Desafío

Rafael Loret de Mola

21/10/17

*¿Perdemos con el TLC?
*Los Papadzules del PRI

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El TLCAN –tratado para nosotros, acuerdo para los estadounidenses, diferencia que para ellos significa poder anularlo sin necesidad de aprobación del Congreso, una condición poco conocida y difundida por los expertos negociadores mexicanos-, no sirvió ni sirve para amainar los rezagos de la pobreza ni para evitar la constante emigración hacia la nación del norte que aprovecha la mano de obra barata de los nuestros y luego los persigue y atosiga para reducir por ello sus emolumentos en una relación vil y sin moral alguna.
Durante el plazo, desde el salinato para acá, los beneficiarios han sido, sobre todo, los grandes consorcios con enorme capacidad financiera, digamos los multimillonarios de nuestro país que figuran en la lista de Forbes –el semanario que maca diferencias de clases in extremis-, y explotan, sobre todo, la minería, la cerveza, las telecomunicaciones y los medios masivos de comunicación, en un apretado grupo de privilegiados con complicidades mayores con la cúpula política, renovada cada seis años mientras los dueños del capital permanecen, especulan y aumentan fortunas a costa de la miseria de los más.
En alguna ocasión, Carlos Slim Helú, dueño de la mayor fortuna entre los empresarios nacionales –con un capital aproximado de 70 mil millones de dólares-, aseguró que su búsqueda era la de construir una sociedad de bienestar y no de consumo; esto es, ofrecer lo indispensable para crecer al parejo y no caer en la descarada especulación con la cual se amarra a los consumidores. Pero fueron palabras que se llevó el viento porque basta revisar las tarifas telefónicas, casi monopolizadas por Telmex y Telcel, para darnos cuenta de las ambiciones sin medida ante la llegada de competidores españoles, protegidos por el nefasto gobierno, entreguista y con tendencias a la nueva colonización con tal de cubrir as espaldas de la malhadada clase política.
Es curioso, Trump se queja de que México obtuvo mayores ganancias por el Tratado-Acuerdo, y puede ser si consideramos la expansión de las compañías norteamericanas sobre nuestro territorio y las consiguientes ganancias que vuelan hacia las grandes ciudades de Norteamérica. Es tan falsa esta postura que no puede ocultar su ruindad, característica innata del “anaranjado pato”, Donald Trump Macleod –sí tiene madre aunque algunos lo duden-, deseoso de pelearse hasta con su sombre, no figamos Norcorea, Siria… y México. ¿Podríamos defendernos si nos declaran estado-fallido antes o después de los comicios presidenciales que marchan, sin desviaciones, hacia un nuevo, grotesco y escandaloso fraude electoral bien blindado por los consej3ros del INE?
Por desgracia, ningún acuerdo ni tratado se ha realizado, internamente, para garantizar lo esencial: el andar de la democracia. Y mientras ello no ocurre, el comercio se estanca y se presagia que, al final del TLCAN, México sobrevivirá… pero será mucho más pobre. ¿Entonces, en dónde quedaron los supuestos réditos que obtuvo nuestro país por el Tratado? Habría que preguntarle a Slim, Larrea Mota-Velasco, Baillères y demás “intocables” bajo el régimen del señor peña, especializado en atraer cómplices y no inversionistas.
La verdad siempre incomoda.
La Anécdota
Una loca anda suelta por el PRI. Vende “papadzules”, el rico platillo yucateco que no tiene más secreto que la sazón y la pepita, cuyo significado, en la lengua de quienes nos invadieron con la turba de caballería de Hernán Cortés, es “bocado de los señores” y, en este sentido, la señora en cuestión se pinta sola con su acaudalada fortuna arrebatada a sus paisanos destinada hacia dos fines específicos, cada uno descocado:
1.- Las cirugías estéticas para reducir su obesidad otrora característica y modificar su rostro a instancias del poder, como hacen los capos de la droga para convertirse en testigos protegidos.
2.- Financiar su absurda precampaña en pos de la Presidencia, perdida ya la oportunidad de inscribirse como aspirante independiente y convertida en supuesta crítica de su propio partido para sentirse “diferente” –lo es en cuanto a sus preferencias personales-, luego del saqueo a su tierra.
Una falsaria más que arrastra el emblema priista.