Locuras Cuerdas

La maldita ortografía

19/07/2018 – Las reglas ortográficas son un recurso elitista para mantener al pueblo a distancia, llamarlo inculto y situarse por encima de él. Anónimo español.
Dice el genial escritor de origen español Arturo Pérez-Reverte que todos somos estúpidos de vez en cuando, o con cierta frecuencia. Esto lo menciona, aludiendo a un fenómeno inquietante y muy peligroso que se produce en España en los últimos tiempos, y yo agregaría que sucede en la mayoría de los países de habla hispana, y que tiene que ver precisamente con las reglas establecidas por la Real Academia Española de la Lengua para escribir correctamente.
En ese tenor lingüístico cabe señalar que el presidente Porfirio Díaz tenía una ortografía muy poco agraciada, sin embargo tuvo como subordinado a un hombre de grandes luces intelectuales como lo fue José Yves Limantour, su secretario de Hacienda y Crédito Público. Nunca pudo el dictador ganar esta batalla contra las letras españolas; su segunda esposa, la aristócrata Carmen Romero Rubio pudo pulirlo en muchas cuestiones sociales, pero en este rubro no pudo hacer mucho.
Mi querido y sesudo lector, debo reconocer que la ortografía es, por decirlo eufemísticamente, una de las mayores áreas de oportunidad que tengo en mi vida, es decir, si no estoy pésimo, si estoy mal, no necesariamente parecido a nuestro vilipendiado dictador, pero más o menos por ese rumbo; es mi némesis existencial que por el hábito que tengo de escribir, anhelo que se convierta en mi nirvana gramatical. Si es cierto, como según se dice, que humanamente las reglas se hicieron para violarse, en lo personal no me gusta violar las reglas ortográficas ni gramaticales. Se dice que el mal aliento en la expresión oral es el equivalente a la mala ortografía en la expresión escrita. Yo espero no tener ni una ni otra, aunque para las dos se requiere de mucha voluntad para formar un hábito que se traduzca en excelencia. El buen aliento nos puede llevar al más romántico, intenso y apasionado de los besos y la buena ortografía al más excelso, de los poemas.
Te habrás dado cuenta, querido lector mío, que en las redes sociales cada vez más, se alaba la estridencia ortográfica y gramatical como actividad libre, en la que cada quien escribe como quiere, sin el más mínimo recato ante las reglas de ortografía. Según esta muy perversa idea, escribir mal, incluso expresarse mal, ya no es algo de lo que haya que avergonzarse. ¡Dios mío! ¡Hasta donde hemos llegado y hasta donde llegaremos!
En nuestros escritos y en nuestra conducta, las maneras como nos comportamos son el reflejo exterior de lo que somos o no somos; definitivamente eso nos salva o nos condena. Perdón por el sesgo de nepotismo que proyectaré, pero gracias a mis padres mantengo intacta, o así lo creo, la facultad de admirar la dignidad y la elegancia moral en hombres y mujeres, sea cual sea su estado o condición. Y la buena ortografía que ubico en otros es un calibrador excelente para medir la buena esencia de las personas que por ese solo hecho les concedo dignidad y grandeza.
Lo triste del caso es la poca atención que se pone en estos días de mucho uso de WhatsApp y de mucho Inbox a este rubro de la maldita ortografía, cada quien hace lo que bien le parece, aunque lo que le parezca esté en contra de los lineamientos ortográficos y gramaticales más básicos, diría Francisco de Quevedo que cualquier desharrapado de la lengua puede así justificar sus carencias, su desidia, su rechazo a aprender; de forma que no es extraño que tantos, y de forma preocupante, muchos jóvenes, se apunten a esa coartada o pretexto.
No escribo mal porque no sepa, es el argumento. Lo hago porque es lo de hoy, más moderno y práctico. No se dan cuenta que se están demoliendo a sí mismos, jugando con la incultura, y sobre todo la falta de ganas de aprender y la demagogia de fácil calado. Es decir es más fácil criticar el fastidio de la corrección que aplicarse a la corrección misma, de tal forma que pareciera que en el manual del venezolano Carreño es una falta de urbanidad la acción de corregir la ortografía, denigrando en forma activa o pasiva cualquier referencia de nuestra autoridad lingüística.
Puedes tomar la presente columna como un “Mea culpa” de quien suscribe estas imperfectas letras españolas, también puedes tomarlo como un estímulo para escribir y que nuestra mala ortografía sea el catalizador para ser mejores en el bello arte de construir puentes hacia otras personas con palabras, y de crear vínculos románticos de trascendencia subjetiva pero efectiva en nuestro muy corto paso por la vida para que la muerta no tenga la última palabra y poco a poco evitar el erostratismo ortográfico, entendiéndose como la manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre.
El tiempo hablará.