Loewe apuesta por una moda en movimiento

01/10/2018.- Con Loewe, la moda entró en movimiento. En el marco de la Semana de la Moda de París, la firma presentó ayer en la capital francesa su colección para la primavera/verano de 2019, que se distinguió por sus siluetas dinámicas y agitadas. El diseñador norirlandés Jonathan W. Anderson, de 35 años, volvió a convencer con un trabajo que parece afianzar su apuesta para la marca fundada en Madrid en 1846, a la que ha logrado dotar, solo algunas temporadas después de su nombramiento como director artístico en 2013, de un vocabulario propio y de una línea coherente, situada en algún punto entre la vanguardia y la artesanía, entre la experimentación más audaz y la búsqueda por lo comercial más desacomplejada.

El diseñador abogó por un estilo holgado y algo bohemio. Destacaron sus vestidos con plumas de avestruz en verde y naranja, dos de los colores predominantes, dotadas de cuellos rígidos de argollas metálicas, además de jerséis de punto de canalé y distintas prendas en crepé blanco y algo playero. El conjunto desprendió una sensación de ligereza y comodidad, con predominancia de tonos cálidos, del ocre al marrón rojizo, y contrapuntos ocasionales en matices más fríos como el azul. «Hay un hilo conductor, pero he dejado que algunos looks se salgan de él. He prestado atención a la individualidad de cada modelo y no he querido obsesionarme con el conjunto», explicaba Anderson en el backstage. «La colección es una celebración de la belleza y de la libertad. He querido desprender una sensualidad, pero también una sensación constante de realidad. Al final, son prendas que alguien debe vestir».

La colección está inspirada, según confesó, en «el arte cinético que emergió en los años 20 antes de volver a despuntar en los 50 y 60». Aunque más que referencias directas a la estética de artistas como Vasarely, Soto o Cruz-Díez, la propuesta de Anderson parece contener una reflexión sobre el movimiento del tejido. Lo demostraba, por ejemplo, una bata larga con flecos blancos en hilo de seda, que dibujaban un vaivén sinuoso a medida que la modelo que lo exhibía avanzaba por el lugar. O bien el vestido final, conjunto de asimetrías colgantes y con una caída similar a la de los miriñaques de otro tiempo, que se iba ondulando con los pasos de su portadora.

En realidad, los desfiles de Anderson también son exposiciones de arte en toda regla. En cada presentación, el diseñador selecciona un puñado de obras que disemina en el excepcional escenario de la sede de la Unesco en París. Junto a los murales de Miró que posee el edificio, Anderson instaló obras de la artista italiana Lara Favaretto y cerámicas de Ryoji Koie que colocó sobre tocadiscos de aires retro, que reproducían clásicos de Serge Gainsbourg o bandas sonoras de Bernard Herrmann. Para el desfile, sin embargo, prefirió al compositor Wim Mertens y su sofisticado minimalismo, término que también serviría para definir todo lo que toca Anderson.

El diseñador juraba haber concebido el espacio inspirándose en una galería de arte londinense de los 60, aunque sus modelos parecían desfilar en un mundo muy distinto. Con alguna excepción, como algún vestido de popelina y bordado inglés, la colección tuvo un espíritu más meridional que norteño. A ratos incluso parecía remitir al Marrakech de Saint Laurent: ahí estuvo su peculiar versión de la sahariana que el revolucionario modisto francés ideó en 1967. Anderson también volvió a prestar especial atención al trabajo con el cuero y el ante, como es obligación en una marca que empezó haciendo marroquinería tradicional. La colección incluye nuevos bolsos en piel blanca y negra, además de actualizar exitosos modelos como el Gate y el Puzzle, a los que se incorporan detalles de paja y de rafia.

El modisto apostó por una mayoría de vestidos en blanco y negro, alternados con detalles metalizados y prendas vaqueras, que deberían hacer las delicias de las it girls angloamericanas que le rinden pleitesía. Sin ir más lejos, la actriz y modelo Cara Delevingne, que ya fue imagen de Balmain en 2014, volvió a desfilar para Rousteing sobre una pasarela donde sonaron clásicos ochenteros como INXS y Duran Duran. Por lo menos la selección musical no engañaba a nadie.

Agencias