Locuras Cuerdas

Jorge Chávez

14/09/17

Nada que celebrar, ¿o si?

De ahora en adelante no se dirigirán las miradas a las cabezas de los que reinen, sino a las de los que piensen. Honorato de Balzac.
Querido lector, permítame con su anuencia hacer que fluya en mí el historiador impreciso que me habita pero también el analista incrédulo y aguafiestas que soy, y déjeme abordar un tema que desde la época de mi infancia me parecía inverosímil desde la primera vez que dicha narración la inocularon en mi conocimiento.
Seguramente a usted no le importa mi vida pero debo hacer una precisión ya que esta conducta parece más de un miembro del partido MORENA que de un hijo “normal” de una familia común. El detalle es que mis padres siempre me indujeron a tener pensamiento crítico y a cuestionarlo todo como un medio de aprendizaje, no de irreverencia ya que siempre me inculcaron el respeto a las autoridades establecidas haciéndome memorizar el pasaje de Romanos 13:1 que a la letra dice: Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas.
El presente escrito no es una invitación a la insurgencia histórica sino más bien una meditación filosófica con intención educativa, diría nuestro secretario de Educación y cuasi precandidato Aurelio Nuño que se trata de uno de los cuatro pilares de la educación que es: Aprender a aprender.
Pues bien, le comento que el 13 de mayo de 1846 los Estados Unidos declararon la guerra a México; esto en términos coloquiales y futbolísticos era algo así como Tigres vs. Zacatepec, pero en aquel entonces no sucedió lo inesperado; nuestro vecino país lo hizo con la intención de apoderarse de la Alta California, Nuevo México y otros territorios del norte del país.
El 8 de septiembre del mismo año, estos abusivos invasores norteamericanos se apoderaron del Molino del Rey, para ir al último reducto militar mexicano en su camino a la Ciudad de México, nada menos ni nada más que la que fue alguna vez el lugar de reposo de la olvidada por su marido la emperatriz Carlota: el Castillo de Chapultepec, en ese entonces sede del Colegio Militar en el que se encontraban más de 50 cadetes.
La muy complicada defensa del Castillo del totalmente asimétrico enemigo de guerra, fue confiada al general Nicolás Bravo, antiguo insurgente; en memoria de quien la muy conocida y concurrida calle Bravo en Matamoros y muchas otras ciudades de la República lleva su nombre; sin embargo, el susodicho general contaba con más de 800 soldados para defender esta histórica fortaleza contra los más de 7 mil soldados de nuestro vecino país.
El general Bravo, en un acto de sentido común dio la orden que los cadetes menores de edad se retiraran, pero la mayoría en un acto de urgente y emergente patriotismo, no lo hizo. La madrugada del 12 de septiembre de 1847 los soldados americanos iniciaron una masacre con un intenso bombardeo sobre el Castillo, el efecto, sobra decirlo, fue devastador.
Ya ensañados y no conforme con esto en el amanecer del día 13 nuevamente bombardearon el Castillo pero a las nueve de la mañana el fuego cesó, y los soldados estadounidenses iniciaron el ascenso del cerro, por la parte oeste. Y aquí vino lo poco favorable para nosotros, la lucha se libró cuerpo a cuerpo, los mexicanos combatieron, como dirían con un léxico estridente los jóvenes de hoy, con muchos huevos, pero los invasores ganaban terreno y lograron llegar al Castillo por otro lado.
Al llegar los norteamericanos al Castillo sólo unos cuantos soldados y cadetes permanecían en el edificio. De esta forma de los cincuenta cadetes originales la historia guarda memoria, sólo de seis de ellos a quienes recordamos como los Niños Héroes. Ellos son, Juan Escutia, a quien en un acto de romanticismo histórico poco creíble se le atribuye haberse lanzado con la Bandera de nuestro país; con qué propósito útil, no lo sabemos. Los otros recordados son, Vicente Suárez, Fernando Montes de Oca, Francisco Márquez, Agustín Melgar y el teniente Juan de la Barrera, que ofrendarían su vida en el asalto estadounidense al Castillo de Chapultepec, el 13 de septiembre de 1847. Nicolás Bravo, menos temperamental y visceral que los “Niños Héroes”, y quizá con un instinto de supervivencia muy desarrollado no murió en esa fecha sino siete años después.
Benito Juárez, de 1.37 de estatura, fue el primero en honrar oficialmente la derrota de los Niños Héroes, al decretar el 13 de septiembre día de luto nacional, en memoria de los cadetes que murieron en el Castillo de Chapultepec. Siempre pensé que esta historia es una forma desmesurada de glorificar la derrota; y entiendo que muchas veces la realidad no responde a las ilusiones y de esta forma el gobierno de aquel entonces necesitaba algo para glorificarse y mantener bien la unidad nacional. Desde entonces con cualquier pretexto salimos al Ángel de la Independencia o cualquier plaza a festejar lo que sea.
El tiempo hablará.