DE POLITITCA Y COSAS PEORES

Armando Fuentes

6/12/2015

«No entiendo a los hombres -decía Pirulina, muchacha sabidora-. Se la pasan mirándonos las piernas, y luego es lo primero que hacen a un lado»… Una señora comentó en la merienda de los jueves: «Mi marido está en la edad media». Preguntó una: «¿Entre los 40 y los 50 años?». «No -aclaró la otra-. Cada vez que sale de viaje me pone cinturón de castidad». (Por algo sería, digo yo sin ánimo de ofender a la aludida. De otro modo ¿cómo se explica que la mujer tuviera tantos abrelatas?). El marido le preguntó a su esposa: «Me llegó el recibo de la luz, y me llegó también el de de mi urólogo. Nada más tengo para pagar uno de los dos recibos. ¿Cuál crees tú que debo pagar?». «El de la luz -respondió ella sin dudar-. El urólogo, aunque quiera, no puede cortarte nada». El oficial de aduanas tenía frente a sí una caja con un letrero que decía: «Caja de Pandora». Preocupado le dijo a un compañero: «No sé si debo abrirla». Un fabricante de brassiéres inventó un sostén que impide que el busto de una mujer se balancee cuando ella va corriendo, y que no permite ver nada ni aunque la prenda y la blusa de quien la lleva estén empapadas. Ayer apareció esta nota en el periódico: «Una furiosa multitud de hombres lincha a un fabricante de brassiéres». Libidiano, hombre salaz, iba en su coche. Lo acompañaba Dulciflor, bella muchacha. El tipo llevaba una mano en el volante, y con la otra iba haciendo objeto a su dulcinea de toda suerte de tocamientos lúbricos. No puedo describir aquí esos manoseos, sobos y palpamientos, pues me lo impide el artículo 2014, inciso 946, de la Ley de Imprenta vigente en la República. Un oficial de tránsito vio que el conductor iba manejando con una sola mano. Lo alcanzó en su motocicleta y le dijo por la ventanilla: «Con las dos manos, señor». Preguntó Libidiano: «¿Y luego con cuál manejo?». Aquel rudo sujeto golpeó en la cantina a un necio borrachín. Dijo el beodo: «Me pega usted porque no está aquí mi hijo». Replicó el otro: «Tráeme a tu hijo». Fue el temulento y volvió poco después con un musculoso muchacho. Le dijo éste al golpeador: «Si es usted tan hombre péguele otra vez a mi papá». ¡Cuaz! El tipo le dio al ebrio un nuevo maporro tan fuerte que lo dejó tendido y echando sangre por los nueve orificios naturales de su cuerpo. Dijo el muchacho, preocupado: «Vámonos, padre, si no este bárbaro me va a chingar a mí también». Dulcilí, ingenua empleadita, tuvo trato carnal con un banquero. Al terminar el erótico deliquio el hombre se dio la vuelta y se dispuso a dormir. Preguntó ella con mucho sentimiento: «¿Por qué me da la espalda, don Mercuriano?». «Linda -contestó el financiero-: agotado el capital se pierde el interés». Doña Lasa, mujer de edad madura, casada ella, le pidió al padre Arsilio que hablara con su esposo don Verijo. Le explicó: «Todas las noches me usa, padrecito, y la verdad, a mis años eso está cabrón». «Hija mía -su azaró el bondadoso sacerdote-. He de rogarte que en mi presencia no uses palabras del vulgacho. Nuestra lengua, la misma de Cervantes y Santa Teresa, de Góngora y Quevedo, de Lope y Alarcón, es abundosa en vocablos de noble procedencia; no necesitamos usar voces plebeas ni parlaches de gentuza». «Ha de perdonar, señor cura -se disculpó doña Lasa-, pero mi esposo es tan cogelón que me tiene ya desesperada». «Mujer, mujer -alzó la vista al cielo don Arsilio-. ¿Otra vez con tus ordinarieces?». «¿Lo ve, padrecito? -replicó la esposa-. Ya no sé ni lo que digo. Por eso quiero que hable usted con Verijo. Ordénele que me deje en paz. Yo ya no estoy para esas cosas. Póngase usted en mi lugar». «¡Dios me libre de ponerme en tu lugar! -se asustó el padre Arsilio-. Mira bien lo que dices, desdichada, y no me pongas en trance indigno de mi condición de párroco. Ni aunque fuera solamente presbítero, diácono o acólito me pondría en tu lugar. ¡Nomás eso faltaba!». Se apenó doña Lasa por su despropósito, y le preguntó al sacerdote: «¿Qué debo hacer, señor cura, para librarme por las noches de ese marido mío, tan cachondo?». Sugirió tímidamente el vicario: «¿Por qué no te acuestas bocabajo?». «¡Uh, padrecito! -dijo doña Lasa-. ¡Qué bien se ve que no conoce usté a Verijo!». Al oír eso y ponderar sus implicaciones se rascó la cabeza el padre Arsilio, y exclamó: «¡Uta! ¡Entonces de veras eso está cabrón!». FIN.

MIRADOR.
Historias de la creación del mundo.
Adán y Eva comieron el fruto de la ciencia del bien y del mal.
El Señor, irritado, los expulsó del paraíso.
Entonces Adán fue por primera vez hombre, y Eva fue mujer por vez primera. Ambos aprendieron que la ciencia del bien estaba rete bien, y que la ciencia del mal no estaba tan mal.
En medio de uno de los sabrosos actos a que los llevó su feliz desobediencia exclamó Adán entusiasmado:
-¡Caramba! ¿Por qué no comimos antes aquel fruto?
¡Hasta mañana!…