Locuras Cuerdas

Jorge Chávez

12/10/17

Arquetipos pasados y poder perdido

En el siglo XXI, el poder es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder. Moisés Naím.
Entendiendo el poder como la capacidad de lograr que otros hagan o dejen de hacer algo, es de suma importancia señalar que a nivel mundial dicho poder está experimentando una transformación histórica y trascendental. Tamaulipas no es ajeno a esta metamorfosis que se está viviendo en ese contexto.
El poder puede parecer abstracto, pero para quienes están más en sintonía con él, es decir los poderosos, sus oscilaciones se viven de manera muy concreta pues los protagonistas del poder y quienes en algún momento lo ejercieron son quienes mejor conocen sus posibilidades como los límites de lo que pueden hacer con él y muy a menudo esto los lleva a sentirse frustrados por la enorme distancia que existe entre el poder que los demás suponen que tienen y el que en realidad poseen.
Tomás Yarrington Ruvalcaba (TYR) y Eugenio Hernández Flores (EHF) gozaron de enorme poder pero hoy viven esta experiencia intensamente pues el mismo poder que ellos ejercieron adquirió con el paso del tiempo y la alternancia política un significado muy diferente para ellos y los otrora poderosos gobernadores viven algo que su soberbia, producto de su confianza jamás les permitió vislumbrar. Fue tanto el poder que acumularon que se creyeron intocables y hoy padecen la enorme brecha entre la percepción y la realidad de su “poder”.
En alguna ocasión Joschka Fischer, uno de los políticos más populares de Alemania y antiguo vicecanciller y ministro de exteriores dijo que una de sus mayores sorpresas fue descubrir que los grandes palacios oficiales y todos los demás símbolos del poder del gobierno eran, en realidad, una escenografía bastante hueca. La arquitectura imperial de los palacios oficiales oculta lo limitado que es en la práctica el poder de quienes trabajan en ellos.
Tanto TYR como EHF olvidaron la transitoriedad del poder político, algo fundamental para quienes llegan a su cúspide; no se debe olvidar nunca en este contexto que el cambio es permanente en todas las cosas de la vida y que el poder, por mucho que se acumule siempre se hace débil, siempre es transitorio y se vuelve limitado.
Todo hace indicar que los delitos que se les imputa ahí están, pero si aspiramos a ser un país de leyes debemos moderar nuestro poco aprecio por la clase política que presumimos corrupta y esperar a que se dicten las sentencias como es debido. Hasta entonces sólo son indiciados, es decir, solo tienen contra sí la sospecha de haber cometido un delito.
Por otro lado, de confirmarse la sentencia para ambos me tocará llorar como tamaulipeco por la injusticia con que se anuló el progreso de nuestro Estado y la honorabilidad que debe ser inherente en el servicio público de hombres que fueron elegidos para servir y que con el devenir del tiempo encontraron las “ventajas” de servirse a sí mismo con cinismo desmesurado y obsceno. Sufro porque presiento al considerar esta etapa de la historia de Tamaulipas una obscura equivocación y un grave retraso en la relojería moral de nuestro tiempo, aquella que inició con la hueca retórica de “Vamos por el Futuro” y como secuela de la misma continuó con la de “El corazón de Tamaulipas”. Me desespera, ante el hecho consumado que es todo acto de corrupción leonina, una deliberada y voraz patente de corso, pero también al pensar que el saldo generoso de una existencia rica y plena en experiencias políticas al ser ambos alcaldes de los respectivos lugares que los vio nacer no bastó para frenar las inclinaciones voraces de ese afán de enfermiza pertenencia al querer ostentar como suyo cada vez más bienes materiales sin medir consecuencias futuras ni frenar en lo mínimo acciones que en forma más que deliberada están fuera de lo moralmente aceptable.
Todo ese control y dominio que se tenía del Estado tamaulipeco, sobre tantas personas, sobre altos funcionarios, sobre el mismo Congreso, todo eso que en un momento de sus vidas les causaba plenitud y euforia en el pasado, hoy en el trágico presente para ellos no da a compensar y a llenar el vacío de un solo segundo. Mis lágrimas de tamaulipeco lacerado son por la torre de hombres que se vinieron abajo en sus expectativas y aspiraciones éticas, morales y profesionales al tener de ejemplo en sus formas y en su fondo existencial a este par de hombres que al sembrar su estilo de ser, mal forjaron una buena generación de tamaulipecos al hacerles creer con sus hechos que lo incorrecto era lo correcto. La degradación del poder se convirtió en un infame arquetipo y afectó a nuestro Estado, quizá a varias generaciones por haber tenido de ejemplo y escuela de vida a dicho arquetipo, es decir el modelo original y primario en que se aprende las formas de hacer las cosas.
El tiempo hablará.