Los Hechos

A mí no me haga caso

“¡Al niño no le pegue!”, gritó a voz en cuello el vendedor ambulante.
Los más, de los tantos que, a esa, como a casi todas las horas de cualquier zona comercial, nos encontrábamos cerca, ya con la tripa retorcida y el entrecejo fruncido, volteamos buscando la violenta escena, para dar el siguiente paso de la cólera.
Cuando, en medio de una conferencia de prensa refuté, que en mi vivienda había disminuido la presión del agua potable, los funcionarios se vieron entre sí y en una expresión se justificaron entre ellos.
Como si yo no estuviera presente, en voz semibaja le dijo el de menor rango al jefe: es el último en la red, vive en una privada.
Cambiaron de tema y a mis reclamos por lo que antes nunca había sucedido, con sus palabras, dieron la bienvenida a la nueva realidad: no hay agua y no hay para cuando se resuelva.
En seis meses, el domicilio de ustedes ha pasado de la disminución en la presión -un chorrito en el día-, a la ración -abasto por horas- y al chorrito aquel solo de madrugada, cuando ya tampoco alcanza para meterle al tinaco, que nos obligaron a comprar e instalar; las últimas semanas, jornadas hasta de a cuatros días de seca total: cero gota.
Sé, que otros en Ciudad Victoria desde hace mucho tiempo ya habían transitado este viacrucis y aún en las zonas bajas, donde todavía llega el agua todo el día, la presión ya ha disminuido, arrancando el suplicio al que nos les adelantamos.
Como desde el inicio de la administración actual han convocado a tres ruedas de prensa y otras tantas proclamas se han dado en otros foros, anunciando obras, inversiones, soluciones al problema, en sentido intrínsecamente contrario a su agravamiento, las expectativas son más bien estrechas.
Al menos en el tema del agua la esperanza es que se venga un temporal intenso de lluvias, se llenen los mantos acuíferos y pozos citadinos, para entonces sí, no tengan más remedio que inyectar el fluido a la red, o que entre sola, de la corriente callejera.
Pero ahí no acaba la zozobra: los problemas de la ciudad siguen en aumento, algunos de ellos a los que ni la esperanza aquella queda.
Cuando dejó de pasar el camión de basura por la casa, la semana pasada, me remonté al pasado.
¿Será por la ubicación de mi domicilio?, me pregunté, de cuando me quejé por el agua, pero no, de las últimas tres fechas que dejó de pasar el camión, están en la calle creciendo el número de botes de basura en todo mi sector, en el de al lado, en el de enfrente y en el de al fondo.
Acá convergen un fraccionamiento popular -Infonavit-, otro de interés social, uno de medio y otro de alto nivel socioeconómico, como para descartar razones de fobias hechas políticas públicas, que a algunos les gusta propalar.
Está situación ya se había dado hace tres semanas, cuando la responsable de Servicios Públicos del municipio, se sostuvo en que se había descompuesto la unidad compactadora y por ello habían mandado camiones de volteo a prestar el servicio, a pesar del dicho en mi experiencia, de que se cumplía la semana sin recogerse los desechos sólidos del vecindario.
Con todo el encono, molestia, frustración e impotencia que significa la basura acumulada y la abulia institucional, no estoy de acuerdo con quienes han estado promoviendo la idea de juntarse e irse con los botes en rastra a echarle la basura al alcalde XICOTÉNCATL GONZÁLEZ URESTI, en la Presidencia Municipal.