Locuras Cuerdas

Ideario Cuauhtémoc

Al que anda con la miel algo se le pega. Honorato de Balzac.

Se dice que somos lo que en promedio son las cinco personas con quienes más nos juntamos o admiramos. En El Príncipe y el mendigo, Mark Twain trata de proyectarnos la esencia de dos personajes, uno era auténticamente un príncipe y el otro, el mendigo, se creía príncipe por ideas que entraron en su cabeza por medio de sus lecturas.
De tal forma que cuando intercambiaron sus vidas, no se sabía en realidad quién era el verdadero príncipe.
Querido y dilecto lector, encontré en mis lecturas una filosofía de 17 puntos que no tiene desperdicio alguno. A riesgo de que se me acuse de plagio aterrizaré íntegra dicha filosofía.
Don Eugenio Garza Sada dirigió FEMSA durante una etapa muy importante de la empresa y basó sus decisiones en una serie de principios y conceptos que desarrolló con los años y a los que llamó el Ideario Cuauhtémoc. Podemos afirmar que este ideario al día de hoy tiene una vigencia indiscutible y bien pudiéramos tomarlo como una guía indispensable en nuestro desarrollo profesional y personal, a riesgo que se nos pueda tildar de fifís por tomar el ejemplo de este empresario regiomontano.
El grupo de principios del Ideario Cuauhtémoc es parte fundamental de la Cultura FEMSA, orgulloso dueño de los Rayados del Monterrey. Comencemos.

1. Reconocer el mérito en los demás.
Señalarlo de manera espontánea, pronta y pública. Usurpar ese crédito, atribuirse a sí mismo méritos que corresponden a quienes trabajan a las órdenes propias, sería un acto innoble, segaría una fuente de afecto e incapacitaría para comportarse como corresponde a un ejecutivo.

2. Controlar el temperamento.
Debe tenerse capacidad para dirimir pacífica y razonablemente cualquier problema o situación, por irritantes que sean las provocaciones que haya que tolerar. Quien sea incapaz de dominar sus propios impulsos y expresiones, no puede actuar como director de una empresa. El verdadero ejecutivo abdica el derecho a la ira.

3. Nunca hacer burla.
De nadie ni de nada. Evitar las bromas hirientes o de doble sentido. Tener en cuenta que la herida que asesta un sarcasmo, nunca cicatriza.

4. Ser cortés.
No protocolario, pero sí atento a que los demás encuentren gratos los momentos de la propia compañía.

5. Ser tolerante.
De las diversidades que puedan encontrarse en la raza, color, modales, educación o idiosincrasia de los demás.

6. Ser puntual.
Quien no puede guardar sus citas, muy pronto se constituirá en un estorbo.

7. Si uno es vanidoso, hay que ocultarlo.
Como el secreto más íntimo. Un ejecutivo no puede exhibir arrogancia ni autocomplacencia. Cuántas veces los fracasos de hombres bien conocidos confirman el adagio de “el orgullo antecede a la caída”. Cuando uno empiece a decir que otros empleados son torpes, o que los clientes son mezquinos o necios, habrá empezado a meterse en embrollos.

8. No alterar la verdad.
Lo que uno afirme, debe hacerlo reflexionando; y lo que prometa, debe cumplirlo. Las verdades a medias pueden ocultar errores, pero por poco tiempo. La mentira opera como un boomerang.

9. Dejar que los demás se explayen.
Especialmente los colaboradores, hasta que lleguen al verdadero fondo del problema, aunque tenga que escuchárseles con paciencia durante una hora. Haría uno un pobre papel como director, si dominara una conversación en vez de limitarse a encauzarla.

10. Expresarse concisamente.
Con claridad y completamente, sobre todo al dar instrucciones, Nunca estorba un buen diccionario a mano.

11. Depurar el vocabulario.
Eliminar las interjecciones. Como “Hey”, “Güey”, etc. Las voces vulgares y los giros familiares debilitan la expresión y crean malentendidos. Para demoler verbalmente a sus enemigos, los grandes parlamentarios nunca emplearon una sola expresión vulgar.

12. Asegurarse de disfrutar el trabajo.
Es muy legítimo tener pasatiempos predilectos e intereses en otras cosas, pero si se estima como un sacrificio venir al trabajo, entonces lo que se necesita es un descanso y otra compañía en donde laborar.

13. Reconocer el enorme valor del trabajo manual.
Cuya productividad hace posible la posición directiva y afirma el futuro de ambos.

14. Pensar en el interés del negocio más que en el propio.
Es buena táctica. La fidelidad a la empresa promueve el propio beneficio.

15. Análisis por encima de la inspiración o de la intuición.
Éste debe ser el antecedente para actuar.

16. La dedicación al trabajo.
Beneficia al individuo, a la empresa y a la sociedad entera. En esto se asemeja a un sacerdocio.

17. Ser modesto.
Si no se comprende que nada tienen que ver con el valor de la persona -el tamaño del automóvil o de la casa, o el número de amigos y de los clubes a que se pertenece, o los lujos y el rótulo de la puerta del despacho- y si estas cosas significan para uno más que la tarea bien y calladamente cumplida y los conocimientos y el refinamiento espiritual para adquirirlos, entonces se precisa un cambio de actitud o de trabajo.
Espero, sesudo lector, que este ideario te sea útil en el día a día de tu vida.
El tiempo hablará.