De política y cosas peores

Cuidado con el chiste que hoy corta el listón de esta columnejilla. Cortará también la respiración de algunos torquemadas, pues en él se usa el término «coger» no en el sentido de asir, tomar o agarrar, sino en el de practicar el coito. Esa acepción la registra la Academia. No admite, en cambio, la palabra «torquemada», que empleé en alusión a Tomás de Torquemada, principal organizador de la Inquisición en tiempos de los Reyes Católicos. El mayor entretenimiento de ese fraile dominico, a más del de llevar judíos a la hoguera -¡y él tenía ese origen!-, consistía en quemar libros, como hicieron algunas exaltadas feminazis en la Feria del Libro de Guadalajara. ¡Quemar libros en una feria del libro, háganme ustedes el refabrón cavor! Advierto, sin embargo, que me estoy yendo por los cerros de Úbeda, o sea que estoy divagando. Retomo el hilo del discurso. El vocablo «coger» no es aceptado en sociedad, pues se le considera propio del vulgacho. Es sustituido casi siempre por el eufemismo «hacer el amor», el cual carece de la fuerza requerida por la narración que en seguida voy a hacer. También se echa mano de las voces «follar» o «joder», peninsulares ambas, que nos son ajenas. Pero esto ya es demasiada prefación. Vayamos al relato. Lord Feebledick entabló conversación en el Eton Club con un caballero de reciente ingreso que al parecer no era tan caballero. Durante la charla el lord mencionó el Piffle College, institución educativa para mujeres jóvenes. «Humbug! -profirió, desdeñoso, su interlocutor-. En ese colegio lo único que aprenden las alumnas es a coger». «¡Señor mío! -se encrespó lord Feebledick-. ¡Ahí estudió mi esposa!». Flemático preguntó el otro: «¿Quién es su esposa?». Respondió el lord: «Lady Loosebloomers». «La conozco -declaró, calmoso, el individuo-. Y créame usted: necesita un curso de actualización». Hace unos años -¡lo que los años hacen!- tuve el honor de recibir el Premio Rey de España. La distinción fue más significativa para mí porque recibí la presea junto con Fernando Landeros, quien al frente del Teletón cumple una ejemplar tarea que ha beneficiado y sigue haciendo el bien a innumerables personas necesitadas de los servicios que esa fundación ofrece. He tenido la oportunidad de visitar las instalaciones que el organismo tiene en mi ciudad, Saltillo, y puedo dar testimonio del empeñoso y fructífero quehacer de quienes ahí realizan una admirable obra. Deseo al Teletón el mejor éxito. Ojalá todos hagamos alguna aportación para ayudar a que continúe su labor. El niñito le preguntó a su padre: «¿Po qué habo atí?». Quería decir: «¿Por qué hablo así?». Respondió el papá: «No sé». El niñito le preguntó a su madre: «¿Po qué habo atí?». Respondió la mamá: «No sé». El niñito le preguntó al vecino del 14: «¿Po qué habo atí?». Respondió el tipo: «No té». Pese a los muchos años que llevaba en el ejercicio de la medicina el doctor Ken Hosanna se asombró al conocer la insólita afección que presentaba aquel paciente. Con lamentosa voz le contó el hombre: «Hace unos meses tuve una erección y ya no se me ha quitado. Dura así todavía. Al principio me alegró ese cuadro clínico, pues cuadraba con mi afición al sexo, pero ahora el permanente parámetro me causa inconvenientes de todo orden. ¿Qué puede hacer por mí?». Procedió el médico a efectuar el correspondiente examen, y por medio de una poderosa lupa descubrió que el sujeto traía en esa parte un diminuto insecto. Con gran cuidado procedió a quitarlo, y la tumefacción cedió inmediatamente: «¡Gracias, doctor! -se alegró el tipo-. ¿Cuánto le debo?». «Nada -respondió el facultativo-. Con que me deje la pulguita tengo». FIN.