Desgraciadamente -contaría luego- todas las calles de la ciudad estaban inundadas, y tuvimos que irnos a otra parte». A su regreso los recién casados fueron a visitar a los papás de ella. La señora notó que Tirilita canturreaba por lo bajo la bella canción de Agustín Lara «Solamente una vez». Le preguntó: «Esa canción ¿te trae algún recuerdo de tu luna de miel?». «Sí -confirmó la joven desposada-. Duró cuatro semanas, y solamente una vez». Astatrasio Garrajarra, ebrio consuetudinario, llegó a su casa a las 6 de la mañana en estado de completa beodez. Para escapar de las justificadas iras de su esposa fingió que se había levantado ya y que en el baño se estaba rasurando. Apareció, ceñuda, la señora y le dijo sin más: «Estás borracho». «No lo estoy -se defendió, tartajoso, el temulento-. Esta cortada me la hice porque se me resbaló el rastrillo». «Posiblemente -replicó la mujer-, pero el curita se lo pusiste al espejo». Una de las buenas cualidades de AMLO es que reconoce las fallas de su administración. No lo hace con frecuencia, claro -¿quién admite siempre todos sus errores?-, pero cuando acepta alguna deficiencia eso merece aplauso. Por ejemplo, en estos días señaló el atraso que sufre su proyecto de descentralizar algunas secretarías y organismos de la Federación sacándolos de la Ciudad de México para enviarlos a diversos Estados del país. Ese retraso, en mi opinión, debería convertirse en cancelación definitiva. Tal descentralización presenta más inconvenientes que ventajas. Es costosa, impráctica, y causará más problemas que aquéllos que pretende resolver. No sólo afectará radicalmente la vida de cientos de miles de personas; también provocará dificultades a las ciudades que deben recibir a esas dependencias oficiales, a más de complicar la operación de los entes descentralizados y de quienes deben recurrir a ellos para el arreglo de los asuntos de su competencia. Bueno es, entonces, que ese complicado plan descentralizador no esté funcionando. Y mejor sería que se arrumbara definitivamente en el cuarto de los trebejos olvidados. El galán y su dulcinea fueron en el coche de él al Ensalivadero, solitario sitio al que acudían las parejitas en plan húmedo a desfogar sus ansias amorosas. Ahí el arrebatado joven besó con ardimiento a la muchacha y le acarició todas sus formas, febricitante y anheloso. «¡Ah, Claribel! -le dijo respirando con agitación-. ¡Uno de estos días!… ¡Uno de estos días.!». Al modo Fox respondió ella, más exaltada aún: «¡Hoy, hoy, hoy!». FIN.