Desafío

*¡Basta de Armas!
*Pañales o Vicios

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Lo que son las cosas. Durante años, a la par con la aparición del cártel comandado en principio por Rafael Aguilar Guajardo y más tarde en manos de Amado Carrillo Fuentes quien le dio impulso imponiendo el terror, las autoridades estadounidenses decidieron trasladar a los presos que habían purgado condenas por abusos sexuales a la ciudad fronteriza porque, dijeron, les saldría más barato. Y congestionaron la zona con el inicio de los feminicidios en su vecina Ciudad Juárez.
Durante los últimos años, “El Paso”, Texas, que en tiempos de Don Benito era conurbación del Paso del Norte, arrebatado su territorio desde la desgraciada soberbia de Santa Anna, fue considerada la segunda ciudad más segura de USA con todo y la llegada de los criminales de gran calado de género. Quizá se pretendió crear focos de alarma a lo largo de la frontera para justificar las constantes llegadas de elementos militares camuflados. Mientras, al otro lado del Bravo, la violencia creció hasta llegar al más alto grado por la negligencia oficial o, más bien, los intereses mancomunados entre los grandes capos y los más grandes ladrones del sistema político que alcanzaron la cúspide durante el malhadado sexenio de carlos salinas con sus grandes aliados: Córdova Montoya, Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa, Manuel Camacho Solís, Fernando Gutiérrez Barrios y desde luego el hermano incómodo, Raúl. Nadie entiende porqué se sacaron de la manga a Luis Donaldo Colosio. ¿Acaso sólo para asesinarlo y crear el terror para imponer al atemorizado ernesto zedillo?
El hecho es que, apenas comenzó agosto, los tiroteos a mansalva cubrieron parte de la geografía estadounidense, comenzando precisamente en “El Paso”, casi en el linde de la frontera con México, en un centro comercial atiborrado de los mexicanos que siguen deslumbrados por los productos de allá más baratos dicen pero no es cierto-, y bajo el pretexto de que los kilos de huevos y azúcar valen menos por los territorios texanos a los que se accede, sobre todo los fines de semana, tras horas de espera y no pocas humillaciones por parte de los aduaneros cada vez más insolentes y demandantes.
Realmente es inconcebible tanta sumisión para comprar huevos, según se justifican, o cargar un tanque de gasolina que se agota tras los paseos entre “mall” y “mall”, a través de autopistas espléndidas en donde el concreto está bien colocado y se deslizan los automóviles sin vibraciones de ninguna clase.
Pues allí, al lado de la insegura Ciudad Juárez, puente de por medio, un joven patibulario decidió abrir fuego en un centro comercial, Wallmart, y mató a veinte personas además de herir a cuatro decenas más. Buena parte de ellos eran mexicanos, cuando menos seis de los muertos y no pocos de los alcanzados por las balas del infeliz quien se declaró, además, partidario de Trump.
Lo más grave de todo es que, según todos los indicios, el miserable anaranjado xenófobo va a relegirse, casi con seguridad, en noviembre de 2020.
La Anécdota
Cuando escribí “Ciudad Juárez”, en 2005, luego de pasarme casi un año hablando con todos los protagonistas de los drama de la urbe, me impresionó lo que me dijo un amigo mío sobre la diferencia entre las prostitutas de El Paso y las de Ciudad Juárez, muchas de éstas, en sendos lados, llegadas de Sudamérica bajo el espejismo de los dólares.
La sentencia es brutal:
–Aquí en Juárez, las mujeres se prostituyen para comprarles pañales a sus bebés; en El Paso lo hacen por vicio puro, nada más.
Así escribimos la historia hace ya catorce años… cuando creía ser feliz.