OPTIMUS

Jorge Alberto Pérez González

22/01/17

Ya, no nos llena nada

La rapidez con la que viaja la información, nos convierte en insensibles o en expertos sobre cualquier tema, no hay nada, absolutamente nada de lo que no podamos opinar, pues tenemos a la mano suficientes documentos visuales donde nutrir nuestra sed de conocimientos, sin necesidad de investigar.

Todo a un clic de distancia, tal y como la modernidad lo indica en sus promociones comerciales, pues los enormes procesadores de información, antes llamados computadoras, hoy caben en la bolsa del pantalón y en algunos casos, en la bolsa de la camisa.

Lo sucedido en Monterrey en un colegio particular se supo apenas a minutos de sucedido, pasó solo una hora para tener a la mano fotografías del lugar de los hechos y menos de dos horas para analizar con detalle el video grabado por la cámara de seguridad en el salón.

Algo que sucede siempre y en cualquier parte del mundo, el morbo supera la inteligencia y siempre hay quien, por lo general policía o paramédico que osa tomar la imagen que lo ha impactado y el proceso es simple, lo envía a sus amigos más cercanos para, en una espiral imposible de detener, hacer llegar a muchos en segundos el horror de lo sucedido en menos de dos minutos.

El fotoperiodismo lo inventó la revista LIFE allá por los años 50s, gracias a sus portadas impactantes, llegó a tener un gran tiraje que superó los 8 millones de ejemplares, cifra inimaginable para aquellos años en los Estados Unidos de Norteamérica.

La impronta que dejó a la posteridad, fue imitada por muchos medios de comunicación, descubrieron el hilo negro, “Una imagen dice más que mil palabras”.

Todavía tengo en mi memoria la imagen conocida como “La niña de Napalm” que fue la portada de la revista allá por 1972, donde un grupo de niños huyen del horror de los incendios en su aldea, seguidos por los insensibles soldados que tal vez fueron responsables de los hechos, las caras de todos los niños y la desnudez completa de la niña de aproximadamente 8 años de edad, sigue taladrando mi conciencia para recordar que la guerra no es el camino.
Hoy lamentablemente son otras las imágenes que me inquietan, más cercanas, más sentidas, más injustas, sobre todo porque el acceso a esa información no solicitada, hacen que mi percepción cambie, que vea en la información perimetral más allá de lo que quieren que vea.

Hoy todo aquel que lleva un teléfono inteligente consigo, se puede convertir en reportero y los mismos medios de comunicación lo incitan, las leyes protegen, pero no pueden ocultar la fúnebre realidad.
Dosificar la información puede atenuar las muestras de inconformidad, pero solo eso, atenuarlas, pues los distractores tarde o temprano producen un efecto acumulado cuando todos se percaten de que artificialmente se prolongaron los sufrimientos.

Mientras nos distraemos con los juegos de los niños en internet y sus logias o legiones que forman como producto de su insatisfacción, suceden cosas que nos deberían de aterrar también, como eso de que por voluntad del gobernador de ustedes en Tamaulipas, hoy un sentenciado a inhabilitación para ejercer un cargo público, sea en funciones el presidente del Supremo Tribunal de Justicia.

Si quienes aplican la ley, acostumbran violarla, imagínese lo que puede pasar por la mente de un chamaco de 15 años sujeto a terapia psicológica.

Surgen pues, como reacción natural las leyendas urbanas, como aquella cuando éramos jóvenes (sí, hace mucho tiempo), donde los discos de rock, escuchados en reversa (rewind), tenían mensajes del diablo que incitaban la violencia.
La realidad supera a la ficción, los mensajes del mal son aquellos que recibimos sin hacer nada, sin inmutarnos siquiera considerando lógico que contratemos para cualquier servicio esencial en casa, a quien tiene antecedentes.
La lógica se pierde en el umbral del ocaso, cuando aceptamos todo sin chistar, cuando aprendemos a ingerir la comida masticada y cuando entendemos, gracias a las redes sociales que YA, NO NOS LLENA NADA.