Desafío

Rafael Loret de Mola

30/06/17

REPULSIÓN

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A cuatro años y medio de distancia de la asunción de enrique peña nieto a la presidencia de la República es claro que nunca un mandatario en ejercicio, desde la llegada del “primer jefe” de la Revolución al Palacio Nacional, ni siquiera el renunciado “nopalitos” Pascual Ortiz Rubio –el mote siempre ha sido injusto-, había sido tan repelido por la ciudadanía. Además de la oscuridad que rodea a su enfermedad física –con tratamientos cada dos semanas en el Hospital Militar-, la actuación del titular del Ejecutivo federal ha sido, para decir lo menos, inaceptable.
Las interrogantes serias no han sido respondidas por peña ni por alguno de sus tantos voceros a quienes la ciudadanía apenas conoce por más esfuerzos que hacen para situarse bajo las candilejas; y no hay manera de ocultarlo ni siquiera por las encuestadoras a modo dispuestas a agradar a la clientela. De hecho, el político más conocido del país, para rabia de los presidenciables de otras procedencias, es Andrés Manuel lo que no significa tener ventaja por ello pues la mitad del presunto electorado lo conoce y también lo aborrece. Esto es: si se mide desde otro ángulo el propio personaje estaría situado igualmente entre quienes más rechaza la mayoría aun cuando su minoría, situada en un treinta por ciento de los votantes como base, es la más ruidosa y consistente entre las de los demás.
Hace unos días, una dama con pocos conocimientos de causa insistió en que nadie debía hablar del “fraude” en el Estado de México y Coahuila porque ella y “la mayor parte de los votantes” habían elegido a conveniencia a un títere y a un primo incómodo; le respondí, aquí mismo, que tal era muy relativo porque sólo 1.7 de cada diez veracruzanos había señalado a los designados, guiados por el recelo tremendo hacia el PRI con rostro de Moreira. Y es que, en la perspectiva actual y en buena medida como una de las consecuencias del llamado “efecto peña” no existe la posibilidad de superar el escollo democrático nacido de la pulverización partidista. Llegamos al punto cero de nuevo.
Hace años, allá por 1991, el ínclito yucateco e ideólogo del PAN, Carlos Castillo Peraza, se congratuló porque la “reforma política” inspirada por carlos salinas ofrecía la posibilidad de que con un treinta por ciento en la colecta de votos podría establecerse la mayoría camaral para evitar los pantanos de la ingobernabilidad.
–Con ese porcentaje –reviré al “sabio” panista-, cabe la posibilidad de que tres partidos obtengan el derecho a formar mayoría y, entonces, ¿cuál sería el pronunciamiento?
Castillo se quedó meditabundo unos segundos y, al fin, concluyó:
–Bueno… falta mucho para que lleguemos a eso. Los mexicanos no son tan incisivos; sabemos negociar.
Tal era la democracia del proponente quien acabó sus días en Alemania, frustrado y sin partido, cuando al fin el PAN que había sido de sus amores había, al fin, alcanzado la Presidencia de la República con una figura con perfiles totalmente opuestos a los del influyente ex dirigente y guía moral. Con él, tampoco resistió el viraje el “legendario” Fernando Gutiérrez Barrios, fallecido unos meses antes de la llegada de los fox al poder. Seguramente recorrieron la misma senda para alejarse de las truculencias de este México todavía bárbaro.
La Anécdota
El sexenio que corre será recordado por dos condiciones: los repetidos genocidios sin culpables –incluida las represiones que se exacerban por la ausencia de un manejo político adecuado-, y el cinismo para programar reuniones, una tras otra, sin alcanzar acuerdos ni soluciones ni alternativas, como en el caso de los enfrentamientos severos entre parte del gremio magisterial y las fuerzas armadas, la gendarmería y los agentes federales llevados al extremo de perseguir, herir y vulnerar a la sociedad en su conjunto.
No han ganado un ápice los falsos presidenciables –que miden la candidatura priísta como un boleto ganador cuando ya ha sido desechado, de antemano, por una ciudadanía cansada, harta-, Miguel Ángel Osorio Chong y Luis Videgaray Caso –escribo con mayúsculas para no convertir esta columna en una feria de minúsculas interminables-, envueltos en una larga secuela de falsedades –“verdades históricas”, las llaman-, que sólo provocan una mayor carga explosiva entre la ciudadanía.
Ya es tal la irritabilidad pública que las farsas de los encuentros en el Palacio Nacional o en el de Bucareli o en la oficina en donde yace el escritorio de Vasconcelos, son sólo remedos de las reacciones callejeras.