Locuras Cuerdas

Naturaleza Humana

Vino tu hermano Jacob con engaño, y tomó tu bendición. Isaac a Esaú. Génesis 27:35.

22/03/2018 – ¿Qué es lo que tiene mentir o engañar que hace que algunas veces lo encontremos tan irresistible? ¿Por qué ocasionalmente hacer trampa nos pone tan contentos? Al fin y al cabo, también puede plantearnos un problema: acciones de engaño que jamás habíamos considerado la posibilidad de hacer pasan a ser increíblemente atractivas en el momento en que al racionalizarlas nos resultan convenientes. Y no se haga que la virgen le habla mi querido lector, mis argumentos iniciales de la presente columna solo aluden a la naturaleza humana, a una de tantas panteras en nuestra vida que hay que domar.
No es ningún secreto que a veces la vida coloca a las personas bajo ciertas circunstancias que, mentir o engañar suena muy bien. Esta acción de engaño habitualmente es condenada pero bajo ciertas circunstancias resulta que es un dedo en la llaga emocional, una fuente de irracional excitación por los beneficios que conlleva a quien requiere de tal acción. Algo improbable, pero una posibilidad al fin. En términos freudianos, cada uno de nosotros alberga un yo sombrío, un “ello”, un bruto que puede arrebatarle el control al superyó de manera imprevisible.
Mi querido y dilecto lector, en estos días tuve un hallazgo cultural de suma relevancia, un libro que describe magistralmente los procesos psicológicos y conductuales en la toma de decisiones y que alude también al nivel de irracionalidad que muchas de nuestras decisiones cotidianas tienen. El libro se titula “Las trampas del deseo” de Dan Ariely.
Pues bien, el susodicho libro es de por sí cautivador, un poco complejo pero fascinante. Y más fascinante me resulta porque es una herramienta para observar y analizar la conducta humana, como humanos son los seres que nos rodean y que en medio de tanto iPhone, iPad y toda una serie de narcisismo electrónico nos limitan dicha observación, y al contrario nos lleva al padecimiento social denominado con cierta ironía como “egoísmo adolescente recalcitrante”. O sea, pareciera que nos importa más la utopía o fantasía que nuestra mente interpreta de la electrónica moderna. Eso también es irracional.
Apreciado y sesudo lector, déjeme decirle que hasta el agua cristalina de un arroyo puede enturbiarse si se remueve el fondo, es decir, si le rascas y le buscas siempre encuentras; y en ese tenor de naturalezas humanas los que han sido puestos en el microscopio social son los aspirantes a aparecer en la boleta electoral sin el auxilio de quienes tienen secuestrada la política en nuestro país, es decir los partidos políticos. Estos mismos partidos, en forma calculadamente perversa pusieron a los candidatos independientes en un vía crucis electoral que de antemano se calculaba como algo sustancialmente complicado, en lo referente al número de firmas y porcentajes por estado que se requería.
Y en ese impasse en que los colocó la dinámica de ser candidatos sin partido, aparece en su horizonte una aparente deshonestidad, al grado que ahora la competencia entre los “independientes” es la misma en la que nos han metido Anaya, López Obrador y Meade, es decir, se trata de ver quién es el menos deshonesto. Y no se asuste, ni mucho menos se sienta decepcionado pues aun la persona más inteligente y racional, cuando se ve arrastrada por la pasión o las conveniencias, parece ser total y absolutamente ajena a la persona que creía que era.
En el antiguo testamento, particularmente en Génesis 27 podemos constatar como Jacob con ayuda de su madre, Rebeca, engañó a Isaac, su propio padre. Aún en familia se cuecen estas pequeñas muestras de lo maravilloso e impredecible que somos las personas cuando de engañar se trata. Pues, retornando a lo que nos ocupa de los independientes, Margarita Zavala, Armando Ríos Piter y Jaime Rodríguez, “El Bronco”, con ayuda de sus colaboradores están hoy con la espada de Damocles sobre sus cabezas precisamente por haber encontrado conveniente hacer trampa, unos más, otros menos. Y como hoy vivimos una época enfermiza de lo “políticamente correcto”, debe decirse imprecisiones o inconsistencias; no de los cuasi candidatos, sino de sus colaboradores.
Hoy debemos encontrar el punto óptimo de una realidad incómoda. Dice el filósofo español Ortega y Gasset que no hay nada bueno que no pueda ser mejor, ni nada malo que no pueda ser peor. En ese tenor debemos de entender que esto es lo que tenemos en nuestra flamante e imperfecta democracia. Se trata de ser optimistas para que con nuestras acciones como ciudadanos, ínfimo granito de arena o gota de agua en medio de un proceloso mar de realidades chocantes podamos en forma gradual encontrar el puerto de la democracia estable y cierta con candidatos confiables y honorables siempre. Se vale soñar.
El tiempo hablará.