Locuras Cuerdas

Jorge Chávez

26/12/17

La última semana del año

Pensamos que ya era tiempo de ser románticos, y entonces confeccionamos un paisaje ad-hoc, saturado del más puro idealismo, y barnizamos la luna de melancólico color. Renato Leduc.
Mi querido lector, estamos en medio de la última semana del año; ya hemos estado en otras circunstancias parecidas, es decir en años anteriores ya hemos vivido esta nostálgica ansiedad que provoca la inminencia de aquello que está por terminar, lo mismo sucede cuando percibimos el final de un amor, el final de un curso escolar, el final de un sexenio, bueno o malo, finalmente es una medida de aquello que nos conforma en todo sentido y que es el Tiempo, una brújula de nuestra historia, un indicador eminentemente humano.
Permítame ser enfático con la filosofía de la nostalgia que nos provoca palpar tan de cerca el paso del tiempo como nos sucede en la última semana del año; después de todo el prolijo escritor de muy profundas letras, el filósofo alemán Johann Wolfgang von Goethe afirmaba en su tiempo que filosofar ayuda a entender mejor nuestro mundo, nuestro entorno y nuestra circunstancia en todos los sentidos, y es esta la mejor época del año para aplicarse en este sentido.
Estamos muy estructurados en nuestra mente al orden actual de los días, meses y años, a esta medida de tiempo que incluye los doce meses que van de enero a diciembre se le conoce como calendario gregoriano, es el actual calendario mundial. No siempre fue así, a esta forma de medir el tiempo lo antecedió el calendario juliano, el cual carecía de ciertas precisiones sobre todo en lo relativo a eso de los 29 días de febrero cada cuatro años, conocido como año bisiesto.
Todos estas alusiones cronometrales en las cuales vivimos inmersos en el presente, sin darnos cuenta a ciencia cierta, fueron aplicadas por cuestiones científicas y religiosas en el siglo 16 y su impulsor fue Ugo Buocompagni, quien en su vida cotidiana de adulto fue jurista eclesiástico y con el paso del tiempo elegido papa el 14 de mayo de 1572 bajo el nombre de Gregorio XIII, de ahí el nombre del calendario que nos conforma.
Es importante y quizá hasta glamoroso tener ubicado en nuestra cultura general que los primeros países en adoptar el calendario actual fueron España, Italia y Portugal en 1582. Sin embargo, Gran Bretaña y sus colonias americanas lo hicieron casi dos siglos después, hasta 1752.
¿Alguna vez se ha preguntado cómo diantres le hicimos la raza humana para ponernos de acuerdo en usar todos la misma medida de tiempo que nos arroja el calendario gregoriano? Si en una familia, cuyo número de miembros es infinitamente menor a la de cualquier censo mundial, batallamos para ponernos de acuerdo en cualquier punto; ponerse de acuerdo para aplicar este calendario en todo el planeta es algo sustancialmente admirable, creo que por eso nos tardamos casi dos siglos en aplicarlo de forma universal, aunque ese adjetivo me parece algo exagerado.
Mi querido y dilecto lector, de forma deliberada seré reiterativo, estamos viviendo la última semana que el calendario gregoriano nos ubica como el 2017, un año particularmente aciago en muchos sentidos. Dice la Real Academia de la Lengua que aciago significa: Infausto, infeliz, desgraciado, de mal agüero. Es decir estamos saliendo de una medida de tiempo que para la inmensa mayoría ha sido enfática y puntualmente adversa y más que complicada.
No sé si a usted le parece que esta semana es más bien un fin de semana de siete días, una semana en la que el tiempo se detiene en nuestros relojes y sentimos la desfachatez propia de los días de asueto, amén de que podemos ver a la gente que habitualmente no vemos en todo el año; de esta forma los días parecen sábado o domingo, también según el calendario gregoriano, y en el cual estamos obligados a tener un evidente acercamiento con nuestros seres queridos para alimentar en nuestra alma la necesidad que tenemos de cada uno de ellos, familiares y amigos, y que el sentido de urgencia, propio del fin de año, el cual, por una especie de acto reflejo, nos hace tener en perspectiva el fin de la vida por ese goteo pausadamente acelerado en que se van los últimos días del mes de diciembre.
La niñez está cargada de sueños y de momentos en el futuro, así como la vida de adulto está cargada de nostalgia y de momentos en el pasado, pero ambas circunstancias convergen en estos días para complementarse, acercarse e incluso tocarse para darse mutua certeza del bendito sentido de pertenencia que le da plenitud y significado a nuestras vidas. Feliz última semana del año.
El tiempo hablará.