Siria: Archivos gráficos

Después de haber sido autentificadas por expertos internacionales, algunas de las atroces fotos –cuerpos mutilados; rostros quemados con ácido o sin ojos; huellas de laceraciones, estrangulaciones o marcas de cadenas; cuerpos famélicos de personas muertas de inanición– fueron hechas públicas el 20 de enero de 2014 por la televisora estadunidense CNN y el diario británico The Guardian.

23/10/2015 – PARÍS.- Se identifica como César. Vive con su familia en algún país de Europa bajo protección de sirios exiliados, como él. Pero incluso tan lejos de Damasco, le sobran razones para temer por su vida y la de los suyos: entre 2011 y 2013 filtró desde Siria 45 mil fotografías de cadáveres, imágenes archivadas por la policía militar de su país; de ellas, 26 mil 948 correspondían a 6 mil 627 personas que habían sido prisioneras del régimen de Bashar al-Asad.
Tras haber sido autentificadas por expertos internacionales, algunas de esas atroces fotos –cuerpos mutilados; rostros quemados con ácido o sin ojos; huellas de laceraciones, estrangulaciones o marcas de cadenas; cuerpos famélicos de personas muertas de inanición– fueron hechas públicas el 20 de enero de 2014 por la televisora estadunidense CNN y el diario británico The Guardian.
Dos días después, el 22 de enero, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, inauguro en Montreux, Suiza, una conferencia internacional sobre la paz en Siria, que reunía por primera vez a representantes del régimen de Al-Asad y a sus opositores.
La meta
La meta del Movimiento Nacional Sirio (MNS, integrante de la Alianza Nacional Siria, sentada a la mesa de negociaciones), que había organizado con César la filtración de las fotos, era triple: demostrar fehacientemente que el régimen sirio perpetra sistemática y organizadamente crímenes de guerra contra su pueblo, impedir la participación de Al-Asad en un gobierno de transición y exigir que se le juzgue por esos crímenes en la Corte Penal Internacional o por un tribunal internacional ad hoc.
Y con los mismos objetivos, emisarios del MNS presentaron el “expediente César” a distintas instancias internacionales. En abril de 2014 lo sometieron al Consejo de Seguridad de la ONU y en julio del mismo año, a la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos.
En esa oportunidad –y por primera y única vez– César participó en la reunión a puerta cerrada con los 30 congresistas de dicha comisión y contestó todas sus preguntas. Vestía una chamarra azul cuya capucha le cubría la cabeza y parte del rostro; llevaba también lentes oscuros.

Operación César
Muy poco se sabía entonces de este personaje y de su hazaña. Tras meses de insistencia, la periodista francesa independiente Garance Le Caisne, con larga experiencia en Medio Oriente, pudo reunirse con César. Se vieron varias veces. De esa serie de encuentros nació Operación César, en el corazón de la máquina de muerte siria, libro publicado el miércoles 7 en Francia.
En él, la reportera alterna capítulos en los cuales César se expresa en primera persona, con otros en los que entrevista a víctimas del régimen sirio que sufrieron torturas similares a las que exhiben las fotos filtradas, a expertos que autentificaron los documentos y a miembros de la red del MNS que ayudaron a sacar de Siria las fotografías y luego a César y a su familia.
En pleno debate sobre una eventual coalición internacional con el dictador sirio para “acabar” con el Estado Islámico, el libro, que se lee como una tétrica novela policiaca, permite entender cómo funciona la implacable maquinaria represiva de Al-Asad.
“Trabajaba para el régimen sirio. Era fotógrafo de la policía militar siria. Voy a contar en qué consistía mi trabajo antes de la revolución y durante los dos primeros años de la revolución. Pero no puedo explicarlo todo, porque temo que ciertas informaciones permitan identificarme. Ahora vivo refugiado en Europa y tengo miedo de que agentes de Bashar al-Asad me encuentren y me eliminen o atenten contra mi familia”, escribe César.
El expolicía pertenecía a un equipo de fotógrafos que, antes del levantamiento de 2011, documentaba escenas de crímenes o accidentes en los cuales estuvieran implicados soldados u oficiales de las fuerzas armadas sirias. “No teníamos mucho trabajo. Tomábamos unas cuantas fotos cada dos o tres días.”
Era un buen plan para ese joven tranquilo y sin mayores ambiciones. Pero el destino lo precipitó a una realidad que rebasó sus peores pesadillas. Todo empezó con las manifestaciones contra el régimen a finales de marzo y principios de abril de 2011.
“Un día un colega me dijo que nos tocaba tomar fotos de cuerpos de civiles. Él acababa de fotografiar cadáveres de manifestantes de la provincia de Deraa. Llorando me contó: ‘Los soldados insultaron a los cadáveres, los pisotearon con sus botas y les gritaron hijos de puta’. Mi colega ya no quería volver a tomar fotos. Le daba miedo. Cuando me tocó ir allá, vi lo que pasaba. Los oficiales decían que se trataba de ‘terroristas’, pero en realidad eran simples manifestantes. Los cuerpos estaban en la morgue del hospital militar de Tichrine, muy cerca del cuartel general de la policía militar.
“Al principio cada cadáver llevaba un nombre. Después de algún tiempo, quizás un mes, los cuerpos ya no tenían nombres. Sólo números. Un soldado sacaba a los muertos del congelador de la morgue, los ponía en el piso de baldosas, les tomábamos fotos y él los volvía a guardar.”
Sesión de fotos
Un médico forense asistía a cada sesión de fotos. Los cadáveres llevaban tres números escritos a veces en cintas adhesivas, pero más a menudo en la piel. El primer número era el del difunto, el segundo era de la rama de los servicios secretos que lo había detenido. Nunca entendió a qué correspondía el tercero.
“Me tocó ver de todo. Una vez reconocí la huella circular de una parrilla eléctrica –de las que se usan para calentar té– que había quemado parte del rostro y del cuero cabelludo de una víctima. Otras tenían cortaduras profundas, ojos arrancados, todos los dientes rotos, huellas de golpes con cables metálicos… Había llagas purulentas. A veces los cuerpos estaban cubiertos con sangre casi fresca. Se trataba de gente que acababa de morir.
“Debía pararme para controlarme y no llorar. A menudo iba a echarme agua al rostro. De regreso a mi casa no me sentía bien. Mi carácter cambió.
“En realidad estaba aterrado. Cada noche volvía a ver lo que había presenciado durante el día. Imaginaba a mis hermanas y hermanos convertidos en unos de esos cadáveres. Eso me enfermaba. Ya no aguantaba más. Decidí hablar con Sami (nombre ficticio), un amigo de mucho tiempo”. César se desahoga con ese “hermano” de toda confianza y le hablaba de su intención de desertar.
Sami, con quien Le Caisne se entrevistó también, entendió de inmediato la importancia de las fotos que tomaba César: esos archivos del terror del régimen de Al-Asad tenían que ser exhibidos en el mundo. Convenció a César de no dejar su trabajo y sacar el mayor número posible de copias de esas fotografías.

Anne Marie Mergier/Proceso