Locuras Cuerdas

Hasta dónde llegaremos

19/02/2019 – En la clase de Economía en la universidad aprendí que una sociedad donde el estado aspira a controlar y supervisar toda la actividad económica está condenado a la barbarie y a la parálisis. Hoy veo que nuestra ciudad aparenta ser el inicio de un cambio en las formas de trato obreros patronales y en las que las autoridades no nos cobijan para tener al menos la certeza de hasta dónde va a parar toda esta espiral de conflictos laborales. Simplemente no le vemos fin. Todos los desmanes son en nombre de la justicia. Una justicia que a largo plazo no parece que será benevolente con las inversiones que ya se cocinaban para nuestra comunidad.
En alguna ocasión leí un libro que tenía un capítulo que abordaba el tema sobre cómo influir en la gente y traicionar a tus amigos y los cuervos que anidan el corazón humano. Se me hacía de mucha crueldad y de absoluta ficción. Hoy la realidad ha superado con creces a la ficción en Matamoros.
En el andar de mis lecturas aprendí que según una tradición de los aborígenes de Long Island, cuando se presentaba un diferendo entre dos personas la disputa había de ser resuelta por el mar. Aquí tenemos nuestra agradable playa Lauro Villar. Los contendientes marchaban hacia la costa cargada de tiburones y ambos debían internarse en las aguas hasta que solo se divisaran las cabezas. Los inocentes, se dice, jamás eran mordidos. En cuanto las olas se teñían de rojo, se descubría quién de ellos mentía y quién decía la verdad.
Este juicio tan peculiar para saber quién dice la verdad, proyecta una de nuestras pasiones terrenales y que es, cómo adivinar lo que esconden las miradas límpidas o turbias de las personas en nuestro entorno, nuestros familiares, amigos, vecinos y personajes en general de nuestra comunidad; sus muecas corteses o rabiosas, sus alabanzas o sus groseros exabruptos.
Con tanto paro y tanta huelga en nuestra ciudad, hoy estamos inmersos en la Junta de Conciliación y Arbitraje, en juicios y procedimientos, audiencias, desahogos de pruebas y comparecencia de testigos; todo un complejo entramado legal que, aparentemente, resulta menos preciso que el veredicto de los tiburones aludidos en el inicio de la presente columna.
Al final nos carcome una lacerante certeza, la de que es probable que nunca lleguemos a discernir quién dice la verdad. Una verdad que, como aseguran los filósofos más conspicuos, nos está vetada de antemano. A lo más nos conformaremos con algo parecido a los medicamentos similares, que los leguleyos nombran la verdad judicial, que acorde con lo que estamos acostumbrados en nada se distingue de la mera especulación.
¿Cómo saber qué aves anidan en el corazón de los involucrados en este sambenito laboral? El tema se centra en la inminencia de que Matamoros es el laboratorio de una mente que se nos escapa a la vista para efectuar todas estas asperezas entre patrones y empleados. Y entre el descaro de unos y la insensatez de otros queda pendiente el actuar de las autoridades que simplemente se lavan las manos con un, “yo no fui, fue teté”.
Tristemente nos topamos con una realidad, la sociedad es un terreno hostil, donde unos compiten contra otros y sólo quienes perseveran se verán recompensados. A lo largo de nuestra historia, no salimos del Matamoros de rancho para convertirnos en trovadores sino para encontrar un sitio digno en el Nuevo Mundo. Ojala, al final se entienda que nuestra obligación es crear y cuidar los empleos para la gente de nuestra amada ciudad y que de esa manera cada familia tenga un sustento que llevar a su casa, en ello debemos concentrarnos, lo demás es pura vanidad.
Lo más peligroso de lo que estamos viviendo aquí en Matamoros frente a foráneos, es su capacidad de seducción, su palabrería en torno a la igualdad y la justicia, esas expresiones revolucionarias que atraen a los espíritus más nobles e ingenuos, necesitados de aventura y que se les convence de cambiar al mundo por la fuerza y de postrarse bajo los dogmas de unos cuantos. Solo después de haberse sumergido en el pantano de las ideas manipuladas, después de engatusar las mentes buenas de los obreros y después de atravesar al purgatorio de la realidad, entonces se volverán prudentes, no antes.
El tema de la presente columna parece altamente reiterativa, pero el caso nos tiene empapada la ciudad y la maraña del conflicto no se le ve fin. Sirve para conocer dobles intenciones de los involucrados las cuales solo serán evidentes con el paso del tiempo, justo en el punto que los pilotos de avión le llaman “el punto de no retorno” cuando la verdad de todo esto sea evidente pero ya nada podamos hacer.
Y como dicen los americanos en sus monedas: “En Dios confiamos”. Que Dios bendiga a Matamoros.
El tiempo hablará.