Desafío

*Patología Política
*Funerales Críticos

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Durante la campaña presidencial en 2006, no pocos de los colaboradores de Andrés Manuel le dijeron que dejara su lenguaje áspero para “comenzar hablar como presidente”; que tal era cuanto querían escuchar sus simpatizantes más allá de los chascarrillos –tan criticados a fox-, el lenguaje populachero –la célebre chachalaca-, y la ridiculización permanente a sus adversarios. Luego de asentir, en una de esas jornadas en las dormitaba entre trecho y trecho, el candidato bajó de la camioneta y se puso a lanzar epítetos contra el entonces mandatario en funciones quien no competía en las boletas.

Me lo contó, tal cual, Carlos Navarrete Ruiz quien por cierto está ahora excluido del equipo del presidente de la República a quien tanto acompañó durante su etapa de posicionamiento nacional. Y como él la mayor parte de los cuadros originales a trueque de incorporar a funestos sujetos del supuesto pasado priista, como el dinosaurio Bartlett y sus estelares Olga Sánchez Cordero, Alfonso Durazo Montaño, Esteban Moctezuma Barragán y, por supuesto, Marcelo Ebrard Casaubón, su “delfín” para 2024 salvo si los helicópteros determinan otra cosa.
No comento lo anterior con el afán de ensuciar al mandatario en curso; lo hago para prevenir, a partir de sus errores, nuevas desviaciones que pongan en jaque a su administración –o a su régimen aunque no entiendan el término sus radicales defensores-. Sobre todo después del supuesto “accidente” en el que no cree la mayor parte de quienes se han manifestado al respecto incluso morenistas de cepa que culpan al “PRIAN” de un acto de sabotaje para debilitar al gobierno de la cuarta transformación en la que sigo creyendo más allá de la voluntad de un solo hombre.
Insisto: el presidente no puede injuriar a sus adversarios, calificándolos con una suerte de rencor para justificar sus ausencias en algunos foros no controlados por su red incondicional, ni colocar a un extendido grupo de mexicanos aglutinados en un partido político legal que cuenta con once gobernadores –uno menos luego de la muerte de Martha Erika que no aceptan millones-, en la mezquindad porque azuzan a sus militantes a ponderar los vacíos y los hoyos negros del supuesto “accidente” del helicóptero “prestado” a los Moreno Valle. Poco se ha avanzado desde entonces.
Este 2020 debe dar cauce a un mandatario respetuoso y ajustado a la ley. Listo a esclarecer las sospechas y no a acelerarlas, a la defensiva, ante la ausencia de argumentos para dar credibilidad a su postura, sobre todo cuando las dudas son más que los aciertos en la investigación del suceso deplorable, eso sí, porque ha colocado a Puebla en un impasse político.
Menos mal que el grupo de Morena en el Congreso de la entidad aseguró no usar su mayoría para imponer interinatos a modo ni dar pie a mayores especulaciones que surgieron, precisamente, cuando ninguno de sus miembros acudió al funeral de las urnas mancilladas por la prisa y por no estar debidamente certificadas. No sería extraño que las cenizas presentadas fueran parte de los maizales del Cerro de la Chimenea del Chacuaco.

La Anécdota
El 18 de septiembre de 1973, en los funerales de Eugenio Garza Sada asesinado a mansalva en las calles de la capital regiomontana, uno de sus cercanos amigos, Don Ricardo Margáin, en presencia del entonces presidente echeverría, a quien se señalaba como autor intelectual del crimen atribuido a la Liga 23 de Septiembre, leyó una carta fúnebre que implícitamente culpaba al mandatario:
“Sólo se puede actuar impunemente cuando se ha perdido el respeto a la autoridad; cuando el Estado deja de mantener el orden público”.
echeverría torció el rostro, apretó la mandíbula y se refugió en el silencio sin justificarse ni lanzar adjetivo alguno –aunque en su informe de gobierno, diecisiete días antes, se había lanzado contra los “riquillos” de Monterrey-.
Tal puede ser un precedente, sin pretender justificar al magnicida echeverría, de cómo debe actuar un presidente, incluso en la era del autoritarismo, ante un conglomerado adverso.