LOCURAS CUERDAS

Jorge Chávez

01/08/2017

El poder del optimismo

El problema no son las dificultades, sino cómo transformar éstas en posibilidades. Paulo Freire.
Esta semana tuve la oportunidad de leer al columnista Eduardo Cassia de Grupo Reforma su artículo titulado “Campos mórficos” en el cual expresa el término aludido para explicar que todos los individuos de un grupo social estamos conectados a nivel energético, lo que produce comportamientos similares, aun cuando no haya contacto físico. Agrega que todo sistema social es modificable, que necesitamos actitudes de contagio positivo o «metáforas de cambio posible» donde un mexicano ve un cambio positivo a partir del ejemplo. Hasta ahí la cita.
Motivado por este autor, considero conveniente sembrar por medio de esta columna, hasta donde alcance, herramientas de optimismo en una sociedad caracterizada por la desesperanza y donde hemos llegado al punto en que el comunicar pesimismo es lo razonable pero que a la vez es inútil e irrelevante. Se trata de aportar y no de acotar.
Se piensa que fue Voltaire el primero en utilizar el término optimismo en 1759 cuando escribió su célebre cuento “Candide ou L’Optimisme” en el que se burla de las ideas del filósofo alemán Wilhem Leibniz, quien sostenía que el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos posibles.
Uno de los protagonistas de este relato, el profesor Pangloss defiende que la armonía preestablecida es la cosa más bella, que el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos posibles, aunque a juicio de Voltaire, con una muy fina ironía declara que quienes afirmaron que todo está bien, han dicho una falacia pues para ser precisos debieron haber dicho que nada podía estar mejor.
El otro protagonista de este cuento de nombre Cándido termina por descubrir una realidad muy distinta ya que se da cuenta que en el mundo real la bondad escasea, que el futuro es impredecible y que la vida es una lucha sin fin y que estamos rodeados de todo tipo de desgracias y tragedias, lo que lo mete en un debate apasionado y agónico entre el optimismo ingenuo que le ha inculcado Pangloss y la cruda realidad que le golpea de forma sistemática y despiadada dejándole sin esperanza alguna. Cualquier parecido con nuestra realidad es mera coincidencia.
En este sentido, Voltaire, que maneja con ironía y habilidad los diálogos de los diferentes protagonistas de su relato, nos transmite una visión pesimista del mundo y de la vida: frente a las ideas de equilibrio perfecto y armonía universal que defiende Pangloss (Leibniz), la realidad es que vivimos en un mundo hostil, en el que nos acechan todo tipo de desdichas y calamidades, por lo que el optimismo sin mas resulta algo tan ingenuo como absurdo y lo proyecta con una ingeniosa frase de sumo pesimismo que a la letra dice: “Todo está bien, cuando en realidad todo está mal”.
Este mensaje es colosalmente una antítesis del pesimismo francés de Voltaire frente al optimismo alemán de Wilhem Leibniz, aunque el mensaje final del francés es que “cultivemos nosotros nuestro propio jardín de vida” ya que si nos ocupamos de cuidar de aquello que nos rodea de forma más íntima, podremos conseguir que nuestra vida sea más próspera, feliz y productiva.
Una de las historias que quiero rescatar y proyectar como ejemplo de optimismo inteligente; fustigando y avalando a Voltaire, frente a verdaderas situaciones de adversidad, es la de Hellen Keller.
Sorda, ciega y muda, Hellen Keller, con quien resultaba imposible entablar ningún tipo de comunicación, era considerada por su familia como una desgracia de la naturaleza, como una niña sin posibilidad alguna de recuperación. Tan sólo su madre mantenía una leve esperanza, que la llevó a contratar a Ana Sullivan, una joven maestra especializada en sordomudos, que se empeñó en recuperar un caso tan desesperado como el suyo. Con rigor, paciencia, optimismo y esperanza Ana consiguió finalmente el milagro de romper la burbuja secreta en la que vivía Hellen, una adolescente encerrada hasta entonces en la fortaleza vacía y solitaria de su mundo interior, en un recinto de tinieblas y silencio del que terminaría emergiendo no sin dolor, una personalidad extraordinaria, brillante, entusiasta y única.
Helen Keller y Ana Sullivan lograron conjurar, juntas, los murmullos de muchos fantasmas. Decía Hellen que si la felicidad se pudiera medir y palpar, entonces ella, que no podía ver ni oír, tendría todos los motivos del mundo para sentarse en una esquina y ponerse a llorar sin parar, pero que a pesar de todas sus privaciones era profundamente feliz.
Su optimismo, querido lector, residía en lo más hondo de su corazón y ella lo eligió como filosofía de vida. Ambas, Hellen y Ana, alumna y maestra, son, por otra parte, una auténtica referencia para los profesores y estudiantes de hoy, y para todas aquellas personas que confían en el poder del optimismo a la hora de afrontar la adversidad y sobreponerse a ella.
Hoy más que nunca el tiempo hablará.