De política y cosas peores

Murió don Agatocles, y su compadre Acisclo fue a darle el pésame a la esposa. «¡Ay, compadrito! -zollipó la viuda-. ¡Mi marido dejó un hueco imposible de llenar!». «Comadre -ofreció don Agatocles-. Si me da usted la oportunidad.». En la reunión de parejas dijo un tipo: «Los hombres deberíamos poder cambiar de esposa cada año, igual que cambiamos de coche». Comentó su mujer: «¿Y tú para qué quieres eso? Ya hace mucho que ni manejas». Don Gerontino, señor sexagenario -ajeno al sexo-, conoció a una guapa mujer de 30 abriles rica en carnadura lo mismo por la parte norte que por la comarca sur. Al punto se prendó de ella, y más cuando la dama le permitió ciertas facilidades, aunque sin brindarle la última. Ansioso de voluptuosidades decidió hacerla su esposa. Un problema tenía: era casado. Pero ya lo dijo Ovidio -no el de nosotros, sino el escritor latino-: «Amor omnia vincit». El amor todo lo vence. Con ayuda de un abogado se divorció de su mujer y desposó a la apetitosa fémina. Nunca lo hubiera hecho: la noche misma de la boda se le fue la vida a causa de los ímprobos esfuerzos que hizo para consumar las nupcias. Días después su ex esposa llamó a la oficina del difunto y sin decir quién era preguntó por él. Le informó su secretaria: «El señor falleció». Luego de unos minutos volvió a llamar. Repitió la secretaria: «El señor falleció». Después de un rato otra vez hizo la llamada. «¡Por favor, señora! -se exasperó la secretaria-. ¡Tres veces van con ésta que le digo que el señor murió!». «Discúlpame -replicó la ex esposa-. Lo que pasa es que no me canso de oír eso». La mamá de Pepito regresó de un viaje y encontró al chiquillo haciendo travesuras, como siempre. Le advirtió: «Si te portas mal dormirás en el cuarto de la criada». Preguntó Pepito: «¿Entonces mi papi se ha portado mal?». Muy atinado anduvo López Obrador al hacer que se diera marcha atrás a la iniciativa cuya aprobación habría gravado onerosamente el uso del agua para propósitos agrícolas. El campo y quienes lo cultivan deben ser objeto de cuidado, pues de la agricultura depende nuestra alimentación. En vez de asestar nuevas cargas a quienes hacen producir la tierra se les ha de dar facilidades para que puedan llevar a cabo su labor. Aquí tiene puntual aplicación el dicho según el cual es de necios darle patadas al pesebre. El político declaró en la mesa de la comida: «Las minorías merecen respeto». «Qué bueno que pienses eso, papi- se alegró su hija-, porque según las estadísticas el 72 por ciento de las mujeres de mi edad son vírgenes, y yo estoy en la minoría». El señor le dijo a su esposa: «Llegaron al mismo tiempo dos recibos: el del urólogo y el de la luz. Sólo tengo para pagar uno de los dos». «Paga el de la luz -le aconsejó la esposa-. El urólogo no te la puede cortar». Don Feblicio y su esposa fueron invitados a un rancho cuyo dueño era criador de caballos. Llegaron en el momento en que uno de los sementales debía cubrir a una yegua, pero el caballo no daba trazas de cumplir esa función. El dueño entonces tomó un cepillo de alambre y con él le frotó el lomo. Al punto el semental hizo lo que debía hacer. Días después don Feblicio volvió al rancho y le reprochó al dueño: «¡Por su culpa mire cómo me tiene la espalda mi mujer!». Don Coronato llegó a su casa a medianoche y encontró el lecho conyugal ocupado por un desconocido. Antes de que pudiera pronunciar palabra le reclamó su esposa: «¿Qué horas son éstas de llegar?». Preguntó a su vez don Coronato: «¿Qué hace ese hombre en mi cama?». Replicó la mujer: «No cambies de tema. ¿Qué horas son éstas de llegar?». FIN.