Locuras Cuerdas

La precuela del odio

Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido. Segunda enmienda. Constitución de los Estados Unidos.
Para resumir lo que puede traducirse en resultados macabros de todo lo que sucedió en El Paso, Texas, me limitaré a consignar que a sus 21 años Patrick Crusius (PC), el inofensivo estudiante, el terrible terrorista de Allen, Texas, había llegado a ser capaz, gracias a un entorno social cargado de menosprecio y a las palabras polarizantes de su presidente, de dos clases de malas acciones: Primero de una mala acción grave, seria, meditada en la conciencia con las ideas falsas que puede dar semejante desgracia y concretizarlas en un manifiesto racista; y segunda de una mala acción rápida, irreflexiva, llena de aturdimiento e hija del instinto y cuyo resultado es la muerte.
PC era «un tipo muy solitario”, según las descripciones de sus vecinos. Un antiguo compañero de clase, refiere episodios de acoso por parte de sus compañeros: “Cada vez que levantaba la vista en clase, alguien le hablaba en mal tono. Decían que Patrick era una nulidad, un tonto”.
Pensaba de sí mismo que no estaba motivado para hacer nada más de lo necesario para sobrevivir. Pasaba aproximadamente ocho horas al día en el ordenador y eso lo contaba como experiencia en tecnología.
Querido y dilecto lector, trato de perfilar la mente absurda y obtusa de este sujeto que, debido a sus acciones hoy podemos llamar terrorista doméstico, y que EU los cultiva, y quienes se manifiestan de forma imprevista y cada vez más constante.
En un contexto de una vida poco favorecida socialmente, PC tomó el discurso de supremacía blanca como el punto de partida del desastre de varios destinos. Es preciso que la sociedad norteamericana se fije en estas cosas, pues les guste o no, ella es su causa.
Es evidente que este supremacista blanco es un ignorante pero no es un imbécil. Debido a sus estudios puedo presumir que la luz natural ardía en su interior, pero la desgracia, que tiene también su luz, aumentó la poca claridad que había en su espíritu. Bajo la influencia de la soledad y el acoso de sus compañeros a lo largo de su vida, así como la retórica de supremacía que le cautivaba su frágil mente se encerró en su conciencia, y reflexionó con los fatales resultados ya conocidos.
En su interior se constituyó a sí mismo en un tribunal. Comenzó por juzgarse a sí mismo. Y determinó coger violentamente a la sociedad hispana por el cuello y figurarse que se puede resolver el problema de la inmigración que tanto dice su presidente Trump con el simple hecho de matar a unos cuantos mexicanos en suelo estadounidense.
En su mente quizá no habría hacia él tanto abuso por parte de la ley en la pena, que por parte de los mexicanos en su culpa de estarnos invadiendo. Si había un exceso de peso en la balanza no sería en la matanza, tanto como en la invasión latina. Seguramente Patrick se veía a sí mismo después de la matanza, más como víctima que como culpable. Y en su distorsionada mente asumía que las penas de migración no producen por resultado el cambio completo de la situación en su país, reemplazando con el exceso del aplauso de su raza blanca, la falta del asesino múltiple en que se convertiría, transformando al culpado en víctima y al deudor en acreedor.
Puso el Derecho de parte suya, el mismo que lo había violado. Se concedió el derecho de privar de la vida a otros seres humanos con las mismas libertades que él de forma imprevistamente irracional con una impía previsión que podemos adjetivar sin temor a equivocarnos como la triada del gandalla: premeditación, alevosía y ventaja.
Un hombre que podemos contemplar entre una falta y un exceso. La falta de mesura en la retórica de su presidente, y el exceso de facilidad que la segunda enmienda permite para comprar armas de alto poder a cualquier ciudadano.
Patrick nos condenó a todos los mexicanos en su odio, incluso a quienes no vivían allá y que solo iban de compras en forma ocasional o periódica. Nos hizo responsables de su suerte y se dijo que no dudaría en pedirnos cuentas por “invadir” su país, que, curiosamente, algunos años atrás era el nuestro.
Si nos asomamos a la biografía de este joven de 21 años, podemos evidenciar que, de su sociedad no había recibido sino males, nunca había conocido más que esa fisionomía cruel que se llama bullying y que moldea con crueldad a quienes castiga.
Los hombres no le habían tocado más que para maltratarle. Todo contacto que con ellos había tenido había sido una herida. Nunca, desde su infancia, salvo el amor de sus abuelos con quienes vivía, había encontrado una voz amiga, una mirada benévola.
Así de padecimiento en padecimiento llegó a la conclusión de que la vida es una guerra y 20 latinos quedaron a la merced de una mortal casualidad.
El tiempo hablará.