Locuras Cuerdas

Destino incierto

31/01/2019 – La elección, no la casualidad, determina tu destino. Aristóteles.
Mi abuelito Guillermo era el padre de mi mamá, así nos dirigíamos a él mis hermanos, mis primos y yo; en diminutivo como una forma de ponerle aumentativo al afecto que nos inspiraba, o que más bien mi madre nos había sembrado a favor de él. Yo amaba asumir que tenía un abuelo sabio. Era como navegar en la vida por un cuento de hadas. En alguna ocasión escuché una anécdota. No sé si real o inventada para darle lustre a su nombre, pero me parecía muy aportativa para iluminar posturas de vida.
Según la anécdota, en la que el protagonista principal era mi abuelo, al tener cinco hijas, entre ellas mi madre, una vez le preguntaron con quién casaría de mejor gana a sus hijas, con un hombre de bien pero pobre, o con un rico de no tan buen mérito. Sonrío yo al recordar. Me hincho de orgullo familiar. Me gustan las historias estelares de familia, cada quien tendrá las suyas. Mi abuelo respondió: Yo más bien quiero hombre sin dinero, que dinero sin hombre.
Yo me pregunto si este encanto de la riqueza se ha echado a perder y ha corrompido algunas costumbres al grado que por el exclusivo criterio del dinero se toman decisiones que afectan otros rubros de mayor importancia que el efectivo mismo, como lo es la fuente misma del dinero, es decir el establecimiento certero de un buen trabajo.
No puedo evitar sentir tristeza por lo que estamos viviendo hoy en nuestra ciudad. Algo que inició hace días como una recogida angustia, una punzante preocupación de origen laboral y social y que sobre mis esperanzas de ciudadano se cernía una nubecilla que con el paso del tiempo se convirtió en nubarrón. El horizonte se nubló y después se enturbió.
Después de tanto cavilar por esta situación, ratifico que en cada cruce de dos caminos que en la vida se nos presentan, cuando tenemos que escoger entre una u otra resolución que ha de afectar a nuestro porvenir todo, renunciamos a uno para ser otro. Todos los matamorenses llevamos cada uno varios seres humanos posibles, una multitud de destinos, y según realizamos algo perdemos posibilidades. Y luego suspiramos, exclamando: ¡Ukela, si entonces hubiéramos hecho otra cosa!
Mi querido y dilecto Matamoros, esta tormenta laboral y existencial en algún momento pasará, y ya envueltos en la nostalgia de la distancia en el tiempo, filosofando en silencio, soñaremos en todo lo que habiendo podido ser no hemos sido para poder ser lo que seremos, justo a estar en el punto que nuestras decisiones nos llevaron. Ni más, ni menos. Entonces veremos nítidamente en todas las posibilidades que hemos dejado perder desde este conflicto al que nosotros mismos nos llevamos o nos llevaron. Una vez empezando el recuerdo a rodearnos, con los remordimientos propios que de él brotaran y acabaremos corroborándonos en el inevitable destino que nosotros mismos hoy estamos forjando con nuestras decisiones. La pregunta obligada es: ¿Para dónde estamos llevando a Matamoros? Espero no estemos limitando o cerrando nuestro horizonte que lucía, amplio, prometedor, denso y profundo y hoy parece un destino incierto.
Quiero encontrar consuelo filosófico en que quizá estamos inmersos en las perpetuas mudanzas del universo. Inevitable.
¿Volveremos a estar como estábamos hace veintisiete años? Lo viviremos nosotros, no la licenciada Susana Prieto. Seremos entonces en forma irónica, y como una broma cruel del destino, una imagen viva de lo inalterable, como producto de la situación de agitación y de ruido que hoy estamos viviendo.
Cabe señalar que la radical vanidad de los paraqués humanos en ningún sitio se siente con más íntima fuerza que en la observación en silencio de las intenciones. Es como contemplar los vuelos de una mosca dentro de una botella. Indaguemos en la biografía de los agitadores y los instigadores de esta crisis, ahí puede haber respuestas que traigan luz y entonces el sol de la verdad nos iluminará los más escondidos repliegues del corazón.
Opinar no es fácil en estos casos, más cuando tocas fibras de la gente. ¿Por qué no había yo de callar una temporada, una larga temporada? ¿Por qué no había de interrumpir mi comunicación con el público hasta que un largo, muy largo silencio me retemplara la fibra y atinara con mis palabras develar las razones y dar solución a este entramado laboral? Quizá me hiciera acaso descubrir simpatías que hoy se me escapan por bocón. ¿Por qué este hablar, o escribir, que es lo mismo, continuo y precipitado, al ritmo frenético de la tecla, sin filtrar mis palabras dejando que salgan todas, así las más limpias como las más turbias? ¿Por qué este pensar escribiendo y, lo que es peor, este pensar para escribir?
La respuesta es simple. Todos queremos que Matamoros sea mejor que lo que hasta ahora ha sido.
El tiempo hablará.