Irán vuelve al juego

Los países de América Latina que dependen de la exportación de hidrocarburos leen el levantamiento de las sanciones a Irán en clave catastrófica: el regreso a los mercados de la república islámica, que antaño fue el segundo productor más importante de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), significará la entrada de cientos de miles de barriles de crudo cada día, en un contexto de exceso de oferta.

1/02/2016 – MÉXICO, DF.- Con el petróleo de referencia Brent a 28 dólares por barril (20 dólares la mezcla mexicana), los países de América Latina que dependen de la exportación de hidrocarburos leen el levantamiento de las sanciones a Irán en clave catastrófica: el regreso a los mercados de la república islámica, que antaño fue el segundo productor más importante de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), significará la entrada de cientos de miles de barriles de crudo cada día, en un contexto de exceso de oferta.

Caídas del precio
Las naciones exportadoras se preguntan cuánto más podrá caer el precio del hidrocarburo, especialmente las que tienen petróleos pesados y costosos de extraer, lo que les crea dificultades para competir con el crudo ligero y barato de Irán.
El sábado 16, el Organismo Internacional de Energía Atómica certificó que Teherán está cumpliendo los compromisos adquiridos para detener su programa nuclear, con lo cual se abrieron las puertas para que comercialice sus productos sin restricciones. Esto causó caídas sucesivas en el precio del petróleo –el martes 19 ya acumulaban 8%– e hizo correr una sensación de alarma en las bolsas de valores del mundo.
No hay consenso sobre lo que va a suceder. The Wall Street Journal prevé que, a pesar de que Irán está consciente de que su retorno hará caer más el precio, “está sediento de efectivo” y “parece deseoso de lanzar una ola de crudo en el peor momento posible”. Una ola, estima, de 600 mil barriles diarios, para empezar.
En contraste, la revista Fortune calcula que serían entre 500 mil y 1 millón de barriles. Advierte que esto “no debería causar pánico”, porque en los países ajenos a la OPEP el costo de producción es mayor que el precio de venta y eso va a sacar del mercado a muchos competidores (y probablemente obligará a cancelar o suspender inversiones en proyectos caros, como los de aguas profundas y fracking en México), con lo cual se producirá un efecto de compensación.

El éxito de la diplomacia
Del lado iraní hay optimismo. El jefe de gabinete del presidente Hasán Rouhaní declaró a CNN Money que “Irán se convertirá en uno de los mercados emergentes más prometedores en las próximas décadas”, con un crecimiento anual promedio de 8%.
El diario británico The Guardian reporta que “las compañías occidentales están compitiendo como caballos de carreras por las oportunidades de inversión” que se van a abrir en el país, con representantes de unas 150 empresas de 50 naciones ya presentes allí.
Y Renaissance Capital, una firma rusa de inversiones, describe a Irán como “la última economía de tamaño significativo que faltaba por abrirse al capital internacional”.
Del otro lado del Golfo Pérsico, sin embargo, el ánimo es muy diferente, y no sólo por el posible impacto en los precios petroleros.

El papel de Arabia Saudita
Los países sunitas, encabezados por Arabia Saudita, observan con recelo los pasos para reconstruir las relaciones entre Washington y los chiitas de Teherán, sus enemigos de siempre. Existe una excepción: Dubái, la ciudad de los Emiratos Árabes Unidos que ha servido para evadir los embargos comerciales impuestos a Irán, canalizando flujos financieros ilegales y el contrabando de mercancías, y que ahora espera beneficiarse de esos negocios abiertamente.
Para el presidente estadunidense Barack Obama, haber puesto en modo de pausa prolongada el programa atómico iraní es una gran victoria diplomática, un hito en la lucha por la no proliferación nuclear y un alivio para su mejor amigo en la región: Israel, aunque el primer ministro Benjamin Netanyahu no ha dejado de denunciar el acuerdo como una renuncia irresponsable que pone en peligro la existencia de su país.
“Si antes Irán estaba expandiendo sistemáticamente su programa nuclear –declaró Obama el domingo 17–, ahora hemos cortado todas y cada una de las rutas que pudo haber usado para construir una bomba, sin tener que empezar otra guerra en Medio Oriente.”
La alternativa era una serie de ataques aéreos contra las instalaciones nucleares iraníes, lo que no hubiera asegurado la destrucción del programa (muchas de ellas son subterráneas y están fuera del alcance de las bombas) y muy probablemente hubiera desatado un conflicto regional mucho mayor que el provocado por el Estado Islámico (EI).
Y en este último asunto, además, los analistas creen que la distensión puede ayudar: una cooperación Washington-Teherán mayor a la ya existente (aviones estadunidenses e iraníes se turnan para hostigar al EI) podría conducir no sólo a la derrota de las huestes islamistas, sino a una negociación que permita ponerle fin a la guerra civil en Siria, con la creación de un gobierno de base amplia que incluya a los partidarios de Bashar al Assad (pero a él no, iría al exilio) y a los diversos grupos de la oposición (excluyendo a los afiliados de Al Qaeda).
Un gobierno iraní satisfecho y con poder podría ayudar a crear este clima favorable si coincide con una administración estadunidense con el mismo estado de ánimo.
Las cosas en ambas naciones, sin embargo, son bastante más complejas: al contrario de los países centralizados, donde predomina una cúpula capaz de imponer sus decisiones, Estados Unidos e Irán se caracterizan por una multipolaridad interna, por tener dos o más centros de poder que están en competencia y frecuentemente se anulan mutuamente.
Si a raíz de la revolución que derrocó al sha Reza Pahlevi e instaló a los ayatolas en el poder (1979-1980), las relaciones bilaterales se rompieron con la toma de rehenes de la embajada estadunidense en Teherán, 36 años después se reencauzan con otro evento parecido, pero con lectura muy diferente.

Témoris Grecko/Proceso