De política y cosas peores

Noche de bodas. La recién casada le advirtió, solemne, a su flamante maridito: «Ultimio: yo no espero milagros de ti. No los esperes tú de mí». El novio preguntó, desconcertado: «¿Por qué me dices eso?». Replicó ella: «Porque ni tú eres santo ni yo soy virgen». Sugar daddy es una expresión que empezó a usarse en Estados Unidos a mediados de los años veintes del pasado siglo. Sirve para designar al hombre de madura edad, y ricachón, que da dinero a una mujer mucho más joven que él, con la que sostiene una relación clandestina, a cambio de obtener de ella favores de índole sexual. Pues bien: don Algón, salaz ejecutivo, aspiraba a ser el sugar daddy de Tetonina Grandnalguier, vedette de moda. Ella admitió su trato, pero bien pronto lo mandó a freír hongos. Una amiga le preguntó por qué. Explicó Tetonina: «Después de salir varias veces con él me llevó a su departamento. Ahí lo vi por primera vez al natural. ¡Si supieras qué viejo, qué gordo y qué feo se ve sin su cartera!». Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. Fue al zoológico de la ciudad con su esposa y su suegra. Preguntó ésta: «¿Dónde se encontrará la jaula de las hienas?». «Un poco más allá, suegrita -le indicó Capronio-. Pero entiendo que ya está llena». Cinco estados. 15 asambleas. 84 municipios. 268 mesas. Mil 400 comunidades. 4 mil 800 autoridades indígenas. Cien mil 517 votantes. Quienes hicieron la consulta popular sobre el Tren Maya saben muy bien que todos esos números no alcanzan a cubrir la demagogia con que se hizo. Los que en ella votaron no tenían ni la información ni los conocimientos necesarios para fundar su sí o su no acerca de esa obra, que se hará por voluntad de un solo hombre, el Presidente López Obrador, también carente de los datos y fundamentos requeridos para justificar la construcción de ese tren, que mucho tiene de buena intención y poco o nada de adecuada planeación. Mejor habría sido consultar a una empresa seria de mercadotecnia a fin de saber si el tal tren será viable o si terminará por ser un elefante blanco que a más de causar irreversibles daños ecológicos será gravoso para el erario -o sea para los contribuyentes-, poco atractivo para el turismo y con escasos beneficios para las comunidades por donde el posible paquidermo pasará. Siempre ha sucedido que la demagogia huye cuando los hechos aparecen. La realidad es una dama sumamente terca. Mucho dinero costará el Tren Maya. Esperemos, por el bien de la República, que no vaya a ser dinero tirado a una alcantarilla. La tía de Pepito había llegado ya al -ta sin casarse. Eso de «el -ta» representa el inexorable paso de los años: 28, 29, trein-ta. Antes a la mujer que alcanzaba esa edad sin haber contraído matrimonio se le llamaba «solterona», «cotorrona» o con otros nombres igualmente despectivos, y se le compadecía o hacía objeto de burla. Ahora ya ni siquiera se usan esos anacrónicos términos, y la mujer puede o no tener marido según sean su voluntad y circunstancias, pues la educación y el hecho de trabajar y ganar dinero la ponen en aptitud de no necesitar un hombre que la mantenga. (Decía un señor: «Des que mi mujer trabaja de pendejo no me baja»). Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Pepito iba por el centro comercial con su tía soltera cuando ella se topó con una amiga de colegio que mostraba las evidentes señas de estar enfermita de gustos pasados, o sea embarazada. «¡Ah! -le dijo la tía a la futura madre-. ¡Cómo me gustaría estar como tú!». Le sugirió Pepito: «Pues haz lo mismo que hizo ella». «¿Casarme?» -sonrió la tía. «No -precisó el pícaro chiquillo-. Irte a la cama con un hombre». FIN.