Locuras Cuerdas

Cosas de la vida

La armonía total de este mundo está formada por una natural aglomeración de discordancias. Séneca.
Esta semana recibí la visita de mis hijos. Ellos son una generación muy diferente a la mía. Lo sé, me queda claro pero cuando lo vivo de cerca, sufro. Tenemos ciertas y muy pequeñas coincidencias. Mi hijo escuchó, sin darme yo cuenta, una melodía de mi lejana secundaria que yo escuchaba con nostalgia el fin de semana pasado, de Boz Scaggs, titulada “Look what you’ve done to me”, le gustó, eso me agradó. Quisiera que también le gustara “Guerra y Paz” de Tolstoi. No pierdo la esperanza.
La cercanía de mis hijos me lleva a darme cuenta que la impersonalidad de la tecnología en un celular, que se proyecta en el uso de internet y todas sus variantes, Facebook, Instagram y WhatsApp es la enfermedad de este siglo. Simplemente en forma estoica, lo acepto y lo asimilo para que prevalezca la saludable cordialidad en la relación con los hijos y por ende en el seno familiar. Parece claudicación pero créeme, cualquier pelea desgasta sustancialmente, pero más cuando te peleas con la realidad, sobre todo la familiar. El presente siempre tiene dos o tres crisis como esta. No es el fin del mundo, es la salsa y el condimento existencial que hace que las cosas no sean aburridas cuando todos pensamos igual.
Las diferencias con los seres humanos son bastante aportativas, pueden parecernos ásperas si nuestra personalidad es autócrata y dictatorial. Pero si nuestra esencia es plural todas las diferencias son divertidas y hasta educativas.
La Mesa de Vallevisión es una plataforma mediática que se hizo precisamente para polemizar, para polarizar las ideas y que la audiencia pueda escuchar diversas posturas, no solo una. Y en esa diversidad de ideas que pretende ser inteligente haya enseñanza para quien amablemente escucha las “discusiones” que ahí se plantean.
En el universo de las ideas hay una frase prefabricada que dice: “Mejor no hablar de política y religión”. Esta frase fue acuñada por quienes no saben manejar las diferencias de ideas. Yo prefiero correr el riesgo y hablar justamente de política y religión con quienes piensan diferente a mí.
Por medio del diálogo me gusta meterme en la mente de las personas para entender mejor sus posturas aunque no las comparta.
Tengo mis amigos ateos que me obligan a estudiar con precisión mis creencias, para no creer solo por herencia, porque así lo decían mis padres. Qué tal si mis padres estaban equivocados y esto se convierte en un traspaso de errores de buena fe. Estimo a mis amigos ateos porque me obligan a estudiar más mis creencias y aterrizan mi fe como una consecuencia de mis lecturas sacras, más que una simple tradición.
Para mis amigos ateos su mundo está lleno de sabios, de filósofos, de jurisconsultos, de moralistas y de políticos. Viven muy cerca de todas esas lumbreras que les arrebatan la fe que a muchos les inspiró sus padres. A veces me repelen porque presumo ser un hombre que no conoce más ciencia que la palabra de Dios, y cuando me buscan para filosofar, irónicamente pienso que vienen a pedir luz al error ajeno, dudando de sus juicios, desconfiando de sus opiniones ateas, como admitiendo la posibilidad de que exista el Dios en quien yo creo, y en quien ellos dicen no creer.
Escuchando sus argumentos puedo entenderlos. Su razón se resiste, a pesar de ellos, a creer aquello que no se explica por la lógica o la razón misma. No entiendo por qué si creen muchas otras cosas inexplicables, entre ellas la de creer en la infalibilidad de su razón, no obstante la obviedad de tener los límites propios de un ser humano. Me quedo siempre con la pregunta a cuestas: ¿Sabe usted acaso por qué piensa y con qué piensa?
Desconozco el origen y el objeto de la razón de creer en el ateísmo, el cual permite a veces negar que los efectos tengan causa, negar que el mundo tenga un creador, negar que pueda existir en el infinito universo un ser superior al hombre.
Pienso que nos sucede algo que me parece extraordinario y muy humano, y es que mutuamente nos deslumbramos con las razones de un diálogo plural y diverso pero también mutuamente tampoco nos convencemos. Al final de nuestro eterno diálogo me queda la sensación de que siempre quedará pendiente la cuenta del alma, la cuenta con Dios.
Querido y dilecto lector, en medio de todas estas pláticas divergentes podemos ubicar la diferencia entre principios y prejuicios y evitar caer en el ya mencionado etnocentrismo que nos lleva a querer que todos nuestros congéneres piensen igual y sino que se vayan al carajo.
A pesar de todo, hay diferencias que simplemente no puedo aceptar, pues vivimos tiempos en que ante ciertas ideas pareciera que más que tolerancia se pide promoción, como lo es la diversidad de género.
El tiempo hablará.