De política y cosas peores

«Mi marido me pide que haga cosas contra natura». Eso les dijo Dulcilí, recién casada, a sus papás. «¡Cielo santo!» -exclamó la madre, consternada. El ceñudo padre preguntó: «¿Qué cosas contra natura te pide ese cabrón que hagas?». Respondió Dulcilí: «Que use bolsas de plástico, que le compre desodorantes de aerosol.». Babalucas ingresó en una banda de maleantes. El jefe de los criminosos le indicó: «Mañana robaremos el Banco de Londres y Cuitla». «¡Ah no! -protestó Babalucas-. ¡Ahí tengo mi dinero!». Don Cachaloto era hombre excepcionalmente obeso. Le decían «el Federer»: rompía todos los servicios. Dos náufragos, hombre y mujer jóvenes, llevaban ya dos años viviendo en una isla solitaria. Cierto día avistaron a lo lejos un navío. Encendieron una fogata y de inmediato el barco viró en dirección a la isla. Le dijo el náufrago a su compañera: «Tardarán por lo menos media hora en llegar. ¿Qué te parece si nos echamos el del estribo?». En el catolicismo la absolución de los pecados se obtiene sólo si el pecador siente contrición sincera de su culpa y hace firmísimo propósito de enmienda. Pienso que ambos elementos están presentes en la determinación del Papa Francisco de abolir el secreto pontificio en los casos de pederastia cometida por sacerdotes o religiosos. Hay una expresión latina muy usada en asuntos eclesiales. Es «in pectore», pronunciada esta palabra como si llevara acento en la e. La locución significa «en el pecho», y es utilizada cuando alguien se reserva para sí algo que no quiere que sepan los demás. Un presbítero le rogó al obispo de su diócesis que lo hiciera párroco. Declaró Su Excelencia: «Lo tengo in pectore, padre». «¡Pues expectóreme, señor!» -exclamó suplicante el padrecito. La Iglesia se guardaba siempre in pectore los casos de pederastia. Al hacer eso se volvía cómplice de los infames que incurrían en tal perversidad. Con la medida dictada por el Papa termina esa viciosa situación. Soy católico -sin merecerlo-, y celebro la acertadísima orden del Pontífice. Al mismo tiempo aprovecho el tema para hacer una acotación: por cada sacerdote indigno hay centenares que cumplen calladamente su misión de bien. La culpa de unos no debe caer sobre todos. Por lo demás sigo esperando que mi Iglesia atienda algún día dos sinceros anhelos de muchos de sus fieles, entre los cuales me cuento: la revisión del celibato sacerdotal y la admisión de la mujer al sacerdocio. Don Chinguetas, marido casquivano, le preguntó a su esposa Macalota: «¿Qué quieres para esta Navidad?». Respondió ella, hosca: «Quiero el divorcio». Don Chinguetas se rascó la cabeza. «La verdad -contestó-, no tenía pensado gastar tanto». Verbo castellano de antigua y noble prosapia es «yantar». Quiere decir comer. «Le preguntaron si quería comer alguna cosa. Cualquiera yantaría yo , respondió don Quijote». Otro señor muy distinto, don Algón, cortejaba con intención aviesa a Rosibel. A fin de impresionarla usó con ella lenguaje rimbombante: «¿Qué le parece, señorita Rosibel, si vamos a yantar?». «Está bien -respondió la linda chica-. Pero primero me gustaría comer algo». Don Geroncio y su nieto de 20 años iban de viaje, y una noche tuvieron que compartir la misma cama en un cuarto de hotel. En horas de la madrugada el provecto señor despertó al muchacho y le pidió con perentorio acento: «¡Rápido! ¡Ve a traerme una mujer!». Respondió el muchacho: «Por tres razones no puedo hacer tal cosa, abuelo. La primera: son las 4 de la mañana. La segunda: a tu edad puede ser peligroso estar con una dama. Y la tercera: eso que tienes en la mano no es tuyo: es mío». (No le entendí). FIN.