Locuras Cuerdas

Jorge Chávez

07/11/17

La corrupción: ¿genética o idiosincrasia mexicana?

No permitas que certezas perversas, ajenas a ti, definan tus caminos; que pretendiendo controlar a otros quieren compensar su sensación de ineptitud. Las mil y una noches.
Mi querido y dilecto lector, quien ha pretendido hacer cambio de hábitos en cualquiera de sus rutinas entiende que es una tarea titánica, nos guste o no lo que hacemos, es decir nuestras acciones definen nuestra esencia; en alguna ocasión leí que un personaje del gran novelista clásico Mark Twian decía que: Es de suma importancia ubicar que a las mujeres se les conquista por los oídos y a los hombres por los ojos por eso las mujeres se maquillan y los hombres mienten, en función de esto concluye expresando que no trates a la gente por lo que dice, sino por lo que hace.
Lo triste del caso es que si cambiar los hábitos es una tarea difícil, cambiar la idiosincrasia de una comunidad o de una nación es una tarea de salmón, es decir hay que nadar contra corriente y muy probablemente terminaremos devorados por el oso de la costumbre.
Hoy más que nunca en todos los niveles de nuestra sociedad es importante invocar e intentar un cambio inteligente en nuestra idiosincrasia, ese concepto que define todo lo que somos y que nosotros mismos aceptamos como normal y que consideramos como parte inherente de nuestra vida porque así lo hemos visto desde nuestra niñez. Son todos aquellos rasgos distintivos y propios de un individuo o de una colectividad que aceptamos como un destino obligado.
Solo que si esa idiosincrasia no es el mejor punto de partida para llevarnos a una meta que verdaderamente nos beneficie a todos, entonces se vuelve una fuerza canalla que nos obliga a actuar en contra de nosotros mismos como nación y parafraseando a John L. O Sullivan, convertirse en un “Destino Manifiesto” muy trágico para nosotros.
Bajo esta óptica, la fuerza de la idiosincrasia en una comunidad o en una nación es tan determinante que, no importa lo ingenioso que uno sea, no se puede luchar contra lo que nuestra mente ve como nuestro destino obligado hasta no convencernos que dicho destino no es ineludible.
Uno de los casos que están metidos hasta el tuétano en nuestra idiosincrasia, quizá no en nuestros genes, es el de la corrupción; quienes abordamos el tema lo hacemos considerándonos como Juan, el último de los profetas en los evangelios, somos la voz predicando en el desierto.
En alguno de los tantos capítulos de la novela de origen árabe “Las mil y una noches”, preguntándole un día a un sabio cuál es el peor de los hombres, contestó: «Aquel que deja que los malos deseos se apoderen de su corazón, porque pierde toda su entereza”.
En ese contexto nos hemos enterado por la prensa que ciertos funcionarios federales perdieron su entereza y que la Secretaría de la Función Pública (SFP) detectó irregularidades por más de 88 millones de pesos en la evolución patrimonial de seis servidores públicos. Esto quiere decir que al estudiar la dinámica de su prosperidad, el nivel de ésta no coincidía con los ingresos que como servidores públicos tenían. Tristemente el comunicado de esta dependencia federal indicó que, son cinco funcionarios de Pemex Refinación y uno del Instituto Mexicano del Seguro Social quienes actuaron con una procacidad descarnada, es decir con desvergüenza e insolencia y están involucrados en este nuevo caso de corrupción; que tristemente y debido a esa perversa semilla que está sembrada en nuestro inconsciente colectivo, tenemos la certeza de que es cuestión de tiempo para que se ventilen más casos de corrupción como el mencionado en la prensa nacional al inicio de esta semana.
En ese tenor, cabe preguntarnos cómo vamos a hacerle para que la corrupción ya no sea una similitud fractal de todos los niveles de gobierno; entendiendo como fractal, lo que al respecto nos dicen las matemáticas, que es la estructura repetida y constante que tiene la propiedad de que su aspecto y distribución estadística no cambian cualquiera que sea la escala con que se observe. Y mi querido lector, en esta línea de criterio la corrupción se niega a desaparecer de nuestra idiosincrasia y por ende de nuestro quehacer nacional.
Me sorprende cómo encontramos normales los rumores en el sentido de que diversos gobiernos en función del moche, unos cobran el 10%, otros ya andan en el 30% y que son cobrados por cercanos a la máxima autoridad.
El punto es hacer cultura de castigo ejemplar a los corruptos para que en determinado momento quien quiera o, eventualmente se le presente la “magnífica oportunidad” de beneficiarse por este camino, lo reconsidere. Los ciudadanos debemos instigar estas medidas ya que a la clase política no le conviene por ser ellos los principales beneficiarios de este flagelo, trágicamente muy metido en nuestra idiosincrasia.
El tiempo hablará.