Talpa de Allende, el lugar en el que ‘El Mencho’ se pasea sin temor

Francisco, un mexicano de 34 años entrenado como sicario del Cártel Jalisco Nueva Generación confesó cómo se deshacían de los cadáveres de sus víctimas en el campamento donde vivió durante tres meses en Talpa de Allende, Jalisco. Los hombres del cártel lo llaman “la cama de tinto”.

“Se llama así porque el color de la sangre pintaba la tierra donde se colocaban los cuerpos”, asegura Francisco. Según su descripción, se trata de un terreno circular excavado en la tierra, de un metro de profundidad.
Los reclutados del campamento eran los encargados de acarrear troncos de madera para colocarlos también en su interior y preparar el fuego para incinerar los cadáveres. “Algunas personas todavía estaban vivas cuando las metíamos ahí”, recuerda.

Francisco afirma que Talpa es el corazón del cártel y que allí no hay más ley que la que impone el jefe de plaza.

“La gente les tiene respeto a ellos por lo que hacen por el pueblo. Aquí no hay secuestradores, ni violadores. No hay rateros porque ellos los capturan rapidito y los matan. Por robar son 14 tablazos y si lo vuelves a hacer, te matan. Funcionan como justicieros”.
El jefe del cártel, Nemesio Oseguera El Mencho, puede pasearse por las calles sin temor a ser detenido o delatado. A cambio, el grupo criminal atiende las necesidades de la población.

“Había gente que le pedía muletas o una silla de ruedas o penicilina. Él pasaba y pagaba. Y claro, cuando había operativo del Ejército, la gente te dejaba entrar en sus casas para esconderte”.
Francisco pudo comprobarlo cuando bajó por primera vez a Talpa, después de haber soportado dos meses de entrenamientos extremos y noches a la intemperie. Después de su fiesta de graduación como sicarios, les permitieron bañarse por primera vez y llamar por teléfono. Francisco llamó a su hijo.

¿Dónde estás, papá?
Estoy bien, no te preocupes.
Nosotros también. A mi mamá le están depositando semanal 9 mil pesos en la cuenta.
El cártel ingresaba el dinero puntualmente, cada sábado, en pago por los servicios de Francisco.

“Entonces recibí la inyección de ánimo y de adrenalina. Valía la pena estar ahí aguantando y viviendo el maltrato, el hambre, el miedo, saber que estabas de frente a la muerte a cada rato”, confiesa.
Como soldado del Cártel de Jalisco Nueva Generación tuvo que trabajar empaquetando metanfetamina.

“En unas mesas grandes nos dieron bolsas y calcomanías. Había que pegárselas a una punta de la bolsa, cortadas en forma de triángulo para que quedara una dosis individual, como un caramelo”.
El negocio del grupo criminal no es la cocaína ni la marihuana. Es el cristal. “Lo producen barato y lo venden caro, a 200 pesos por caramelo”, asegura.

Y como sicario, Francisco tuvo que matar, aunque no ha querido revelar a cuántas personas mató ni cómo lo hizo. Un año después de su cautiverio, explica que ha querido contar su historia para ayudar a encontrar a los miles de desaparecidos que no han tenido, como él, la suerte de escapar con vida.

Francisco aún no ha tenido el valor para contarle a su hijo que durante tres meses fue un sicario del cártel más temido de México.

El final del cautiverio llegó cuando le enviaron a su pueblo natal para quedarse al frente de la plaza. Francisco pensó que no era buena idea: cualquiera podría reconocerle y todos los hombres del grupo quedarían expuestos.

“Me dieron permiso para ponerme los tenis, que significa que puedes marcharte sin problemas”, asegura.
Vivió de hotel en hotel y de cuarto en cuarto durante un mes, sin atreverse a regresar: “Temía que otra gente del cártel que no estaba al tanto de que tenía permiso me reconociera y me fueran a matar como desertor o traidor”

Hoy vive escondido en un estado al sur de México, sin antecedentes penales. Resume así su paso por la “escuela del terror”: “Es una familia. Y también es miedo, es enseñanza porque nunca nadie antes me había enseñado a usar un arma. Y es soberbia y pánico. Cuando juntas todo eso, lo que obtienes es un sicario”.

Agencias