Locuras Cuerdas

Jorge Chávez

09/01/18

Cultura vs Idiosincrasia

Estimado lector, hoy quiero abordar un tema que con toda precisión usted podrá etiquetar de reiterativo y que tiene que ver con respetar la ley. Esto me lleva a meditar y aterrizar un cuestionamiento: en qué punto debemos colocar el hecho de que como mexicanos se nos hace fácil violar cualquier tipo de reglamento, ¿En nuestra cultura o en nuestra idiosincrasia?
Aquí es importante hacer una digresión para entender con precisión ambos conceptos. Idiosincrasia, según la RAE se refiere a los rasgos, temperamento y carácter distintivos y propios de un individuo o de una colectividad. Y la misma fuente se refiere a Cultura como el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época y/o grupo social. Haciéndola un poco de exégeta, trataré de interpretar dichos textos, de los cuales podemos derivar que la Cultura implica conocimiento y análisis y que Idiosincrasia es, dicho en forma monda y lironda la ignorancia que consolida los rasgos de nuestro temperamento en nuestro carácter y que nos lleva a conductas cuestionables y poco éticas. La Cultura nos lleva al conocimiento de la ley y moldea nuestra existencia para respetarla invariablemente, se acomode o no a nuestros intereses. La Idiosincrasia es lo mismo pero diferente. No importa conocer la ley, lo relevante es hacer lo que se nos antoja en el momento que lo queremos.
Me voy a expandir en el punto para abonar en la argumentación y procurar enriquecer el tema. Mi querido y dilecto lector es importante entender que la ley requiere de dos elementos, conocerla en primera instancia, y voluntad para cumplirla a pesar de nuestros deseos y de nuestras circunstancias. Pondré un ejemplo simple al respecto, el cual espero le sea aportativo y útil. En una carretera de Texas, le tocó a un transeúnte ir en su automóvil en un punto donde había línea continua de color amarillo que por ley indica una restricción que se enuncia como prohibido rebasar. Permítame explicarme con más minucia. En dicho tramo la carretera es lo suficientemente amplia para poder rebasar; en dicho momento el transeúnte llevaba un auto con un conductor en frente a una velocidad menor a la máxima permitida. Nuestro conductor se encuentra en una encrucijada en medio de la carretera, aparentemente en medio de la nada. En lo efímero de este momento, nuestro conductor se pregunta si cumple la ley de no rebasar en línea continua amarilla o rebasa sin afectar el máximo de velocidad permitida pero violando un reglamento; y déjeme ser reiterativo amigo lector, aparentemente en medio de la nada seguido por tres carros según podía ver en su espejo retrovisor. En dicho trayecto, nuestro conductor aludido lleva una efervescencia mental por cumplir o no la ley, “to be or not to be” diría Shakespeare en la voz del indeciso Hamlet.
Su Cultura le aporta en este momento el conocimiento que tiene de la ley en cuestión. Malabarea en su mente con dos elementos: la línea amarilla y el límite de velocidad. Los argumentos en su mente hacen efervescencia y fluyen a raudales como ideas: “El tipo de enfrente me está estorbando al ir a una velocidad menor a la permitida”. Eso es cierto. “No lo puedo rebasar porque hay línea amarilla continua”. Eso también es cierto.
Su idiosincrasia le aporta los siguientes argumentos: “Si bien hay línea amarilla continua que me indica no rebasar, estoy en medio de la nada en un trayecto bastante amplio donde ninguna autoridad se va a dar cuenta de lo que hago”. “Creo que debo y puedo rebasarlo, pues me está estorbando con su velocidad inferior a la permitida”. Qué le parece dicho conflicto existencial que se presenta en un lapso imprevisto de la carretera a más de 55 millas por hora donde el límite es de 75 millas por hora. Cultura vs Idiosincrasia.
Nuestro conductor decide no rebasar a un auto que más adelante sale de la carretera. Sin embargo se percata que uno de los carros que venían atrás de él era la policía encubierta. Su cultura venció a su idiosincrasia.
Según Shopenhauer el hombre es una criatura asquerosa y desear la inmortalidad del hombre es desear la perpetuación de un gran error, pero no podemos quedarnos en nuestra mente con este argumento tan pesimista y sembrarlo a diestra y siniestra en toda nuestra existencia. Prefiero el punto según Aristóteles, el cual afirma que la esperanza es el sueño de los vivos y nos deja un resquicio existencial de mejoría humana con un conocimiento que fortalezca una cultura que nos brinde empaque en nuestro día a día. Una locura con la que iluminar la cuerda de cordura que puede ser la vida.
El tiempo hablará.