Locuras Cuerdas

Joseph Fouché y Honorato de Balzac

La Historia Universal es fascinante cuando nos encontramos a dos personajes contemporáneos que se complementan mutuamente en su grandeza. Uno en la política, Fouché, y el otro en la literatura de altura, Balzac. Ambos de nacionalidad francesa y que bien podrían servir de estímulo para sembrar en nuestros jóvenes el deseo de ser sobresalientes en cualquiera de estos dos giros de la vida secular. Y conste que dije sobresalientes, no dije perfectos, ni santos.
Debo darle crédito al escritor austriaco Stefan Zweig, quien a través de sus lecturas, motivó en mí esta comparación de titanes humanos. Una lectura que te dejará, sesudo lector, mucho más que cualquier análisis de la política actual.
Joseph Fouché fue uno de los hombres más poderosos de su época y uno de los más extraordinarios de todos los tiempos. Sin embargo, ni gozó de simpatías entre sus contemporáneos ni se le ha hecho justicia en la posteridad.
Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral, a este hombre, como a todos los grandes hombres, no se le escatiman las injurias. Partiendo de esto ya tenemos una gran lección de vida.
De Fouché es importante estudiar su carácter, o por mejor decirlo, como decía Balzac, su admirable y persistente falta de carácter. La relevancia de Fouché estriba en que la Historia lo arrinconó silenciosamente en la última fila de las comparsas sin importancia a un hombre que, en un momento en que se transformaba el mundo, dirigió todos los partidos y fue el único en sobrevivirles. Cualquier parecido con nuestra realidad actual, es mera coincidencia. Y algo que me parece lo más relevante de su vida es que en la lucha psicológica venció a personajes de gran calado como lo fueron Napoleón y Robespierre.
Solo el genio narrador de Honorato de Balzac en su majestuosa obra, “La Comedia Humana” acertó a ver esta figura en su propia grandeza. Balzac, otro francés universal, cuya lectura debería ser obligada entre los estudiantes del nivel medio superior, para sembrar en ellos las grandes capacidades de observación y análisis de la mente y la conducta humana, pues algo se le podría aprender a este espíritu elevado y sagaz al mismo tiempo, quien no se limitaba a observar lo aparente de la época, sino que sabiendo mirar entre bastidores, descubrió con certero instinto, ese que da la mundanalidad y la abundante lectura, en Fouché el carácter más interesante de su siglo.
Balzac, por su parte, habituado a considerar todas las pasiones, las heroicas y las inferiores; para él eran elementos completamente equivalentes en su química de los sentimientos, acostumbrado a mirar igualmente a un criminal perfecto que a un genio moral, buscando más que la diferencia entre lo moral e inmoral, el valor de la voluntad y la intensidad de la pasión.
De esta forma y con ese talento de narrador literario, Balzac rescata de su destierro histórico al hombre más desdeñado, al más injuriado de la Revolución francesa y de la época imperial. El único ministro que tuvo Napoleón a quien llama, “genio singular”, “la cabeza más fuerte que conozco” y algo que es descriptivamente soberbio, es cuando el grandioso narrador dice del grandioso político: Es una de las figuras que tienen tanta profundidad bajo la superficie y que permanecen impenetrables en el momento de la acción, y a las que solo pueden comprenderse con el tiempo. Esto ya suena distinto a las depreciaciones moralistas que la gente vulgar siempre hace de los grandes hombres.
Querido y dilecto lector, esta columna no estaría completa si no menciono la novela en que Balzac describe a Fouché. En medio de su novela “Une ténébreuse affaire”, que traducido al español significa “Un asunto obscuro”, dedica a este genio grave, hondo y singular, poco conocido, una descripción de su perfil que nos pintan a detalle la naturaleza humana del político perfecto: El genio peculiar de Fouché que causaba a Napoleón una especie de miedo, no se manifestaba de golpe. Ni sus colegas de entonces, ni los de antes podían imaginar el volumen de su genio, que era, sobre todo, genio de hombre de gobierno, que acertaba en todos sus vaticinios con increíble perspicacia.
Estos elogios de Balzac atrajeron fuertemente la atención sobre Fouché, y toda esta cautivadora narrativa nos lleva invariablemente a considerar a ese personaje de la historia de Francia a quien se le atribuye haber tenido más poder sobre los hombres que el mismo Napoleón.
La vocación política y la disciplina en las buenas letras con los grandes autores nos pueden dar los políticos que deseamos y aún más que necesitamos para hacer glorioso a nuestro Tamaulipas. Sin eso, todo es mero maquillaje.
El tiempo hablará.