De política y cosas peores

Hay que decirlo con todas sus letras: estamos viviendo ahora una forma de corrupción peor, más nociva y peligrosa, que la que vimos en el anterior sexenio. En ese tiempo los dueños del poder robaban dinero; hoy se roban las instituciones. El caso de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos es un palmario ejemplo de esa nueva y ominosa corrupción que no vacila en violar flagrantemente la ley con tal de agrandar sus espacios de poder y fortalecer su control sobre el país apropiándose de los organismos que en cualquier forma podrían servir para señalar o poner freno a los excesos de la autoridad. Los regímenes que en otras naciones han actuado así han devenido en dictaduras. El desprecio por el orden jurídico y la estigmatización de los opositores constituyen indicios alarmantes que apuntan hacia la instauración de una voluntad caudillista por encima del derecho y el orden institucional. La llegada de Rosario Piedra Ibarra a la CNDH es una imposición consumada por el Presidente contra toda ley y toda razón. He aquí uno de los más graves errores que López Obrador ha cometido. Esta acción lo presenta como un gobernante que vulnera la legalidad según su talante y su capricho después de haber jurado cumplir y hacer cumplir las leyes. El único modo de salir de este cenagal sería la renuncia de la recién nombrada al cargo que asumió en modo tan irregular. Eso redundaría en bien de la República y aun de quien le regaló ese cargo para el cual no está preparada, y menos aún legitimada. Será difícil, sin embargo, que tal renuncia se presente: a veces se da mayor valor a una chamba que a los apellidos y la dignidad. Caminemos ahora por sendas más amenas, las del humor que alivia el ánimo conturbado por las diarias desazones. «¡Zorra! ¡Vulpeja! ¡Raposa!». Esas tres palabras, que significan lo mismo, le espetó don Astasio a su mujer cuando la vio en el lecho conyugal en coición adulterina con un desconocido. «Tú tienes la culpa -se defendió la pecatriz-. Me dejas sola demasiado tiempo». Replicó don Astasio: «¡Pero si nada más fui al baño!». «Me acuso, padre -dijo el penitente en el confesonario-, de que deseo a la mujer de mi prójimo». «¿Cuál mujer y cuál prójimo?» -quiso saber el confesor. Respondió el hombre: «La esposa de mi vecino». «¿Fornicaste con ella?» -volvió a inquirir, severo, el sacerdote. «No, padre -aclaró el otro-. Solamente la deseé». «Pues eres un pendejo -dijo entonces el cura-. La penitencia es la misma». Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, era coleccionista de arte. En una fiesta declaró: «Tengo asegurado mi Monet en un millón de dólares». En voz baja comentó, desdeñoso, un invitado: «Ni que lo tuviera tan bueno». Dulcibel llegó a su trabajo con aspecto de cansancio extremo. Una de sus compañeras le preguntó: «¿Por qué te ves así?». Explicó la linda chica: «Ayer por la mañana tuve una pelea con mi esposo, y en la noche nos dimos una reconciliada bruta». Don Chinguetas le contó a un amigo: «Fui al restorán «De Sfalco» y disfruté una comida ovípara». «Querrás decir opípara -lo corrigió el otro-. La palabra ovípara hace alusión al huevo». «Precisamente -confirmó el tipo-. La comida me costó uno». (En efecto, hay restoranes donde comes rico pero sales pobre). Pepito estaba con su amigo Juanilito. De pronto llegó un automóvil de lujo. El chofer abrió la puerta y descendió del coche una hermosa mujer que después de besar a Pepito le entregó un buen número de bolsas y cajas llenas de dulces y regalos. Otra vez lo besó, subió al vehículo y se fue. «¡Guau! -exclamó Juanilito con admiración-. ¿Es tu hada madrina?». «No -respondió Pepito-. Es mi hermana piruja». FIN.
MIRADOR.