De política y cosas peores

Ling y Lang eran hermanas siamesas. Se ganaban la vida cantando y bailando en cabarets y teatros allá a principios del pasado siglo. Un día se presentaron en la sala de un pequeño pueblo del Oeste Medio. En el curso de su actuación Ling notó que un elegante caballero la miraba con ojos de varón. Le sonrió, y el señor correspondió a la sonrisa. Le guiñó un ojo, y el hombre le guiñó los dos. Al término de la función el galán se presentó en el camerino de las hermanas con un ramo de flores para Ling. Ella se lo agradeció y le ofreció sus labios para que los besara. No alargaré la historia. Una cosa condujo a otra, y Ling le dijo al caballero que ahí mismo podía hacerle el amor. «¿Y tu hermana?» -preguntó él. «Haz de cuenta que no está -respondió la siamesa-. Mientras nosotros hacemos lo nuestro ella dirá sus oraciones de la noche». Procedieron pues a realizar aquel insólito connubio. Pero ¡ah, destino adverso! Con una de sus piernas -las dos las tenía en alto- Ling hizo caer la lámpara de keroseno que ardía en el techo. El artefacto vino al suelo y provocó llamas que encendieron las cortinas y los muebles. Se incendió el teatro y el fuego se extendió por todas partes. El pueblo quedó arrasado como cuando The Great Chicago Fire de 1871. De milagro salvaron la vida las espantadas siamesas y el cachondo señor. Pasó un año, y un buen día las hermanas se toparon en otro pueblo con el caballero. Ling se dirigió a él tímidamente: «¿Me recuerdas?». Si la Suprema Corte de Justicia de la Nación no echa abajo la llamada ley Bonilla se habrá consumado el más grave atropello contra el orden jurídico y el ejercicio democrático cometido en México en la época moderna, y se abrirá la puerta a todo tipo de riesgos para nuestro país. El máximo órgano judicial conserva aún la confianza de los mexicanos, pese a los manejos de politiquería que en su interior se advierten y al expuesto protagonismo de su Presidente, que pide contemplar las urnas cuando lo único que deben mirar quienes integran ese tribunal es el imperio de la legalidad. Si la Corte no frena la grosera intentona del tal Bonilla para burlar tanto la ley como la voluntad de quienes lo eligieron, el prestigio del máximo órgano de justicia se derrumbará, y un poder absoluto y unipersonal quedará entronizado en el país, sin contrapeso alguno frente a él. Eso sería lo peor que a la República le podría suceder. En manos de los ministros de la Corte está evitar esa tragedia. Sometan a Bonilla. Protejan a México. «Cocino mejor que usted» -le espetó la joven criadita de la casa a su patrona en el curso de una áspera discusión con ella. Presente estaba el marido de la señora, que seguía con inquietud el altercado. Inquirió la esposa, airada: «¿Quién te dijo que cocinas mejor que yo?». «Su marido -contestó llanamente la mucama para azoro del señor-. Y además hago el amor mejor que usted». La dueña de la casa se encrespó: «¿También eso te lo dijo mi marido?». «No -replicó la mucama-. Eso me lo dijo el chofer». Don Chinguetas y doña Macalota cumplieron 40 años de casados, y ella le pidió a su marido que fueran a una segunda luna de miel. Ocuparon una habitación en el mismo hotel donde habían pasado la noche de bodas. Esta vez, sin embargo, las cosas fueron muy distintas: don Chinguetas no pudo ponerse en aptitud de ponerse en actitud. Tras varios intentos fallidos doña Macalota le dijo de repente: «¿Verdad que me engañaste con mi amiga Facilisa?». «Sí -contestó don Chinguetas, apenado-. Pero fue una sola vez». «¡Pendejo! -le recriminó doña Macalota-. ¡Ahí dejaste lo que necesitábamos para esta noche!». FIN.