De política y cosas peores

Con mujer casada se estaba refocilando Libidiano en el propio domicilio de la dama. De pronto sonaron grandes golpes en la puerta de entrada. «¡Mi marido! -empalideció la esposa-. Seguramente olvidó la llave. Él es quien llama». Arreciaron los golpes. «Tendré que abrir -dijo la mujer-. De otra manera Fortino tumbará la puerta de un puñetazo. Y que no te vea porque te matará». Temblando como azogado Libidiano se escondió tras las cortinas así como estaba, sin otra cosa sobre sí que un asperges de loción de rasurar. Tardó poco en regresar la pecatriz. Le dijo a Libidiano muy contenta: «No era mi marido. Era tu esposa. Mírala». Usurino Matatías, el hombre más avaro y ruin de la comarca, tenía un sobrino tarambana y gastador. Un día el muchacho se le presentó y le dijo: «Tío: necesito que me preste 10 mil pesos». Respondió el cicatero: «No oigo bien por este oído. ¿Qué dijiste?». En el otro oído le gritó el sobrino: «¡Qué necesito que me preste 100 mil pesos!». «¡Ah cabrón! -se asustó don Usurino-. ¡Pásate otra vez a la oreja de los 10 mil!». Don Chinguetas le contó al traumatólogo: «Fui a una casa de mala nota, y cuando iba al cuarto con una de las mujeres me caí y me lastimé una pierna. A duras penas pude levantarme». Inquirió el facultativo: «¿Y cojeó?». «No, doctor -respondió don Chinguetas-. Con el dolor ya ni me acordé». Desde luego para opinar en modo razonable habría sido preciso estar ahí, pero no cabe duda de que lo sucedido en Culiacán constituye un duro golpe para el Gobierno. La mayoría de los opinantes hablan de ese acontecimiento como de una claudicación del régimen y de las fuerzas policíacas y militares ante el poder de la delincuencia organizada. No es improbable que nuestro país sea objeto de crítica en el extranjero por haber cedido en la forma en que lo hizo. Se supone que las fuerzas del orden no deben rendirse a la violencia de los criminales. Contrariamente otros aquí considerarán que la autoridad obró con prudencia y tino ante un hecho que pudo ser origen de mayores males. Esa opinión será muy de tomarse en cuenta, pero los más verán en esto una derrota ante la delincuencia, que se verá fortalecida por esta que parece una victoria frente a la fuerza pública. En todo caso los sucesos de Culiacán serán un precedente de gran riesgo para la seguridad nacional y para las ciudades donde priva el narcotráfico. El problema es de fondo, y seguirá con virulencia mayor mientras las leyes de la materia permanezcan sin cambio. Este acontecimiento, lamentable por todos conceptos, debe servir al menos para reabrir el debate que hace tiempo comenzó, pero que parece suspendido, sobre la llamada legalización de las drogas, de modo que no sigamos protegiendo a los consumidores de Estados Unidos -que además quieren la droga- a costa de la paz y la seguridad de México y de los mexicanos. El pequeñito le preguntó a su mami: «¿Quién es el sexo fuerte y quién el sexo débil». «Bueno, hijito -respondió la madre-, en esta casa tu papá es el sexo débil. Una vez al mes cuando mucho, y eso si bien me va». El pueblo fue sitiado por el ejército enemigo. El capitán de la fuerza que custodiaba el lugar les dijo a sus soldados: «Podemos resistir, muchachos. Tenemos en abundancia todos los artículos de primera necesidad: barajas, dados, cigarros, vino, chavas.». Himenia Camafría, madura señorita que rondaba la cincuentena, le comentó a su amiguita Celiberia, también soltera de edad igual que ella: «Ya me cansaron las llamadas telefónicas obscenas». Celiberia se sobresaltó: «¡No me habías dicho que estás recibiendo llamadas telefónicas obscenas!». «No -aclaró la señorita Himenia-. Yo las estoy haciendo». FIN.