Desafío

Rafael Loret de Mola

30/12/15

*Desprestigio Global
*Lo que no Funciona
*Gaviotas y Pantanos

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En este espacio hemos tratado, de manera meticulosa, el riesgo de que México sea considerado entre los estados fallidos, esto es una condición que no se atribuye, por ejemplo, a Venezuela en donde la democracia ha hincado las rodillas, ni a Colombia, pese a sus antecedentes brutales y la enorme dificultad de conciliar a los radicales con su gobierno. En cambio, no puede negarse que el calificativo no puede soslayarse en nuestro país considerando la evidente pérdida de los controles sobre las mafias organizadas y la sospecha acerca de que el poder de fuego de éstas sea equiparable al de las instituciones armadas cuyas misiones, hasta el sexenio de carlos salinas, parecían constreñidas a actos heroicos de rescate en las regiones devastadas por el paso de los meteoros naturales y en donde las soluciones tímidas parecieran una invitación a repetir los dramas y la interminable lista de damnificados. Las fotos con falsas banderas sociales salen caras.
No es el caso actual, desde luego, aun cuando se estima que los sicarios al servicio de las mafias superan en número a los elementos del ejército y la armada con todo y la negada infiltración de personal estadounidense en sendas secretarías como se descubrió desde el periodo calderonista, el de la barbarie, si bien ahora podría ganarle la partida en el renglón el régimen peñista. Los momios sobre el particular están, francamente, muy cerrados. A veces me asombra que únicamente nos concentremos en la tragedia de Ayotzinapa –no pretendo minimizarla de modo alguno-, y olvidemos la cifra que golpea muy dentro de nuestra conciencia colectiva: nueve mil “desaparecidos” desde diciembre de 2012 y dieciocho mil más como rezago de la administración federal precedente.
Palabras van y vienen; anuncios de “cuestiones importantes” que parecen atole con el dedo; demagógicas afirmaciones sobre las buenas intenciones oficiales acaso para paliar –sin lograrlo- la crispación colectiva; falsa preocupación en el gabinete central respecto a las consecuencias de la negligencia oficial, por ejemplo la de la Comandancia de la XXVII Zona Militar en Iguala en donde todo lo vieron sin intervenir en lo absoluto bajo alegatos insostenibles; las evidencias, fotografiadas y videofilmadas –la modernización ha convertido a cada ciudadano en reportero-, sobre soldados vestidos de civil trasladados a los sitios neurálgicos para descalificar a las manifestaciones de protesta que tienen como eje exigir la salida de peña nieto; y, finalmente, una profunda displicencia por parte de los asesores presidenciales quienes, nos queda muy claro, no parecen darse cuenta de la gravedad de los acontecimientos.
Ya hemos comentado que la perspectiva y su proyección nos recuerdan a octubre de 1968 y junio de 1971. Con la fuerza de la protesta juvenil, los tanques acabaron saliendo a las calles hasta llegar a la emboscada mortal de Tlaltelolco que algunos generales en retiro justifican porque con ello se “pudieron salvar” los Juegos Olímpicos y la imagen –dicen- de esta nación atenaceada por oscuros intereses que, hasta la fecha, nadie ha sido capaz de desnudar ni los protagonistas de sendos bandos ni los historiadores acuciosos de aquel deplorable hecho que nos colocó en un plano de inmisericorde barbarie dentro del concierto universal. Como ahora.
Las protestas llegan hasta los confines más apartados de nuestro México. Y, sin embargo, falta aún mucho por aclarar, en primer lugar la identificación de los cientos de restos encontrados en las fosas clandestinas de la sierra de Iguala, cerca de Pueblo Viejo, y que al no pertenecer a los jóvenes “desaparecidos” sencillamente pasaron a un segundo o un tercer plano, como si no importaran los asesinatos con seis meses o un año de haber sido perpetrados, sólo los recientes y eso porque la ciudadanía salió a las calles, inundó las redes sociales de burlas a las parejas “imperiales” y exhibió el nivel de complicidades entre las bandas criminales, los alcaldes de la Tierra Caliente y otras regiones –Michoacán, Tamaulipas-, y los mandos medios y altos del ejército y la armada, en donde los marines estadounidense llegaron en tiempos de calderón, fueron conminados a retirarse tras la asunción presidencial de peña y, finalmente, volvieron –si es que alguna vez se fueron-, a nuestro territorio para seguir simulando la persecución a los cárteles bajo instrucciones del jefe de la Casa Blanca, Barack Obama cuya conciencia está tomando el color de su piel.
Tras no pocos cuestionamientos, el Almirantazgo –no así el secretario de la Defensa Nacional-, negó la presencia de “agentes estadounidenses” salvo un “Marshall” infiltrado como parte de los asesores con uniformes de la Marina sin derecho a portar armas como extranjeros pero dotados de ellas al esconder sus verdaderas filiaciones e intenciones en torno a un gobierno cada vez más vulnerable ante las exigencia de las potencias del norte y los entrometidos miembros de la Unión Europea con España, o lo que va quedando de ella, como punta de playa. Pero la negativa no fue reconocida por quienes han dado seguimiento a los dramas conocidos; y la razón es muy sencilla: existen testimonios de toda índole, incluso fotografías y videos, que muestran con claridad meridiana las actuaciones de los modernos “halcones” detrás de los marchistas que exigieron dar cauce legal, decente diríamos, a las tragedias de Tlatlaya –que nos fue ocultada durante noventa días como quién sabe cuántos hechos más cometidos por la fuerza impune de la soldadesca bajo órdenes superiores-, e Iguala y Cocula, en donde los mil doscientos militares colocados en la zona desde 2012 con instrucciones de pacificarla, sencillamente se desentendieron de las infames acciones de los policías municipales y sus patrones, los esbirros de “Guerreros Unidos” y “La Familia”, unos arriba de la sierra y otros en las tierras bajas.
Ante esta situación, ¿puede alegarse que mintió el presidente saliente de Uruguay, José Mújica, admirable por su pobreza y su inclinación a evitar privilegios como un verdadero ejemplo de austeridad y democracia, al señalar que, por desgracia, México está en la línea del Estado fallido? Lo que molesta, y en particular a este columnista, es la falta de tacto diplomático de un jefe de Estado extranjero –tal era su condición cuando habló- al inmiscuirse en asuntos que no son de su competencia y desequilibran las interrelaciones entre dos países hermanos. No lo hizo, estoy seguro, con mala intención; pero si se le ha impuesto la orden del Águila Azteca, la mayor condecoración que México brinda a los personajes extranjeros de mayor mérito y raigambre, se debe ser siquiera un poco más cuidadoso en las formas. Le bastaba esperar unos días para escribir, en sus memorias, sus personales opiniones en ejercicio pleno de la libertad de expresión; pero como presidente sus palabras llevan hacia un contexto indeseable, a la par con las infortunadas expresiones del extinto Hugo Chávez Bautista al señor fox cuando le llamó “cachorro del imperio”. Aunque lo fuese, la afrenta era para todos los mexicanos.
Sí, hay agentes estadounidenses en México infiltrados en las secretarías de la Defensa y de la Marina. Se han hecho evidentes, por ejemplo, durante la captura de los grandes capos, como Joaquín Guzmán Loera “El Chapo”, quienes no son los verdaderos padrinos quienes viven, alejados de los reflectores, en los Estados Unidos en donde los cargamentos, cargados de marihuana, amapola, cocaína y goma de opio –salida desde Iguala en su mayor parte-, no sufren la menor molestia mientras distribuyen los estupefacientes a placer. Pero tal no es lo peor.