Desafío

Rafael Loret de Mola

31/01/18

*El Día de Walt
*peña a sus Pies

– – – – – – – – – – – –

Cuando asumió el “pato” Donald la presidencia de los Estados Unidos, haciendo buenos los augurios de Walt Disney –y, al parecer, también de los pitonisos Simpson-, hablamos de que volvían a darse las condiciones para un nuevo día “D” recordando el desembarco en Normandía como efecto del bombardeo, sin aviso, a Pearl Harbor desde donde los Estaos |Unidos habían puesto en jaque a Japón; no fue aquel un acto de traición sino de defensa ante la disparidad de fuerzas y la amenaza que significaba la flota norteamericana en el Pacífico.
La comparación siniestra surgió porque la protesta de Trump parecía el símil de aquella ocupación de Europa con el argumento de combatir a un sistema inhumano, avasallante: el fascismo o igualmente el nazismo surgido del modelo Nacional Socialista para el cual sólo importaba el desarrollo de Alemania y la supresión de los candados a ésta impuesta luego del desastre de la Primera Guerra Mundial. Fue la vendetta la que llevó a la terrible conflagración, la más cruel de la historia incluso por encima de la Segunda Guerra universal, y las muertes de dieciocho millones de combatientes y civiles. Y el Tercer Reich logró, al inicio de la nueva oleada de terror bélico, vindicarse por las “humillaciones” que culminaron con el armisticio germano en un vagón de ferrocarril colocado en los jardines a las afueras de París.
Ahora, como se previó desde el principio, la asunción de Trump fue una parodia de rencores, de visceralidades acumuladas y de fobias acrecentadas por la soberbia. Todos los ingredientes que hicieron de Adolfo Hitler el más grande villano –para muchos criminal- de la historia. La misma filosofía está en boga ahora en la Casa Blanca –la de Washington-, merodeando por la oficina oval, conocida como el set más recurrente de la industria de celuloide –el otro es el de la escenografía de la brutalidad extrema de la guerra-, en donde Trump descarga sus odios personales y su augusta xenofobia basada en el imperio del capital extraído a costa de la sangre de los demás.
En el retorno a la década de los cuarenta del siglo pasado, Trump enfiló hacia México sus traumas y antipatías. Rompió tratados comerciales, como había adelantado, y acribilló con adjetivos hirientes a nuestros compatriotas que se ganan la vida en territorio norteamericano, también a cada uno de nosotros, generalizando sobre cuestiones como el tráfico de drogas… ¡propiciado y administrado por las propias autoridades y servicios de inteligencia estadounidense! Sólo los hijos de esta nación vecina son capaces de tan brutal parodia; ni siquiera la clase política de nuestro país.
La Anécdota
Trump impone y peña habla de que la actitud de su gobierno no será sumisa. De carcajada. Precisamente, la orden para la reunión programada para enero pasado en la capital de la Unión Americana surgió de los testaferros del “pato” y, pese a las advertencias de antemano –comercio, deportaciones y muro de la ignominia-, el señor peña nieto aceptó de inmediato el encuentro que le quitó el sueño durante diez días… hasta que no tuvo opción más que cancelarlo. No buscó jamás en las manos algunas alternativas para paliar las exigencias del pretendido todopoderoso que se acerca más a los infiernos en un mundo dominado por las perversidades que nos asfixian y nos arrebatan a innumerables seres queridos.
¡Qué rápido nos alejamos del escenario brutal de Monterrey en donde un niño de quince años, Federico N., arremetió a tiros contra sus compañeros del Colegio Americano del Noreste! ¡Qué terrible enterarnos que en Veracruz, Quintana Roo y Chihuahua, cuando menos, se fraguó el crimen tremendo contra decenas de niños al aplicarles agua destilada para simular quimioterapias mortales! ¡Qué dolorosa la cerrazón oficial ante las protestas públicas contra el alza a las gasolinas, motor de la economía, en plena debacle de valores morales! Y, sobre todo, ¡qué indigna la permanencia del mandatario responsable de la gran tragedia nacional!
Sobre todo ello, duele que sólo reaccionara la sociedad cuando el bolsillo le dolió por la carestía, en alza, y apenas se movilizara tras los genocidios de Iguala, Tanhuato y Tlatlaya, además de los de Apatzingán, Puerto Vallarta, Guadalajara y otros más. ¡Qué terrible la displicencia ante los abusos reiterados de los mílites y la guerra que cubre de sangre a la nación mientras el gobierno civil, bajo presión, cede ante las exigencias de los mandos superiores! ¿Quién tiene, en México, poder real sobre el presidente? ¿Los dueños de minas como Germán Larrea y Alberto Baillères, protegidos de los grandes consorcios norteamericanos? ¿De dónde vienen todos los males?